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Muere Fernán-Gómez, el cascarrabias genial
Cultura

Muere Fernán-Gómez, el cascarrabias genial

Fallece a los 86 años en Madrid el actor y director, figura esencial en la historia del cine español Escritor y dramaturgo, fue académico de la Lengua

O. L. BELATEGUI

Jueves, 22 de noviembre 2007, 10:47

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José Luis Cuerda aprovechó su imponente presencia de patriarca otoñal y le adjudicó el papel de Dios en 'Así en el cielo como en la Tierra'; años después, le quiso como el maestro machadiano, justo y fraternal, de 'La lengua de las mariposas'. Fernando Fernán-Gómez era, pues, divino y terrenal. Aquel desgarbado narigudo que aparecía en todas las 'españoladas' de posguerra se convirtió en un autor total, lo más cercano a ese infalible tópico del 'hombre del Renacimiento'. Pocos personajes tan universalmente conocidos en la cultura española como él. Y, sin embargo, esa familiaridad era una forma de desconocimiento. Sólo se veía al personaje que el pelirrojo de la voz de trueno se había resignado a interpretar en los últimos tiempos, un genio huraño que ayer mandó 'a la mierda' a la vida a los 86 años en Madrid.

En su libro de memorias 'El tiempo amarillo', Fernán-Gómez desvela que, a los nueve años, decidió ser actor como Jackie Cooper y escritor como Emilio Salgari. Les superó a ambos. El cura de 'Balarrasa', el españolito gris de 'El inquilino', el pintor ácrata de 'Belle Epoque' son daguerrotipos en la memoria sentimental de varias generaciones. Sus doscientas películas como actor eclipsan la veintena de largometrajes que dirigió y su brillante condición de escritor, articulista y autor y director teatral. Como sugiere en sus memorias, ya en los tiempos en los que frecuentaba el Café Gijón los intelectuales lo miraban como a un advenedizo. Un farandulero que acabó de académico de la Lengua.

«Me gustaría ser recordado; hoy por hoy me parece que con que se me recordase estaría satisfecha mi vanidad», confesaba a IDEAL el pasado diciembre, en la que es quizá su última entrevista. El arisco Fernán-Gómez sólo accedía a recibir periodistas cuando estrenaba película. No disimulaba. Abordaba sus contadas comparecencias públicas con absoluta desgana y no dudaba en recriminar con brutales salidas de tono cualquier pregunta que juzgara poco inteligente. Un legendario mal genio que en las distancias cortas se traducía en charla afable. Emma Cohen, su compañera en los últimos 35 años, actuaba de amorosa secretaria y recibía al entrevistador en su destartalado caserón a las afueras de Madrid. Cuando su estado de salud empeoró, transcribía las respuestas para enviarlas por fax. Fogonazos de genio sintéticos, sarcásticos. «¿España le duele? Ese es un sentimiento muy alto, al cual yo no alcanzo».

Le traían al pairo las apariencias. Hace años decidió no subirse ya más a un escenario, harto de la poca educación de los espectadores, que acudían al teatro sin venir tosidos. En 1960 había creado su propia compañía y en su haber como dramaturgo se cuenta una de las obras más representadas en España, 'Las bicicletas son para el verano'. En su irregular carrera de director de cine, casi lindante con el estatus de cineasta maldito, nunca logró el favor del público. Quedan títulos incómodos, a medio camino entre un insólito realismo social y el esperpento, como 'El extraño viaje' y 'La vida por delante', que tuvieron que ser reivindicados muchos años después. Las malas críticas, comentaba con sorna, le hacían daño; las buenas no le ponían todo lo bien que se merecía.

Superviviente lúcido

A Fernando Fernán-Gómez se le hizo español en el BOE un lunes de septiembre de 1984. A él, que era de Chamberí de pura cepa. Nació en Lima en 1921 y le inscribieron en el consulado de Buenos Aires porque su madre actriz, doña Carola, estaba haciendo las Américas. Mantuvo la nacionalidad argentina hasta la edad de la jubilación. Es un buen ejemplo de su postura ante la vida: escéptica, rebelde y sin adhesiones. Los mismos que no le perdonaron en 1963 que suscribiera una carta denunciando las torturas de la policía franquista a los mineros asturianos en huelga -Manuel Fraga le estigmatizó desde entonces con el sambenito de 'rojo'-, podían leer años después sus columnas en la tercera página de 'ABC'.

