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La Pensión Alhambra en la calle Real en una imagen de principios del siglo XX
Una habitación en la Alhambra

Una habitación en la Alhambra

La reciente apertura del hotel Washington Irving ofrece la excusa para recorrer las primeras pensiones y fondas que permitía al viajero dormir en el corazón del recinto nazarí

Amanda Martínez

Martes, 5 de julio 2016, 13:12

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En los albores del siglo XIX viajar se puso de moda. Muchos de aquellos pioneros del turismo eligieron Granada como parada obligatoria y buscaron hospedarse lo más cerca posible de la Alhambra, monumento que atraía profundamente su curiosidad. Pero no era sencillo: el palacio era entonces una fortaleza que se cerraba cada noche. Hay relatos de viajeros que cuentan que cerraba a las diez, otros, que lo hacía a las once, el caso es que para entrar por la puerta de la Justicia o la de los Carros había que llamar al guarda.

Sólo algunos privilegiados pudieron sentir la experiencia de dormir entre los exóticos muros alhambreños y se convirtieron en los mejores embajadores de la Alhambra y de Granada.

Uno de los primeros fue el escritor Washington Irving, que llegó a Granada en la primavera de 1829. Tras una semana en la posada de la Espada, en la calle Alhóndiga, consiguió autorización para instalarse en el monumento. Primero se alojó en las habitaciones que daban a la plaza de los Aljibes, construidas para vivienda de los gobernadores: "Puedes imaginar cuán deliciosamente nos encontramos como dueños de este alcázar, vagando por sus salas y patios a todas las horas del día y de la noche", escribió el escritor a su hermano Peter.

En uno de estos paseos dio con el Peinador de la Reina, "dos estancias de estilo europeo edificadas sobre una galería árabe", como describe Cristina Viñes en su libro "La Alhambra que fascinó a los Románticos". Se sintió tan a gusto, que decidió instalarse allí, desde donde llenó de mitos, leyendas y descripciones, sus cuadernos de notas. Cuando abandonó definitivamente la ciudad, como un Boabdil romántico, dejó escrito: "Cuando miré por última vez la Alhambra desde la carretera de montaña de Granada, me sentí como un marinero que acababa de abandonar un puerto tranquilo para adentrarse en un mar tormentoso y traidor".

En 1831 fue Richard Ford el que llegó a la ciudad con su familia. Se instaló en primer lugar en la fonda del Comercio y de ahí, a las habitaciones que unos años antes había ocupado el autor de "Cuentos de la Alhambra". "Para comprender la Alhambra escribió el hispanista londinense es preciso vivir en ella y contemplarla en la semioscuridad del atardecer... En una noche serena de verano todo vuelve de nuevo al pasado y al moro, y entonces cuando la luna flota sobre ella en el aire... los rayos difuminados tocan con su punta los arcos de filigrana y dan una profundidad a los salones más lejanos que duermen en la oscuridad y en el silencio...". En 1833, volvería para alojarse en este caso en la Casa del Observatorio, también conocida como casa de Sánchez, por haber sido durante un tiempo la casa de un mulero con este nombre, en la zona del Partal.

Hospederías de la calle Real

El testimonio de aquel turismo de élite convirtió a Andalucía en la meta obligada de los viajeros del siglo XIX. Tras los pasos de Irving y Ford, como antes de Chateaubriand, Lord Byron, Borrow, Delacroix, David Roberts, Merimée, Gautier o Dumas, llegaban a la ciudad numerosos viajeros que pedían alojarse en la Alhambra.

Se prohibió dormir en los palacios y, el aumento de la demanda, favoreció la apertura de varios alojamientos en la Colina Roja. Uno de las primeros en inaugurarse fue la fonda de San Francisco, abierta en el que fuera primer convento establecido en Granada por los Reyes Católicos, y desde 1945 Parador de Turismo, uno de los más emblemáticos de la red.

Coetánea fue la pensión Alhambra; enfrente, se abrió la pensión Carmona y, un poco más abajo, el Polinario, donde vivió una temporada Santiago Rusiñol.

