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José E. Cabrero
Martes, 17 de noviembre 2015, 16:25
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Su nombre, Manuel Pérez, surgió antes de comer. Hasta entonces sabíamos que había fallecido, pero no que era español. O que también era español. Sus padres, de El Jau (Granada), emigraron en algún momento a París, donde él nació y se crió y se educó y terminó siendo gestor cultural. Amante de la música. Apasionado del cine. Una mente inquieta.
Todo lo que sé de Manuel me lo ha dicho Internet, incluida su muerte, el viernes 13 de septiembre en la sala Bataclan, durante el concierto de 'Eagles of Death Metal'. Él estuvo allí. Lo sé. Lo he visto.
Las redes sociales nos invitan a compartir, con todo tipo de emociones ilustradas, los estados de nuestra vida. Publicamos los pequeños detalles que componen los días mientras tejemos un muro que, de una manera testimonial y, a veces, entrometida, nos convierten en noticia para nuestros 'amigos'. Y no se nos puede olvidar que, por mucho que queramos mantener lejos de nuestras redes la tristeza y el sufrimiento, la muerte es parte de la vida. Incluso las muertes más terribles.
El muro de Manuel en Facebook tiene hoy visitas inesperadas. La mía, por ejemplo. En su muro coincidimos curiosos atraídos por el morbo -en algunos casos-, periodistas que contrastan datos y amigos y familiares que escriben, desconsolados, mensajes de despedida. Su muro es una historia de ochenta minutos. Ochenta putos minutos. Ochenta minutos que nunca deberían haber sucedido. Ochenta minutos narrados en dos posts y un silencio que me están apretando el estómago con mano de hierro.
20:20 horas. Una fotografía de las entradas del concierto de 'Eagles of Death Metal' que su amigo Thomas les regaló a él y a su novia. Gracias Thomas.
21:03 horas. Una fotografía del concierto en directo. En estado puro.
21:40 horas. Los terroristas entran en Bataclan. Manuel, su novia y Thomas están allí... Silencio.
Es una idea que me taladra la cabeza. Me aterroriza por su evidencia: estamos narrando nuestra vida en las redes sociales y, un día, sin saberlo, contaremos el final. Como Manuel.
Descanse en paz.
(Sigue leyendo artículo de El Eje)
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