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LAZARANDA

El andaluz, los medios y la que faltaba

MANUEL MOLINA

Domingo, 18 de enero 2009, 03:13

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COMENCEMOS por una declaración de perogrullo que conviene recordar: el andaluz no es un idioma ni un dialecto, sino una variedad de la lengua española que se habla en Andalucía. Nos llevaría horas discutir este enunciado, pero responde a la realidad que supone la distinta forma de expresión de alguien de Adra respecto a alguien de Baeza o Ayamonte. No existe la uniformidad. Segunda premisa: el andaluz está caracterizado por diversos rasgos fonológicos típicos de la región, así como por la entonación en la forma de hablar. Quiere decir esto que podemos reconocer algunos rasgos comunes entre los ocho millones de andaluces, sobre todo si la percepción se lleva a cabo por alguien allende Despeñaperros. Podríamos añadir un tercer enunciado para aproximarnos a nuestra forma de hablar: además, posee un léxico particular que contribuye a ampliar el vocabulario de la lengua castellana.

Algunos de los rasgos que nos identifican son apreciables con facilidad como la aspiración de la 's' implosiva (por ejemplo al pronunciar algo así como 'ahpirina'), los plurales con vocal aspirada y apertura de la vocal anterior ('loh gatoh'), que convierte al andaluz en una variante con diez vocales, cinco para el singular y cinco para el plural. O la caída de la 'd' intervocálica ('desaparecío', 'escondía'). Éste último, exportado al resto del castellano y con admisión en la lengua hablada por la Academia de la Lengua. Hablamos algo diferente, pero sólo un poco, para entendernos.

Lo que sí llama poderosamente la atención es el menosprecio o falta de valoración que desde los propios andaluces tienen sus variantes lingüísticas. Pongamos un claro ejemplo y todo el mundo podrá entenderlo. Una presentadora andaluza ocultará o le harán ocultar su acento en los medios de comunicación, pero si es canaria o suramericana (variantes a su vez del andaluz) nunca lo esconderán. Baste recordar a la periodista Cristina García Ramos (canaria) con su meloso seseo ('Corasón, corasón') o la cantidad de anuncios con voces argentinas que pueblan las pantallas; incluso el mismo entrenador mexicano del Atlético de Madrid, Aguirre: «'Quisásss' no 'asertamosss' con la puerta».

¿Por qué ocultamos nuestros rasgos en cuanto tenemos contacto con la variante castellana o con una pantalla? La razón en primer lugar quizá radique en que los propios medios, en especial los de producción andaluza, lo propician eliminando presentadores con rasgos lingüísticos andaluces. En la televisión pública tan sólo conozco unas variantes claras y son programas de humor: 'Colga2 con Manu', Paz Padilla o los monstruos de Juan Imedio. Para la chufla existe hueco, para la seriedad, no.

La relación gracieta-variante andaluza fue propiciada por el cine del siglo XX, por el teatro de vodeviles y por la cultura popular que adoptó el binomio y lo reprodujo como estereotipo («Un catalán, un andaluz y un gallego en un avión...») ayudados por el romanticismo foráneo. El gracioso del Siglo de Oro pasó a hablar un andaluz enranciado y bajuno.

Por otra parte, la variante andaluza nunca ha tenido apropiación nacionalista desde el punto de vista político y ha permanecido en el terreno simple y llano del andaluz como variante lingüística, distinguido del andalucismo entendido como extensión política. A diferencia de otras comunidades con lengua propia o variantes incluso con academia del dialecto local, el habla de los andaluces vuela a su propio albedrío, el de la economía lingüística y el uso. No se ha utilizado para resaltar la diferencia, la distinción respecto al otro.

Con todo lo anteriormente expuesto me sorprende -gratamente- que se haya defendido el principio de respeto a la expresión de los andaluces cuando una diputada, de la que ya se ha hablado bastante, utilizó la palabra «chiste» para referirse a la ministra de Fomento, que vive presa de esconder su acento y provoca un galimatías lingüístico alejado del castellano y del andaluz. No es un chiste, es un problema de valoración que ya detectó Juan del Valdés en el siglo XVI y prescribió hablar de forma natural. Por lo que respecta a la diputada catalana, tal vez sea reflejo de otra carencia, la medianía de gran parte de la clase política y su falta de preparación para la res pública. No todos valemos.

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