Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
ANTONIO UBAGO
Martes, 4 de marzo 2008, 04:00
Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.
Compartir
CUANDO leí hace unos días en el periódico que el PSOE, con pretensiones de promocionar el valor de la igualdad entre hombres y mujeres, educar sin discriminaciones y romper los actuales estereotipos de 'género', propone en su programa electoral «modificar el uso tradicional del masculino para representar a las mujeres en los textos educativos, legales, comunicaciones, publicaciones », el café se me atragantó y me quedé de piedra por un tiempo. Si ganan las elecciones, rectificarán el diccionario de la Real Academia, el que recoge lo que hablamos todos, cuanto crean conveniente y habrá que decir y escribir, por ejemplo, maridos y 'maridas', jóvenes y 'jóvenas' y sandeces de este jaez para restaurar la igualdad de las mujeres. Así ha quedado incluido en el Programa Electoral 2008 del PSOE, después de estudios realizados, entre otros, por el Instituto de la Mujer, solicitado por distintas plataformas de mujeres y demandado por otros prosélitos entusiastas de la trasgresión de una norma lingüística que usamos todos (y todas, por igual) sin necesidad de este embrollo paralelo con el que creen llegará la justicia social para las mujeres.
Es más, reconocerán en el ámbito profesional y educativo la figura del agente de igualdad que se incluirá en el catálogo de profesiones. Lo he comentado con los más próximos, sufridores de mi tesón o mi obsesión, y necesitaba hacerlo a auditorio más amplio porque cuesta creer que el atrevimiento, la insensatez, y los intereses partidistas puedan llegar tan lejos, aun en campaña electoral donde estamos acostumbrados a oir de todo, pero así es y es necesario actuar. El mismo calibre tendría este desatino si viniera del PP, de la Conferencia Episcopal o de cualquier asociación ciudadana progresista. Para mí, ésta es la más gorda propuesta del 'todo vale', por el desconocimiento y la osadía que entraña, para alcanzar un fin. Querer ignorar que las lenguas son las más democráticas instituciones sociales y creer que en su formación y evolución pueda intervenirse por real decreto, tal vez sea el mayor disparate que se haya ofertado a los ciudadanos para que voten a un partido.
Hace ya algún tiempo que se vienen oyendo barbaridades lingüísticas igualitarias, del tipo de 'los andaluces y las andaluzas' por parte de los forofos de la abolición repentina del masculino genérico que intentamos sobrellevar como podemos, pero proclamar en un programa electoral que el Gobierno intervendrá la libertad de uso del español de esa forma tan absurda, me parece un abuso que expresa desconocer los más elementales principios sobre la formación y evolución de las lenguas y sobre la libertad de uso que el habla de cada individuo selecciona del sistema común. No creo que los ciudadanos, llamados ahora ciudadanía, acepten tanta incongruencia. Se trata del simple capricho interesado de ínfimas minorías mal informadas pero con poder ejecutivo, y ahí está el problema, o con acceso a los medios de comunicación, aunque sean famosillos que creen que repetir la última majadería idiomática los prestigia y catapulta a mayor fama. Pero también en otros ámbitos, como la Escuela o la Universidad que están llamados a ser modelos, se infiltra este virus reformador. El cartel anunciador y los tarjetones de invitación a la conferencia de José Antonio Marina, hace unas semanas, de las VI Jornadas de Formación para el Practicum de la Facultad de Ciencias de la Educación tenía este título: '¿Qué maestros y maestras necesitamos y cómo formarlos?' (Con despiste añadido porque no dice: y formarlas).
Conocemos de antiguo la doctrina, las normas lingüísticas, con que deben redactarse los textos escolares y legales para que sean útiles, ágiles y claros. Los desdoblamientos del tipo 'los niños y las niñas' y otras manipulaciones gratuitas son considerados artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la norma del uso genérico del masculino para referirse a la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos. Si decimos: «Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto», a nadie se le ocurre a estas alturas pensar que las mujeres están excluidas, aunque a algunos parece que sí. La mención explícita del femenino sólo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto y la lengua tiene mecanismos claros para la distinción. En resumen, el uso del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas (está bien claro). Deben evitarse, por tanto, estas repeticiones que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y la lectura de los textos escritos y orales. Así creó el indoeuropeo el género hace casi cinco mil años y a través del latín sigue vivo en nuestra lengua; no ha sido, pues, un invento para molestar a las mujeres ni para que un partido político busque con su exterminio la instauración de la igualdad.
Esta es la norma común, conocida por todos, implícita o explícitamente, y usada por los 22 países de habla española, como lengua propia, de América y Filipinas, a la que las 22 academias, con funciones notariales, de refrendo y consejo, no como inventores caprichosos, dan esplendor; ésta es la lengua que se ha constituido en un idioma universal con más de 400 millones de hablantes. Y somos sus hablantes, los usuarios de esta lengua común, los protagonistas de sus cambios y evolución. Éste es el idioma común de la unidad ortográfica, salvaguarda de la disgregación, de la que el lingüista suramericano Ángel Rosenblat decía que es «la mayor fuerza aglutinante, unificadora de una amplia comunidad cultural: por debajo de ella pueden convivir sin peligro todas las diferencias dialectales». Pero, ojo, que éstas que ahora pretenden ser invenciones gratuitas para los textos educativos, comunicaciones y publicaciones legales no tienen nada que ver con las variedades dialectales; ellos quieren crear un idioma paralelo como instrumento reparador de diferencias sociales. Con la reforma ortográfica aún no se han atrevido estos adalides de la defenestración de los agravios que la lengua, según ellos, infringe, pero más vale estar atentos porque atrevimiento no les falta. La realidad de la unidad ortográfica como instrumento favorecedor de la unidad lingüística que hace de nuestro idioma una lengua universal no va a permitir el deterioro ridículo que unos pocos quieren institucionalizar en los textos oficiales de un Gobierno, ahora anunciado como cebo electoral. Queremos modificaciones reales que no se basen en el sexo machacón para todo, queremos la igualdad y la justicia de los ciudadanos pero con otros medios, no manipulando la hermosa lengua de Cervantes, y la suya y la mía.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.