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Manuel Torres Molina
El maestro granadino de la fotografía

El maestro granadino de la fotografía

Se han cumplido 50 años de la muerte de Manuel Torres Molina, un artista pionero del periodismo gráfico de esta ciudad

Amanda Martínez

Martes, 21 de febrero 2017, 13:48

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El 7 de febrero de 1967 murió Manuel Torres Molina, un fotógrafo enamorado de su oficio y de su tierra al que su inquietud artística e insaciable curiosidad llevaron a convertir en un pionero del periodismo gráfico y un maestro de varias generaciones. Esta sección, que se enriquece cada semana con sus imágenes, no podía dejar pasar la efeméride sin rendirse al trabajo del «mago del objetivo», como lo llamaban cariñosamente sus compañeros de la redacción de IDEAL.

Torres Molina había nacido en Granada ochenta y cuatro años antes, un 29 de septiembre de 1883. José Torres García, su tío, tenía un estudio fotográfico en la calle Mesones, uno de los primeros que hubo en Granada. «Cuando mi abuelo terminaba el colegio se iba al estudio. Desde muy pequeño le apasionó la fotografía. También le gustaba el dibujo», cuenta su nieto José Torres Molina. Con su tío trabajó un tiempo y, cuando adquirió cierto prestigio, montó su propio estudio en la Acera del Casino.

El periodista

Pronto alternó la fotografía de retrato con su trabajo como periodista gráfico, primero desde las páginas del Defensor y después en IDEAL. «Fue a finales de 1933 cuando el mejor fotógrafo granadino llegó al periódico dirigido por Pedro Gómez Aparicio. Lo hizo con un contrato de prestación de servicios de Fotos Torres Molina. O sea, él y el resto de personal del estudio de encargaban de cubrir las necesidades fotográficas del periódico», cuenta Rafael García Manzano, que fue redactor jefe de IDEAL. Junto a este periódico se convirtió en el notario gráfico de la vida de Granada. Para él cubrió los principales acontecimientos políticos, sociales y culturales y fotografió los paisajes de una ciudad en transformación, que caminaba hacia la modernidad, que se destruía, para unos y se reinventaba para otros.

Sus fotografías documentan estos cambios urbanísticos y son ahora un puzzle de calles, plazas y panorámicas que conforman un gran plano de una ciudad muy diferente a la que hoy conocemos.

Publicó en Abc, Blanco y Negro, La Esfera, La Vanguardia, La Unión Ilustrada, Granada Gráfica o la Hoja del Lunes, por poner algunos ejemplos de una colaboración periodística que traspasó las fronteras nacionales. «Al hablar se sentía muy periodista y estaba muy pegado a la actualidad», continúa García Manzano, «pero lo que de verdad le gustaba era pasar las horas en el laboratorio. Quería conseguir la fotografía más artística posible».

El artista

Y es que, por encima de todo, Manuel era un artista. «Sentía pasión por ese aspecto casi fantástico y misterioso de la fotografía continúa su nieto le fascinaba el laboratorio, las luces, impresionar una placa, jugar con los distintos papeles, ópticas y texturas... no se limitaba a hacer una fotografía. Para mi abuelo la fotografía era la técnica y era disfrutar del paisaje». De hecho, los más interesantes paisajes de Sierra Nevada y las fotografías que enseñaron las bellezas de Granada al mundo se deben al maestro, que también era un gran postalista.

Quizás era más reconocido como paisajista que como retratista y eso que por su estudio pasó toda Granada. «Me hizo la foto de Primera Comunión y la foto de novios, nos hacía las fotos de la boda a todos los compañeros de IDEAL», recuerda García Manzano. ¿En qué hogar no hay una foto familiar de Torres Molina? ¿En qué libro de Granada no encontramos su firma?

Manuel Torres Molina era también un investigador que experimentaba con todo tipo de formatos, tricomías, fotograbados, estereoscopias, emulsionaba en distintos soportes, trabajó la foto aérea, infrarroja, microscópica, se aventuró con la cinematografía... Algunas casas de fotografía solían mandarle productos para que los probara, técnicas que luego enseñó en el taller de Fotografía Artística en la Escuela de Fotografía de la Escuela de Artes y Oficios, donde impartía docencia.

Su legado

Para sus compañeros, Manuel fue una persona afable y dada a la amistad, sencilla y llana. Inquieto y laborioso, el profesional, el hombre de laboratorio, era muy exigente. «Mi abuelo era temperamental y perfeccionista y no admitía un trabajo mediocre. Si no estaba contento con un trabajo lo rompía y volvía a empezar desde el principio», recuerda su nieto José Torres Molina. A él es obligatorio preguntar por el archivo de su abuelo. «Desgraciadamente, parte del archivo se perdió en traslados. Hemos intentado restaurar documentos, sobre todo cuando estaba la empresa en funcionamiento. Hay placas, pero nos proponían olvidar esas placas y cambiar el soporte y la familia no estaba a favor de esa propuesta. Tampoco parecía probable contar con los derechos de autor para restaurar el archivo. Pero para conservarlo hacen falta medios, medios de los que es difícil disponer y cuando se ha intentado no se ha podido», confiesa.

Su muerte fue sentida en la sociedad granadina que muchos años después, y a iniciativa de IDEAL, le nombró uno de los cien granadinos más importantes del siglo XX. «Manuel fue el fotógrafo de una ciudad apresada en su cámara, rincón a rincón, huella tras huella, durante muchos años. Torres Molina era un enamorado de Granada y ahí queda, en su archivo, la universal ciudad, eterna en su belleza, palpitante en la visión de artista de aquel hombre menudo que puso su arte y su sensibilidad al servicio de ese gran tema, en el que siempre estará vinculado este fabuloso artista del objetivo. Toda Granada, sin excepción, está ahí recogida, guardada con el amor que le tuvo el bueno de don Manuel», escribió en su obituario el periodista Ruiz Molinero.

Ramón L. Pérez, jefe de fotografía de IDEAL, considera que no se puede concebir la historia gráfica de Granada sin Torres Molina, a quien define como el fotógrafo profesional más importante de la Granada del siglo XX, tanto como creador, como empresario. «Más allá del fotógrafo, sus imágenes tienen su marca. Lamentablemente, en su figura se cumple el dicho aquel de que nadie es profeta en su tierra. Es una figura que no puede continuar en el olvido y que habría que reivindicar».

Una exposición sería el homenaje perfecto que esta ciudad le debe a quien, durante muchos años, supo exaltar su belleza como nadie.

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