La fonda de los Siete Suelos

Fuera de los muros de la ciudad nazarí se hizo muy popular la fonda, luego hotel de los Siete Suelos. Inaugurada en la segunda mitad del siglo XIX, en sus inicios ofrecía muy pocas comodidades: "Un cuarto modesto y un comedor, tienda de campaña al aire libre, cenadores donde poder leer y escribir durante las horas de calor, la Alhambra a un paso, los bosques en torno ¿qué más podía desear?", así la describe el escritor cántabro Amós de Escalante en su libro "Del Manzanares al Darro".

Lo mejor del establecimiento, era su excelente ubicación, al borde de una avenida de olmos, rodeado de agua cristalina y sonido de pájaros. El hotel era una casa de tejado plano con un pequeño jardín dispuesto en terrazas. Hans Christian Andersen, Cánovas del Castillo, el violinista Pablo Sarasatge, se alojaron allí. El pintor sueco Hugo Birger, incluso se enamoró en este hotel y se casó con Matilde, la hija de José Gadea, el propietario de la fonda.

En sucesivas reformas se convirtió en uno de los locales más modernos del recinto. Contaba con un popular jardín de té donde se servían "todos los lujos del confort de mediados del siglo XIX, como leche fresca, huevos, chocolate y vino. Éste era un lugar inigualable, pues los viajeros podían cómodamente con un lápiz y un libro, pasarse todo un día" ("Viaje a un oriente Europeo". Centro de Estudios Andaluces).

En 1936 el Estado compra, por 140.000 pesetas, el edificio para su demolición, porque suponía "una absurda pantalla que impedía la contemplación de uno de los más importantes y grandiosos detalles de la fortaleza mora", se lee en la edición de IDEAL del 4 de octubre del 36. La idea era poner en valor la puerta de los Siete Suelos. Con el derribo caería la placa colocada en la fachada que recordaba la estancia, en 1870, de Mariano Fortuny.

Otros hoteles, otros viajeros

En la década de 1860 se inauguró el Washington Irving. Considerado como el más cómodo de toda Granada durante el siglo XIX, estaba muy cerca de la entrada al recinto "como un nido en medio de los olmos y álamos" en opinión de W.A. Tollemache. Allí se alojó, escondida tras el pseudónimo de Condesa de Juby, Sissi, la esposa del emperador Francisco José de Austria. Más pequeña era la fonda Ortiz, construida a las puertas de la Alhambra, en el camino del Generalife.

El lujoso hotel Alhambra Palace

Construido a iniciativa del Duque de San Pedro Galatino, pretendía satisfacer las expectativas de los turistas de clase alta. Se levantó en el paraje de Peña Partida, con excelentes vistas a la ciudad. Desde que lo inauguró, en 1909, el rey Alfonso XIII, figuró entre los mejores de Europa y era el único que ofrecía agua caliente y fría en todas sus habitaciones. Con capacidad para 220 viajeros, un prestigioso cocinero francés justificaba los precios de las comidas: 5 pesetas el almuerzo, 7 pesetas la cena. Tenía casino, teatro y cine. Precisamente para que los socios del casino pudieran volver a la ciudad sin problemas, el duque consiguió de la Compañía de Tranvías que el de cremallera que subía por la Cuesta del Caidero prolongara sus horas de trayecto hasta la madrugada.

Bibliografía

'La Alhambra que fascinó a los Románticos'. Cristina Viñes. Patronato de la Alhambra y el Generalife. Granada, 2007

'La Alhambra vivida'. Pedro Galera. Patronato de la Alhambra y el Generalife. Granada, 2010

'Viaje a un oriente europeo: patrimonio y turismo en Andalucía: (1800-1929) Luis Méndez Rodríguez, Rocío Plaza Orellana y Antonio Zoido Naranjo. Centro de Estudios Andaluces. Sevilla, 2010

'Posadas y Fondas'. César Girón. Ideal, 24 de diciembre de 2007

'Recuerdos de la Pensión Alhambra'. Juan Bustos. Ideal, 7 de junio de 2003

'El hotel Alhambra'. Juan Bustos, Ideal, 21 de diciembre de 1998

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