Siempre tuvo la lucidez del superviviente. La Guerra Civil le impidió estudiar Filosofía, así que se hizo un hueco en los teatros madrileños. No se conformaba con aprenderse los papeles y bañarse en aplausos. Llegaba a su piso de Chamberí y tecleaba en su Corona portátil. Hasta aprendió mecanografía. Su auténtico debú se produjo en 1940, cuando Enrique Jardiel Poncela le elige para un papel secundario en las representaciones de 'Los ladrones somos gente honrada' en el madrileño Teatro de La Comedia. Tres años más tarde, pisa un plató por primera vez en 'Cristina Guzmán', de Gonzalo Delgrás. Vive la bohemia del café Gijón, de cuyo premio de novela es el principal artífice.

Entra en la nómina de Cifesa e inaugura una filmografía torrencial, en muchos casos con títulos por debajo de su talento. El Príncipe de Asturias de las Artes, los Premios Nacionales de Cine y Teatro, seis Goyas, la Medalla de Oro de la Academia del Cine Español y los premios al mejor actor en Berlín y Venecia dan fe del monumental legado.

Los directores más populares de los años cuarenta y cincuenta se sirvieron de su eficacia en el drama y la comedia. 'Domingo de carnaval', 'Botón de ancla', 'Balarrasa', 'La mies es mucha', 'Esa pareja feliz' En 1953, fracasa en su salto a la dirección con 'Manicomio', que rebosaba demasiada acidez para el costumbrismo amable y folclórico de Cifesa. Sus siguientes películas como realizador casi siempre se recibirían a contrapelo: 'El malvado Carabel', 'La vida por delante', 'La vida alrededor', 'La venganza de Don Mendo', 'El mundo sigue'

Como perla negra de su filmografía permanece 'El extraño viaje' (1964), una comedia negrísima en tono esperpéntico inspirada en una idea de Berlanga, que reconstruye el 'crimen de Mazarrón'. La Junta de Clasificación le denegó ayuda económica y el derecho de estreno. Los distribuidores la consideraron blasfema. Más fortuna tuvo en 1986 con 'El viaje a ninguna parte', en la que brindaba un sentido testimonio del devenir de un grupo de cómicos de la legua, un mundo condenado a la extinción desde que irrumpía el cinematógrafo.

Ternura y sarcasmo

Cuando las mordazas de la censura se aflojaron, Fernán-Gómez se puso al servicio del nuevo cine español. El sueco que encandilaba a Carmen Sevilla ('Congreso en Sevilla'), el fiscal que arrobaba a Lola Flores ('Morena clara'), el futbolista que marcaba goles con el culo ('El fenómeno'), dejaba de pertenecer a la casta de los grandes cómicos de la época: Isbert, Morán, Leblanc, Ozores. Si antes llenó las pantallas, ahora las iba a desbordar.

El protagonista de 'Ana y los lobos', 'El espíritu de la colmena', 'Mamá cumple cien años' y 'Maravillas' sustituyó los aspavientos por la melancolía. En 1961 había publicado su primera novela, 'El vendedor de naranjas', y en sus siguientes libros terminó de convencer a los que no le consideraban un escritor. Su ingreso en la Academia de la Lengua en 1998 culmina una obra literaria que bebe a partes iguales de la ternura y el sarcasmo, de aliento largo largo y reposado, sumergido en la divagación y el recuerdo.

'Belle Epoque', de Trueba, y 'El abuelo', de Garci, atestiguan su estatus por encima del bien y del mal. Ramón Barea, que actuó a sus órdenes en la obra 'Morir cuerdo y vivir loco', recuerda que el genio era parco en elogios y no se esforzaba en caer simpático. «Ni era actor en la vida ni le interesaba seducir en el trato». Implacable, despreciaba la estupidez. Francisco Umbral, compañero de farras y colega articulista, decía que de Fernando Fernán-Gómez aprendía «hasta a dar las buenas tardes».

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