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Alejandro Dumas. Archivo de IDEAL
Una pedrada a Dumas

Una pedrada a Dumas

145 años después de la muerte del célebre escritor recordamos un curioso episodio acontecido durante su visita a Granada

Amanda Martínez

Sábado, 26 de diciembre 2015, 16:59

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En 1846 el escritor Alejandro Dumas pasó unos días en Granada en el transcurso de un viaje por el país. Gracias a internet, el retrato que el escritor hace de la ciudad está a un golpe de clic de manera que este artículo es solo un aperitivo que sería interesante completar con la lectura del libro Impresiones de viaje: de París a Cádiz o con Cuatro días en la Granada de 1846, publicado en 1996 por la Fundación Caja de Granada y el Ayuntamiento con motivo del 150 aniversario de aquel periplo.

Manuel Orozco escribió en las páginas de este diario (Historia de un ladrillazo. Dumas en Granada. IDEAL, 9 de noviembre de 1989) que, para un romántico como Alejandro Dumas (Villers-Cotterêts, 24 de julio de 1802-Puys 5 de diciembre de 1870), encontrarse con Granada fue encontrarse con la «fuente de toda emoción estética, en donde confluyen las más exaltadas emociones existenciales». El escritor viajó por España entre octubre y noviembre de 1846 para asistir a la boda del duque de Montpensier, hijo de Luis Felipe, con la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, y de la propia reina con Francisco de Asís. Le acompañaban su hijo Alejandro, su colaborador Auguste Maquet, los pintores Louis Boulanger, Adolphe Desbarrolles y Eugène Giraud y un pintoresco sirviente abisinio que, tal y como cuenta Nicolás Ortega en su artículo Las andanzas de Dumas por España publicado en revistadelibros.com, era «bebedor y olvidadizo, y algunos han considerado el precedente del Passe-Partout de La vuelta al mundo en ochenta días».

El grupo entró en el país por Irún y pasaron por Burgos. Llegaron a Madrid donde asistieron a la boda y a las fiestas que le sucedieron, y continuaron el viaje por Toledo, Aranjuez, La Carolina y Bailén, Jaén, Granada y Córdoba para salir apresuradamente al cabo de dos meses en dirección a Argelia. Cuenta Juan Bustos (IDEAL, 19 de diciembre de 2001) que Dumas se había comprometido a enviar crónicas de su viaje al periódico La Presse de París pero, como no lo hizo, «lo demandaron judicialmente, así que tuvo que escribir sus impresiones deprisa y corriendo, lo que hizo inspirándose con el mayor descaro en las de otros viajeros que le habían precedido, sobre todo Laborde y Gautier, tomando del primero datos históricos y monumentales, y del segundo, las referencias pintorescas y de ambiente».

Entre 1847 y 1848 Alejandro Dumas escribió sus andanzas presentadas de forma epistolar. Un libro en el que, a diferencia de otros viajeros, no presta tanta atención a los aspectos históricos o artísticos de las ciudades por las que pasa,

a excepción quizás de Granada, sino que despliega su talento novelesco y ofrece un viaje lleno de aventuras, peripecias y cómo no, de tópicos. Una España de pandereta, de bandoleros y pícaros, anclada en el pasado.

Calle Silencio

En Granada, Dumas y sus acompañantes se hospedaron en una casa de la calle Silencio donde, continúa Bustos, «debió sorprender no poco la estampa de los viajeros, ataviados con pintoresca indumentaria, sino mucho más el arsenal que guardaba el equipaje del escritor, una colección de rifles, pistolas y trabucos, que le había dejado pasar sin mayor inconveniente la aduana de Irún». En nuestra ciudad, como en el resto de España, las autoridades y los intelectuales, agasajaron al novelista con extrema generosidad y cortesía, «soy más conocido escribe, y tal vez más popular en Madrid que en Francia». Se llegó al extremo de que la empresa del teatro Principal -el que conocimos con el nombre de Cervantes-, incluyó en sus programas bailes típicos granadinos que no estaban previstos, para que fueran admirados por el ilustre visitante.

