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LAZARANDA

Animales domésticos, personas salvajes

MANUEL MOLINA

Domingo, 28 de septiembre 2008, 04:35

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HEMOS venido escribiendo, por desgracia, columnas atrás sobre el maltrato gratuito que reciben determinados animales, ya sean toros o perros; hoy tocan los gatos. En un instituto de nuestra provincia, un día de estos como otro cualquiera, con su crisis, sus tormentas y su comienzo del otoño el timbre del recreo toca para librar alaridos y estruendo por los pasillos hasta la explanada exterior. Es la hora del recreo. Un grupo de adolescentes muerde bocadillos sanos, de esos de chorizo, salchichón o jamón y otros le hincan el diente a mierdas, con perdón, industrializadas que saben a algo que no son. Uno, de repente, llama la atención porque algo se mueve cerca en un arriate y cuando está seguro de lo que se trata lanza la voz de alarma, como un guerrero primitivo que avista su presa: ¿un gato! La docena de cruentos salvajes salta hacia el animal que no se mueve porque ha llegado hasta allí con enorme sufrimiento al recibir el impacto de un coche. Les extraña que no corra para que se dé lugar a mayor diversión hasta que lo acorralen. No se mueve. Lo consideran raro. Lo observan. No mola así el pegarle de leches. Hasta que uno decide cortar las reflexiones: de dos patadas lo revienta. Risa, muchas risas, le ha sacado casi las tripas. Qué bueno, hay que ver el fulanito tan modoso en su casita la fuerza que tiene en las piernas, a lo mejor juega en los juveniles y ha fortalecido los gemelos corriendo detrás de una pelota o a lo mejor sus genes le han otorgado un cerebro con carencias y se le han bajado a los pies las pocas ideas. Entre risas y repeticiones de la hazaña se trasiegan el resto de bocadillo y bollería. Como si nada.

Toca otra vez el timbre para recoger a los angelitos en sus aulas y una chica descubre horrorizada el animal que han dejado destrozado. No sabe qué hacer. Busca la ayuda de una profesora entre sollozos, pero la situación es agónica, el animal está dando sus últimos vahídos. Llaman de urgencia a una clínica veterinaria, pero sirve tan sólo cuando acude el especialista para confirmar la muerte del animal. Los despiadados son buscados, pero se esconden en el silencio entre sí. Nadie, como suele ocurrir, ha visto nada. Alguno recibe un nublo de conciencia pero se le pasa rápido con la radiante idea de que era tan sólo un gato. Si se cursara una denuncia no pasaría nada, habría que entender que era eso sólo un gato y una patada la pega cualquier joven. No pasa nada, esa es la cruda realidad. Pero debería pasar.

Por lo pronto brillan por su ausencia los edictos y normas municipales a los que las autoridades están obligados. En otras comunidades existen esas funciones y entre micro chips e investigaciones en bastantes ocasiones a cargo de la policía municipal los delincuentes pagan la fechoría. Aquí estamos maniatados. No pasa nada. Volvemos a la Edad Media en la cual los gatos después de haber sido tratados en Egipto como un miembro más de la familia, porque vigilaban las cosechas eliminando roedores, adquirieron su leyenda negra asociándolos a lo diabólico por su independencia, por el brillo de sus ojos en la oscuridad, porque presentían la muerte o creaban tormentas, por acudir con nocturnidad a los bosques. Se quemaban como herejes. Luego llegó la peste negra y ayudaron a eliminar ratas, se les perdonó su diabolismo y volvieron a las casas. Hasta hoy. Recordemos uno de los principios que inspira la ley de protección animal de la Junta de Andalucía de 2003: «Los estudios realizados sobre las capacidades sensoriales y cognoscitivas de los animales no han dejado duda sobre la posibilidad de que éstos puedan experimentar sentimientos como placer, miedo, estrés, ansiedad, dolor o felicidad». En el artículo cuatro del primer capítulo se especifica una normativa de cumplimiento para las autoridades municipales: «Queda prohibido maltratar o agredir físicamente a los animales o someterlos a cualquier otra práctica que les irrogue sufrimientos o daños injustificados». La ley por tanto, existe. Apliquémosla. También existe la ley del menor que desglosa como nadie el juez Emilio Calatayud, fácil de encontrar en un buscador de Internet. Si un energúmeno que discierne con doce o trece años revienta un gato que lo pague como explicita la ley. Para finalizar volvamos a la leyenda: se dice que aquel que abandona un gato en la calle o mata un gato atrae la desgracia... ¿quién sabe? La ley sería la desgracia, valga la redundancia, más legal.

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