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La otra cara de 'Everest'

La otra cara de 'Everest'

Araceli Segarra fue la primera alpinista española en hacer cumbre. Lo logró tras participar en el rescate de la tragedia de 1996, que se puede ver estos días en el cine

julia fernández

Martes, 13 de octubre 2015, 00:26

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Apenas han transcurrido unos minutos del metraje de la película Everest cuando se oye decir al actor Jason Clark, que interpreta al alpinista Rob Hall: «... Y allí está el equipo IMAX». Es solo una frase que se desliza en su discurso como quien anuncia que tiene hambre o que quiere beber una cerveza. Antes, el neozelandés, dueño de la empresa Adventure Consultants, ya había presentado a sus ocho clientes a los que acompañaría a la cima del Techo del Mundo (8.848 metros) el resto de expediciones que tenían el mismo objetivo, algunas con fines puramente comerciales, como la suya propia y la de su colega estadounidense Scott Fischer, dueño de Mountain Madness, que también tenía ocho personas allí que habían pagado hasta 57.000 euros por coronar.

Todavía no se atisbaba en ese momento lo que iba a pasar días después: la muerte de nueve personas (otras tres lo harían en las semanas siguientes por las heridas), entre ellos, los dos experimentados guías, bajo una intensa tormenta de nieve mientras intentaban hollar la cima. Fue el 10 de mayo de 1996 y se considera que es la peor tragedia en este pico hasta el terremoto que asoló la zona la pasada primavera. También es el leit motiv del filme Everest, que se estrenó hace un par de semanas y que ya han visto 678.916 espectadores solo en España. En aquella carpa azul donde descansaba el equipo IMAX que señala Rob Hall al principio de la superproducción había una española, Araceli Segarra (Lérida, 1970).

La alpinista tenía entonces 26 años y despuntaba como una de las mejores profesionales de nuestro país. El año anterior había intentado llegar a lo alto de la Frente del Cielo, como la llaman en Nepal, a través del complicadísimo corredor Hornbein en estilo alpino, «sin oxígeno, ni porteadores, ni cuerdas fijas». Se quedó en los 7.800 metros. El reto completo, sin ayuda de botellas, solo se ha logrado una vez.

Esa primavera de 1996 había vuelto al campo base con una expedición comandada por David Breashears, cuyo objetivo era grabar un documental en formato IMAX (con imágenes de mucho más tamaño y resolución) sobre la montaña. El equipo tenía previsto utilizar la vía del Collado Sur, la que usaron Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay para coronar por primera vez. También es la más fácil técnicamente y la más usada. «Lo que me motivaba era poder colocar la cámara allí arriba», apunta. El armatoste pesaba 24 kilos «y cada rollo de película, 1,5».

En ese poblado a 5.360 metros donde los montañeros se preparan durante semanas para el ataque a la cumbre, Segarra coincidió con Hall y con Fischer (y otras siete expediciones más). «Eran más amigos de lo que parece en la película», explica. Y había buen rollo, sobre todo con el primero, que era bastante bromista y, además, muy amigo de uno de los miembros de IMAX, Ed Viesturs, que había rechazado subir con él para poder rodar el documental. «A mí me chinchaba diciéndome que las rutas que había hecho en los Alpes no eran nada», recuerda con una sonrisa.

«Nos cruzamos con ellos»

Por eso, cuando el 10 de mayo los walkies empezaron a transmitir las dificultades de las expediciones del neozelandés, de Fischer y del taiwanés Makalu Gau, la angustia se apoderó del equipo IMAX. Horas antes se habían cruzado en la montaña. «Nosotros íbamos por delante del resto de grupos para poder grabar con comodidad. Estábamos en el campo 3 y como no veíamos claro el ataque a cumbre, bajamos al 2». A medio camino se encontraron. «Les dijimos lo que pensábamos, pero ellos estaban más seguros y continuaron». Había aviso de tormenta, aunque las previsiones aseguraban que no llegaría hasta el día 11. Fue la última vez que tuvieron contacto cara a cara.

