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Roma no paga traidores

El debate fue un modelo de demagogia. Parecía una cacería sin cuartel, una jauría encelada en destruir al Partido Popular y sobre todo al presidente del Gobierno, alicaído y entregado, casi dispuesto a perder la moción sin desenmascarar a quienes le habían traicionado

JERÓNIMO PÁEZ

Miércoles, 6 de junio 2018, 10:19

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Aunque hoy día todo pasa con tal rapidez que lo que sucedió ayer, al día siguiente casi es pasado, probablemente la victoriosa moción de censura puede que deje una huella que perdurará en el tiempo.

Fue un hecho insólito por su novedad, por la audacia de quién la lanzó, pero sobre todo por el espectáculo que protagonizó. Aunque ya leemos en algunos medios de comunicación que hay que pasar página, que lo importante es ver cómo funciona el nuevo Gobierno, qué decisiones toma, qué ministros nombra, etc., conviene no olvidar lo sucedido, porque revela hasta qué punto se ha degradado la política española.

Se suele decir que la política hace extraños compañeros de cama dado que quienes a este oficio se dedican, gustan incluso de alianzas contra natura, con la finalidad de alcanzar el poder a cualquier precio. Sin embargo, no es frecuente que se produzcan 'ménage à trois'. Pero como quiera que últimamente se ha puesto de moda innovar en todos los sentidos, Pedro Sánchez, el líder socialista, osado donde los haya, decidió saltar al ruedo, desprevenidos como estaban sus principales contrincantes, descolocar a Rivera que pagó su bisoñez y desalojar al presidente Rajoy, hundido por una reciente sentencia judicial que debía haber sido mesurada –y no está claro que lo sea– dada la trascendencia de la misma. A veces da la impresión que algunos miembros de la judicatura, que aman el estrellato, han olvidado que no son infalibles y sobre todo que el poder judicial es uno de los tres grandes pilares del Estado.

«Hágase justicia aunque se hunda el mundo», suelen decir los más radicales, pero ya escribían al respecto algunos de los grandes humanistas del Siglo de Oro, entre otros el hoy día olvidado Fray Antonio de Guevara en su 'Relox de príncipes' (1529): «Ay del país en el que los jueces no ponen los ojos sino en lo que han de castigar». Y añadía: «Cuántos jueces hay hoy día que con el pretexto de velar por la justicia echan a perder la 'res publica', porque no fue por el celo en aplicarla sino por el deseo de alcanzar fama, que se dejaron llevar por la malicia y negaron su propia naturaleza».

Pero los 'ménage à trois' según los expertos, son relaciones peligrosas que puede que generen placer y pasiones, pero son efímeras y destructivas. No hay pasión feliz decían los románticos, pero aun así Pedro Sánchez no lo dudó.

Consiguió la victoria traspasando todas las líneas rojas. Pactó con los populistas siempre prestos a hacer todo tipo de concesiones si pueden saborear las delicias del poder, que difícilmente consiguen por vía electoral. Incorporó a los nacionalistas vascos y catalanes por la simple razón de que ellos saben que cuanto más débil sea el poder central más réditos obtienen.

El debate fue un modelo de demagogia. Parecía una cacería sin cuartel, una jauría encelada en destruir al Partido Popular y sobre todo al presidente del Gobierno, alicaído y entregado, casi dispuesto a perder la moción sin desenmascarar a quienes le habían traicionado. «Roma no paga traidores», decían los antiguos. No lo tenía fácil o simplemente se sintió acosado y decepcionado pensando con razón que no se merecía este final, y no quiso reaccionar. Decidió encerrarse en sí mismo y en sus ensoñaciones y dejó a uno de sus D'Artagnan subir a la palestra para que lo defendiera, en vez de morir matando. Creo que fue un error. Insondables son los abismos de quienes de la noche a la mañana se hunden sin saber realmente por qué y muy posiblemente sin merecerlo. Debía haber dimitido evitando su triste final y esta situación de zozobra que nada bueno augura. Tarde o temprano, más bien lo segundo, dimitirá. Puedo decir, pero no quiso –quizás por un exceso de pudor o de dignidad– que entre los que allí votaban había algunos que difícilmente podían tirar la primera piedra y sobre todo que había un partido mucho más corrupto, precisamente los herederos de Convergencia y Unión que junto con Esquerra Republicana habían generado un enorme daño a España, mucho mayor que la corrupción del Partido Popular.

No se merecía Rajoy el trato que recibió. Cuantos allí intervinieron deberían al menos haber reconocido que había conseguido que una España a punto de ser intervenida se recuperara económicamente, hasta el extremo de sorprender a Europa y casi a nosotros mismos.

Con estos mimbres difícilmente podrá Pedro Sánchez resolver los problemas que tenemos planteados. Cuesta creer que pueda encontrar una fórmula para consensuar un modelo integrador de la convulsa situación autonómica de España. Difícilmente, los independentistas que hoy día gobiernan Cataluña y han generado una crisis sin precedentes, junto con los nacionalistas vascos que no se opusieron radicalmente a la tragedia del terrorismo, vayan a contribuir ahora a crear un modelo integrador, y no a dinamitarlo.

Cuando uno observa que no existen crisis identitarias en la Cataluña y el País Vasco francés, puede llegar a pensar que quizás tenga que ver con el hecho de que el jacobinismo del país vecino nunca se ha permitido veleidad alguna con los nacionalismos irredentos.

Lo que procede, y lo lógico tras la experiencia vivida, es reformar la Constitución para que la minorías nacionalistas no puedan decidir nuestro futuro. Difícilmente estarán de acuerdo.

Y es que como podemos leer en L'Histoire, esa gran revista francesa, cuando se pregunta ¿qué es ser español?, dice «la Constitución española fundada sobre la unidad indisoluble de la nación pretendía además garantizar el derecho a la autonomía de las nacionalidades y las regiones que la componen, quería realizar una síntesis delicada y única en Europa». Puede que ningún otro país europeo se hubiera propuesto tal objetivo. Esta síntesis hoy día es el nudo gordiano de nuestra existencia como nación.

Tampoco se presenta nada fácil en estos tiempos en los que se promete más de lo que se puede cumplir, crear un nuevo modelo económico que no defraude a quienes se pretende beneficiar, sin que se sepa bien cómo hacerlo.

Va a necesitar Pedro Sánchez la sabiduría política de Maquiavelo, el puño de hierro de Bismarck y la astucia de Fouché para poder llevar el barco a buen puerto, con una tripulación donde abundan los prestidigitadores, los rufianes y los Judas que él mismo ha potenciado. Demasiadas nubes en el horizonte.

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