Por su parte, el autor de El Conde de Montecristo, descubrió en Granada la ciudad romántica ideal, deslumbrante, violenta y ruda: «piense usted, señora, que Granada es el país más bello del mundo; piense que se aspira durante todo el día todos lo perfumes que el sol roba al toronjil, y la violeta a la rosa», comienza su descripción, que continúa «Granada es una ciudad de casas bastante bajas, de calles estrechas y tortuosas: sus ventanas cuadradas y casi siempre sin exorno alguno, están cerradas por verjas de hierro, a veces cruzadas y entretejidas de tal modo, que es difícil pasar el puño a través de ellas. Al pie de esas rejas, van a suspirar de noche los granadinos enamorados.

Una pedrada de novela

Sin embargo, el paso de Dumas por España dejó también un sentimiento de orgullo nacional herido. Describe un país atrasado y salvaje y, como ejemplo, una de las anécdotas que relata en el libro y que tiene como protagonista esta ciudad. Ocurrió la tarde 29 de octubre de 1846. Tras una visita a la Alhambra, el grupo bajó a la casa de Couturier, pintor y fotógrafo francés, que hacía de cicerone de sus paisanos. La vivienda estaba en la plaza de Cuchilleros, que, volviendo al artículo de Orozco, era un lugar de posadas y fondas, donde paraban las diligencias y postas, «al que llegaban los viajeros intrépidos que cruzaban las rutas polvorientas de la España de la guerra y los bandoleros».

En el periódico El clamor público del 4 de noviembre de 1846, acusan la prepotencia del francés con esta crónica de los hechos: «Hallábanse estos en casa de un retratista al daguerreotipo, también francés, viendo una danza de gitanos, a los cuales habían hecho subir a la azotea, y en ella estaban divirtiéndose. En esto, sin saber de dónde, vino una piedra y dio en la frente al hijo de Dumas, haciéndole una ligera contusión. Alarmados con aquel acontecimiento, y furiosos de cólera todos los franceses que allí se hallaban, bajan a la calle para averiguar la casa de donde había salido la piedra. Uno de los gitanillos parece que indicó ser la del arquitecto don José Contreras, que vive en frente, y sin más averiguación, y sin acudir en queja a la autoridad competente, como debieron hacerlo para que ella sola fuese la que castigase al delincuente luego que hubiese sido descubierto, se lanzan todos dentro de la casa, penetran en las habitaciones, y encontrando en una de ellas a uno de los hijos del arquitecto, que se hallaba dibujando, le acometen, le golpean fuertemente, y aun le amenazan de muerte con armas que todos llevaban».

En El Católico del 10 de noviembre se lee: «Anteayer, por la casualidad de no estar en su casa el honrado arquitecto Contreras, se evitó que tal vez no hubiera podido regresar a su país M. Alejandro Dumas, [...] encontrándose éste con los seis que le acompañaban, y un hijo de menor edad en un piso alto de la placeta de Cuchilleros, viendo, según dicen, una danza de gitanos, una china despedida, no se sabe de qué parte, hirió en la mejilla al niño Dumas, cuyo padre, creyéndola tirada de casa de Contreras, se lanzó a ella con sus seis compatricios con estoques y puñales en mano, y a pesar de no encontrar más que señoras y niños, trataron a aquéllas grosera y villanamente, de palabra y hecho, llegando hasta el caso de decir que para cada francés eran necesarios cuatro españoles. Por fortuna, como dejo dicho, no estaban en el acto ni Contreras ni sus hijos: y es bien seguro que, a haber presenciado tal atropllo, la mitad por lo menos de los que lo causaron no salen vivos de su casa. [...] Me parece que, si seguimos así, llegará día en que hasta los afiladores y conductores de monas nos exijan que seamos sus limpiabotas». (Más información en el artíulo: Los Dumas en Granada (1846): versiones distintas de una fiesta gitana accidentada)

Los viajeros saldrán en estampida de Granada a la hora del alba, «huyendo de alcaldes, corregidores y, sobre todo, escribanos- y con el susto de unos gendarmes que temen que les persigan». Pero Dumas no se venga de Granada, sino que supo darle «elegancia y dignidad» concluye Orozco.

Dumas hizo literatura de sus aventuras granadinas, una visión más imaginaria que real que se suma al exótico y romántico retrato de la ciudad que ofrecieron escritores como Chateaubriand, Richard Ford, Gautier, Hans Christian Andersen o Lord Byron.

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