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El presidente del Gobierno, Alfonso Suárez, en un discurso en el Congreso. / Archivo
Suárez, o la desmedida ambición democrática
aDIÓS AL PADRE DE LA TRANSICIÓN

Suárez, o la desmedida ambición democrática

Supo ponderar las unidades de destino en lo universal de España, una tarea difícil porque todo un pueblo estaba encerrado en una ordenada y asfixiante democracia

JUAN GUILLAMÓN , EXPRESIDENTE DEL CDS MURCIA

Miércoles, 26 de marzo 2014, 20:15

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Valga esta reflexión acerca de los elementos que hacen de Adolfo Suárez la clave bien positiva de una evolución política, tasada en términos de democracia, como jamás se hubo dado en España. Y eso que el punto de partida era de estructura bien endeble a los efectos de fortificar una nueva manera de ver las cosas, bien sea porque el punto de vista ideológico el país estuviera anquilosado, bien porque, de una u otra forma, ponderar las unidades de destino en lo universal de España no era lo que se dice fácil si pensamos que todo un pueblo estaba encerrado en una tan ordenada como asfixiante democracia orgánica inventada por quien, sin duda, se creyó ungido para implantar lo que hoy en el mundo sería el sistema político menos recomendable.

Adolfo Suárez hubo de perder no pocas energías en disponer argumentos constantes para defenderse de los inmisericordes ataques que por cualquier flanco recibió en pago a su pasado azul. Durante el tiempo preciso dominó el Duque la situación inicial, justo hasta el momento en que la democracia se dio por instalada, con intento de golpe de estado por medio que de haber dado resultado hubiera sido espantoso para nuestro futuro.

Circunstancias lamentables colocaron a Suárez en el mejor papel que la Historia le hubo reservado: patriarca comprometido hasta la muerte con los suyos. La enfermedad más terrible hizo mella en el entorno familiar y provocó la reacción más noble que pudiera esperarse de nuestro mejor presidente de Gobierno: Mandó a paseo todo lo que en ese momento no fuera esencial para obtener energías suficientes capaces de paliar el dolor familiar: fuera CDS, fuera militantes buenos y mediocres; adiós al conjunto de representantes en el ámbito institucional del partido; renuncia a todo debate político oficial; alejamiento de aquellos centros de decisión que pudieran haberse visto violentados por la presencia cercana de un hombre tan brillante como lo fue Suárez.

Todas las energías que el Duque reservaba las empleó en dar amor a su familia. Por eso, porque atinó en elegir lo más importante de su vida, porque primero es lo primero y el resto puede esperar (el Mundo y España, incluidos), Suárez es querido y admirado por todos: por los que lo vituperaron, por los que le quisimos y creímos en él, por los que se sintieron traicionados en alguna medida y, en general, por todo un país agradecido que ha visto en su persona ahora, con pie en el estribo y las ansias de muerte- a uno de los artífices más ejemplares que la política española ha tenido a lo largo de su Historia.

Suárez fue el gran transgresor para fortuna de los que hoy vivimos en España; el hombre capaz de quebrantar, violar incluso, los preceptos vigentes en la Dictadura. Eso sí, lo hizo con elegancia y sin temblarle el pulso. Así debía ser, nunca de otra manera. Esa transgresión permitió el cambio de tono político, tan importante, y la acción vigorosa por la que se pasó de una situación anómala a la actual: una consolidada democracia cuya edad se aproxima a los 37 años.

Suárez, el transigente, es el paradigma de saber consentir parcialmente con lo que, en apariencia, no se presentaba como justo o verdadero, con tal de acabar con las diferencias; o sea, la tolerancia sabiamente ejecutada, y la eliminación, por conveniente, de ajustar cuentas con el pasado, esto es, de lo que entonces sería reconocimiento a la memoria histórica y hoy improcedente impulso legado por el gobierno de Zapatero.

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