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FOTOS: JUAN ENRIQUE GÓMEZ

La ruta granadina de los sultanes muertos

Viajaron desde la Rauda Real a un desconocido destino más allá de la Alhambra, donde dejaron sus tumbas | De Granada a La Zubia, Alhendín, Gójar, El Manar, Padul, Dúrcal, el río Torrente y Mondújar, el castillo de Zorayda

Juan Enrique Gómez y Merche S. Calle

Martes, 31 de octubre 2017, 13:05

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El sonido de los cascos de una larga recua de acémilas, mulos y asnos, se alza sobre el silbido del viento que desde las laderas de Sierra Nevada baja hacia la gran rambla formada por la confluencia de las aguas del Darro y el Genil, a las puertas de la capital del Reino de Granada, del hogar de la Casa de Nasri, de los nazaríes, que durante tres siglos dirigieron los designios del sureste de Iberia. Caminan despacio, cargados con extraños y preciados fardos envueltos en cajas y telas blancas desde los que emana un agridulce aroma de muerte.

En 1492, Boabdil, exhumó los restos de sus antepasados y los llevó con él hasta los cerros de Mondújar, a un ‘valle de los reyes’ aún por descubrir

Forman parte de una larga comitiva que se aleja de la ciudad, a escondidas, en silencio para no llamar la atención de sus habitantes sobre la preciada carga que transportan, para no desvelar que sobre las caballerías viajan los cadáveres de los sultanes de la Alhambra, sus esposas, concubinas, hijas e hijos muertos, algunos asesinados con las cabezas separadas de sus troncos, pero todos ellos miembros de la última estirpe que reinaría en Granada.

Al frente del triste cortejo, un hombre viaja a caballo tras acometer uno de sus más duros designios. Boabdil, el último rey nazarí, ha exhumado los cuerpos de sus antepasados, ha vaciado las tumbas de la Rauda Real de la Alhambra, a extramuros de los Leones, a las puertas del Partal, para que los cadáveres de los reyes no puedan ser profanados y darles una nueva tierra sagrada más allá de las murallas rojas de la Sabika. Vivos y muertos recorren la senda del exilio, el camino que pocos días después el rey Chico volverá a andar, esta vez sin retorno.

De noche salieron del cementerio real para atravesar el Genil ocultos a los ojos de la ciudad

“Hay un silencio hondo y misterioso, aquí en la Rauda real, el macaber dinástico de la Alhambra, un silencio que solo puede entenderse por la cercanía de los cipreses”. Es la frase que el escritor Antonio Enrique, en su libro ‘Boabdil, el príncipe del día y la noche’, utiliza para mostrar la sensación que envuelve a quienes abren, una a una, a golpe de azada, las tumbas de la vieja Rauda, bajo la triste mirada del sultán. “Él, El hombre que mira, es el último de estos reyes. Lo sabe, sabe que con él termina la dinastía, y por eso está haciendo lo que hace: desenterrarlos, para llevárselos consigo… Todos tienen la cabeza al mediodía, ligeramente vuelta hacia la Meca ...” escribe Antonio Enrique en una obra en la que la exhumación de los emires granadinos, la evacuación de las sepulturas de la ciudad palatina, a pocos días de la partida final de Boabdil, en 1492, es el hilo conductor de la narración, el escenario donde el Boabdil cuenta la historia de su Casa, de los 23 sultanes que le preceden, en su mayoría habitantes mudos de las tumbas que se veía obligado a abrir y a quienes temía despertar.

Cinco siglos después, el silencio aún habita entre las piedras de la vieja Rauda, donde perviven las tumbas vacías, el lugar donde laureles, hiedras y cipreses retoman la tierra que perteneció a los muertos, decenas de almas arrancadas de su eterno descanso para viajar hacia un destino no desvelado. Nadie sabe dónde están los sultanes de la Alhambra, donde reposaron tras ser arrojados de su macaber palatino. Los historiadores no han podido determinar si Boabdil se los llevó consigo a Laújar de Andarax y después los embarco hasta Fez (su última morada) o si los dejó enterrados en las laderas del cerro del Castillejo, en Mondújar, a las puertas del Valle de Lecrín, bajo las almenas del castillo de Zorayda, la cristiana que enamoró a su principal enemigo y padre: Muley Hacen.

Nadie sabe cuál fue el camino de los muertos, la última ruta de los sultanes, la senda de las acémilas hacia el sur. Antonio Enrique investiga el conocimiento de la historia para marcar algunos puntos sobre los que dibujar un trazado imaginario, pero posible a la luz de la orografía y los vestigios dejados por el tiempo. Es la ruta de los sultanes muertos.

No era fácil abandonar la Alhambra sin ser vistos. Boabdil pactó con Fernando el Católico sacar los cadáveres por la noche, alejados de los ojos de la ciudad. Junto a la Rauda, el Real Bajo de la Alhambra, a extramuros de los Leones, camina hacia el Partal y los altos del palacio del Infante (el monasterio de San Francisco) y la torre y puerta de los siete Suelos, una salida directa de la fortaleza hacia las tierras de los Mártires, los caminos de Alixares y la ladera quebrada del actual Barranco del Abogado, donde las caballerías afianzan el paso entre las escorrentías de aguas y tierras llegadas del cerro del Sol. A un lado quedan, cercanos, Mauror y Realejo. Un sendero de muerte que ahora lleva el nombre de Camino del Cementerio, para bajar la cuesta del Caidero y, por los viejos Molinos, llegar a las alamedas del Genil, vadear sus arenas con la vista puesta en las estrellas que marcan el sur, mientras la gran barrera de Sulayr, se extiende en el Levante y deja brillar sus cumbres a la tenue luz de una tímida luna. (...)

Texto completo, vídeo, fotogalería, plano de la Ruta de los sultanes muertos… en Waste Magazine.

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