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Reparto semanal de agua embotellada en el edificio de usos múltiples de Alamedilla. JORGE PASTOR

Los vecinos de Alamedilla llevan ya un año sin beber agua del grifo por los niveles de nitratos

Según el Ayuntamiento, el manantial principal del pueblo está esquilmado por dos pozos ilegales y critica a la Confederación por no precintarlos pese a la situación límite

Jorge Pastor

Granada

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Viernes, 27 de octubre 2017, 11:33

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Once de la mañana en Alamedilla. Blasa, la concejala de Cultura y Festejos, abre puntual el portalón del edificio de usos múltiples. Unos cuarenta parroquianos, circunspectos, aguardan el reparto. Esta semana ha caído en jueves. El Ayuntamiento avisa con dos días de antelación. Coloca carteles por todo el pueblo y los vecinos, algo más de seiscientos, van pasando poco a poco a lo largo de la mañana. Tienen derecho a catorce litros por persona -dos diarios-, pero la distribución resulta más sencilla en envases de ocho y por eso salen a algo más. Les alcanza para beber y cocinar hasta la semana siguiente. La colada y el aseo los hacen con el agua que llega a sus domicilios. Agua no potable porque los niveles de nitratos superan el límite de cincuenta miligramos por litro recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Tomarla sería muy perjudicial. La Junta de Andalucía la considera 'no apta' desde hace ya más de un año, cuando el manantial de Gante Santerga quedó esquilmado y el Consistorio, que atribuye esta situación a unos pozos ilegales, se vio en la obligación de acudir a las fontanas del Borbotón y la Sierrecilla, cuyos caudales superan esos cincuenta miligramos de nitratos debido a la filtración de los productos que se emplean en la agricultura.

En la cola, esperando su turno, está José Cárdenas, jubilado. «A mis 87 años no me imaginaba que tendría que vivir esto», comenta lacónico. «Antes el agua caía sola por el cerro». A su lado Antonio, su amigo, de 78 años. También pensionista. «Menos mal que al menos el Ayuntamiento nos da esto», refiere mientras señala las botellas que María José arrastra como puede. Esta alamedillera de 45 años tampoco disimula su cabreo. «Que lo vea todo el mundo», recalca para que tome nota el plumilla. También espera la vez Francisco Padilla, parado de 61 años. «Esto es tercermundista, increíble que esté sucediendo en un pueblo aquí, en Europa». Cerca de él, Óscar, de 36 años, se afana en cargar las garrafas en el coche. El maletero, hasta los topes. «Las recojo y las reparto a toda la familia; la situación es lamentable».

Voluntarios

Mientras tanto, más voluntarios van llegando para echar dos manos al edificio de usos múltiples. Mover casi diez mil litros de agua en tres o cuatro horas cansa. Cansa mucho. Las espaldas se resienten, pero no los ánimos. Trini, Juan, Yolanda... sudan la gota gorda acarreando de acá para allá mientras Blasa, la concejala, repasa los listados para surtir a todo el mundo. «¿Alguien de la calle Iglesia?», pregunta en voz alta. «Sí», responde Antonio a lo lejos.

¿Cómo ha llegado Alamedilla a esta situación? El alcalde Torcuato Cabrerizo lo tiene clarísimo. El acuífero de Gante Santerga, que aportaba el setenta por ciento del abastecimiento de Alamedilla, no da más de sí porque les están robando el agua. Cabrerizo tiene perfectamente localizados los dos sondeos -fraudulentos, según él- que les obligan a bombear desde Borbotón y la Sierrecilla, más permeables a los fitosanitarios que se usan en el campo y cuyas tasas de nitratos se sitúan por encima de los cincuenta miligramos. Los análisis llevan un año dando positivo. Lo que sale por el grifo no se puede consumir.

«Todo empezó en mayo de 2016, cuando comprobamos que los depósitos estaban bajando», explica el regidor. Se encendieron las alarmas. Responsables municipales, acompañados por agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, visitaron el terreno y realizaron un informe que incluía las coordenadas de esas dos perforaciones junto a Gante Santerga. Según Torcuato Cabrerizo, con una de ellas están regando 86 hectáreas. Y con otra, diez. Casi un millón de metros cuadrados plantados de olivos. El Ayuntamiento remitió este documento a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG) y le pidió que aclare si existía autorización y, en el supuesto de que no la hubiera, que actuara por la vía de urgencia. «Hasta agosto no nos respondieron; nos dijeron que no les constaba que hubiera concesión», apunta Torcuato Cabrerizo, quien añade que desde que se inició el expediente, hace quince meses, se han enviado más de quince comunicaciones a la CHG pidiendo el cierre inmediato de esos pozos. De forma paralela, el Ayuntamiento ha recurrido a la vía judicial. El asunto está en manos de un juzgado de Jaén -las captaciones, muy cerca del histórico puente de Hacho, se localizan en territorio jienense-.

El Ayuntamiento lo tiene claro. La primera medida que se debe adoptar es que se restablezca la normalidad en el suministro. Un año es una eternidad tratándose de algo tan básico como beber agua. La indignación va 'in crescendo'. Los hontanares de Borbotón y la Sierrecilla no valen. Tienen nitratos y tampoco cubren las necesidades de una población como Alamedilla. Ni en verano, ni en invierno. Las restricciones son diarias. Por las mañanas de nueve a dos y por la tarde de seis a once. «Para que la gente pueda ducharse al menos cuando venga de trabajar», dice el alcalde, que todas las semanas tiene que firmar una factura de mil euros en concepto de 'agua'. Una auténtica losa, 54.000 euros anuales, para un municipio que apenas cuenta con un presupuestos de 600.000 euros para afrontar todos los gastos de gestión, pagar al personal y afrontar inversiones que siempre son necesarias.

«La gente nos pide que intentemos solucionarlo cuanto antes, pero nos sentimos desamparados por el organismo regulador de la cuenca, la Confederación», dice Torcuato Cabrerizo. «Pero que quede claro que nuestro problema no es la sequía; nuestro problema es que nos están robando el agua».

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