Una vez instalados a 6.500 metros de altura, Segarra y lo suyos siguieron «con prismáticos» la aventura mientras la ventisca se acercaba más aprisa de lo anunciado.

¿En qué momento sospecharon que la cosa no iba bien?

Cuando vimos coronar a la gente más allá de las dos de la tarde.

Entre esa gente estaba el propio Hall, que hizo cima cerca de las cuatro. A partir de ahí, se hizo «el caos». Por todo: porque llega la tormenta, porque guías y clientes se ven atrapados a mucha altura, porque se les acaba el oxígeno, porque fallan las comunicaciones... «No hay que olvidarse que pasó hace casi veinte años. Las cosas no eran como ahora». El equipo IMAX, junto con la expedición Alpine Ascents, se movilizaron de inmediato. «Enseguida dimos permiso para que usaran las botellas que teníamos en el campo 3». Era la prioridad. La gente llegaba a zona segura con cuentagotas y extenuados. El último fue Beck Weathers, un texano que subía con Hall y cayó en coma. Pasó 36 horas al raso.

¿Qué pensaron al oírlo por radio desde el campo 2?

Te alegras. Pero también te quedas como ¡qué cagada, le hemos dado por muerto y nos hemos equivocado! Luego, piensas: Este de aquí no sale. En la montaña la gente se muere por mucho menos. Hay quien llega por sus medios, se sienta, toma un té y después ya no se levanta.

Weathers lo logró. Pero nueve de sus compañeros se quedaron arriba, entre ellos, Fischer y Hall. Este último pasó dos noches vivaqueando a más de 8.000 metros, la altura a la que vuela un Boeing 747, una auténtica barbaridad para el cuerpo humano. «Hubo intentos de rescate, pero la tormenta no amainaba... Fue imposible». Por radio, los equipos asistieron a sus últimas horas, decir que fueron emocionantes es quedarse corto.

¿Y después?

Bajamos todos al campo base. Los heridos fueron trasladados y solo unos pocos nos quedamos.

El equipo IMAX tenía que decidir si continuaba o no con el proyecto. «Fue el despertar. Durante el rescate bloqueas tus sentimientos. Luego es cuando reaccionas». Se tomaron una semana: «Fue extraño. La alegría propia del campamento se había esfumado, era un lugar desangelado». Al final, decidieron seguir, cada uno con sus razones. «En mi caso, no quería que quedara esa sensación tan de Hollywood de que la montaña era un lugar dramático». El día 24, catorce jornadas después de la tragedia, Segarra colocó la cámara en lo alto del Everest y se convirtió en la primera española en hollar el monte.

Más actividad que a los 26

Los dos años siguientes a esa marca, de la que dieron cuenta los diarios españoles, la leridana siguió peleándose con ochomiles en el Himalaya y participó como ayudante de cámara en el rodaje de 7 años en el Tíbet, de Brad Pitt. Pero un día se plantó. «Había perdido el oremus». A partir de entonces, se volcó en expediciones autofinanciadas a lugares que venden menos en los titulares que el Himalaya. Y también en su trabajo. Licenciada en Fisioterapia, se dedica a dar conferencias motivadoras a empresas y a la comunicación. Tiene un libro sobre lo que aprendió en el Everest y el resto de escaladas (Ni tan difícil ni tan alto, ed. La Galera) y ha participado en programas de radio y televisión ahora es colaboradora de Alfonso Arús en el canal autonómico 8tv.

Todo ello sin dejar de lado el alpinismo:«Tengo más actividad que a los 26. La montaña me queda a 20 minutos. En una hora llego a una pared de hielo decente. Y a correr... ¡salgo desde la puerta de casa!» (vive en la Cerdaña, en el Pirineo catalán). Una de sus últimas conquistas ha sido la vía Axt-Gross, en la cara norte de las Droites (Alpes franceses), que los expertos califican de «extremadamente difícil» y mezcla escalada en roca y en hielo.

¿Qué será lo próximo

Acabar la colección de cuentos infantiles Los viajes de Tina (los escribe e ilustra ella misma) e intentar llevarlos a una aplicación para móviles. Ya veremos si lo consigo yo sola...

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