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Horas decisivas para Escocia y Reino Unido

Alfredo Crespo Alcázar

Jueves, 18 de septiembre 2014, 10:25

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Los días previos a la consulta del 18 de septiembre se han ido caracterizando por un torrente de intervenciones y declaraciones públicas de los principales actores en litigio, cuyos comportamientos oscilan entre el optimismo (independentistas) y la cautela como sinónimo de realismo (unionistas).

Los sondeos auguran un resultado apretado. Este es un escenario muy diferente del que se pudo observar en 2011 (triunfo por mayoría absoluta del SNP en las cuartas elecciones al Parlamento escocés) o en octubre de 2012, fecha en que se firmó el Acuerdo de Edimburgo por el que se autorizaba, definitivamente, la celebración del referéndum.

Durante los últimos días se ha advertido una presencia masiva en Escocia de los líderes de las tres grandes formaciones unionistas. David Cameron, Ed Miliband y Nick Clegg han multiplicado sus esfuerzos para convencer a los indecisos, conscientes de que éstos serán quienes desequilibren la balanza.

Un comportamiento similar se ha observado en el SNP. Alex Salmond y Nicola Sturgeon han enfatizado la oportunidad histórica y única que implica el 18 de septiembre. En este modus operandi nacionalista se detectan notables dosis de ultimátum a sus compatriotas, bajo la advertencia de que no habrá un nuevo referendo si la postura secesionista es vencida.

Asimismo, supone un interrogante saber cómo reaccionará el SNP si esa hipotética derrota se produce por un margen estrecho. De acontecer finalmente este último supuesto, el Scottish Nacional Party dispondrá de munición suficiente para exigir una reforma en profundidad del Scotland Act, lo que a la postre podría generar grietas en el bloque unionista. Aún con ello, ¿satisfará tal reforma al SNP?, ¿por cuánto tiempo?, pues no olvidemos que su meta final es la creación de un Estado independiente.

Sea cual sea el resultado del 18-S, quien más tiene que perder es el Partido Conservador, en primer lugar porque fue David Cameron quien dio luz verde a la consulta. En íntima relación con este argumento, una (hipotética también) victoria del Unionismo no se traducirá necesariamente en la mejora automática de la debilitada posición tory en la nación del norte. Dicho con otras palabras: es más que probable que siga siendo un actor cuasi-marginal, percibido, además, peyorativamente por el grueso de la opinión pública escocesa.

De hecho, en la campaña unionista ha gozado de mayor peso el laborismo (Alistair Darling), aunque en la última semana la presencia de Cameron ha formado parte del paisaje. Como resumen de su argumentario, el Primer Ministro ha apelado a un sentimentalismo de naturaleza tangible, en el que la historia compartida ocupa el lugar central. Con sus propias palabras: yo quiero que nuestra familia de naciones permanezca unida. Somos el país que lanzó la Ilustración, abolió la esclavitud, dirigió la revolución industrial y derrotó al fascismo.

La retórica carece de espacio en esta alocución de David Cameron ya que describe un hecho incuestionable: los escoceses siempre se han sentido parte del Reino Unido, tomando parte en las grandes empresas culturales y comerciales (por ejemplo, en la época victoriana) y desarrollando paralelamente una identidad propia, en ningún caso antagónica a la britishness.

Por su parte, Ed Miliband apeló a la importancia de mantener la Unión como argamasa para el logro de una mayor justicia social. Junto a ello, recalcó la necesidad imperiosa de cambiar las políticas del Reino Unido siempre juntos, nunca separados.

En cuanto al SNP, en la recta final de la campaña, no ha alterado ni un ápice las constantes de su discurso. Así, ha insistido en que el nuevo Estado escocés retendrá la libra y será miembro de la Unión Europea. Este argumento lo ha combinado con otro de tipo victimista. A modo de ejemplo de esta tesis, Nicola Sturgeon enarboló, una vez más, la bandera anti-tory para arremeter contra aquellos que cuestionan que la independencia implique la inmediata arcadia feliz: está muy claro que la huella de David Cameron está presente en todas estas historias terribles que nos han contado estos últimos días y semanas. El pueblo de Escocia no se dejará amedrentar por el gobierno Tory de Westminster en sus intentos de expandir el miedo. El prisma de la número 2 del SNP choca frontalmente con la tozuda realidad y los principales bancos ubicados en Escocia (Lloyds o Clydesdale) han afirmado que, si finalmente se consuma la ruptura, trasladarán sus sedes a Inglaterra.

A favor del SNP cabe decir que ha sabido llegar a la víspera de la votación con opciones reales de victoria, algo impensable en 2011. De hecho, el propio Alex Salmond, en un principio, no descartó que el referendo contuviera una tercera pregunta relativa a un mayor nivel competencial para el parlamento escocés.

En que la postura nacionalista pueda resultar ganadora, han influido varios hechos, el principal la crisis económica global que se ha cebado con Reino Unido y que ha obligado al gobierno de Londres a realizar recortes, hacia los cuales el SNP ha realizado una interpretación tan ventajista como oportunista. Además, desde su privilegiada posición en el ejecutivo escocés, el nacionalismo tampoco ha escatimado gastos a la hora de publicitar las excelencias que llevaría aparejadas la separación.

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