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Una joven camina bajo el tinao de la calle la Parra, en Capileira.
La Alpujarra de Granada, donde se detiene el tiempo

La Alpujarra de Granada, donde se detiene el tiempo

La comarca alpujarreña se abre al turista para ofrecerle tranquilidad, senderos que surcan paisajes sorprendentes y una rica gastronomía a base de chacinas y productos de la huerta

Jorge Pastor

Lunes, 12 de septiembre 2016, 00:30

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Diez y media de la mañana en Capileira. Sólo se oye silencio. Si acaso, el 'ruido' del agua manando de alguno de los hontanares que hay junto a la carretera que conecta con Bubión. Senderistas tocados con gorro de paja y bastón van y vienen, vienen y van. Un placentero paseo matutino por el barranco del Poqueira, a unos mil quinientos metros de altitud. Quizá el prolegómeno de otras gestas -por ahí pasa el gran sendero Sulayr y el Mulhacén está a tiro de piedra desde el alto del Chorrillo-. Así son los días en el corazón de la Alpujarra. Tranquilidad. Tranquilidad, incluso, pese a la notable afluencia de turistas estas semanas atrás. Agosto es agosto... incluso en la Alpujarra.

Porque sí, la Alpujarra es terreno propicio para el saludable ejercicio de caminar y también, por supuesto, de yantar. De eso sabe mucho Luis, que regenta un negocio de productos alimenticios artesanales en Capileira. Miel, mermelada, caramelos, chocolate, quesos y chacinas. Todo cien por cien alpujarreño. Todo cien por cien exquisito. Los clientes conocen a Luis y Luis conoce a los clientes. Algunos le compran todas las mañana. Un cuarto de kilo de jamón de Pórtugos, dieciocho meses de curación, cinco euros. Servido y pesado. «Hasta luego». «El mes está siendo bueno», comenta Luis. «Como el año pasado», puntualiza. «Aquí no para de entrar la gente, aunque el mogollón de gente viene normalmente entre las doce y media y la una».

Cuesta arriba, a unos cincuenta metros, se encuentra el Servicio de Interpretación de las Altas Cumbres 'Vertiente sur'. De ahí salen los aventureros que anhelan tocar el Mulhacén. Tres cuartos de hora en autobús hasta el Chorrillo, tres horas de subida hasta la cima y luego dos de bajada. «En un día lo haces sin problema», asegura Jorge, encargado de atender este punto de información. «Además -agrega- lo haces acompañado de guías que te van explicando todo lo que te encuentras en el camino». Los usuarios del Servicio de Interpretación son fundamentalmente parejas. También familias -menos-. Respecto a la procedencia, aproximadamente el setenta por ciento son españoles y el treinta por ciento restante, extranjeros.

Buena parte de la vida social de Capileira se desarrolla en la plaza del Calvario, a la espalda de la iglesia mudéjar de Nuestra Señora de la Cabeza, construida en el siglo XVI. María Luisa, jueza de paz por la mañana y bibliotecaria por la tarde, habla con Manolo, el barrendero. Le pregunta por la salud y la familia. Se conocen de toda la vida. María Luisa y Manolo son capilurrios de siempre. Allí, en Capileira, viven en verano y también en invierno. «Ahora hay mucha gente, pero cuando vienen los fríos esto es algo más aburrido», refiere lacónica. «Pero aquí se vive bien», apostilla.

Cerca de allí, en la calle Hornos, Toñi, Antonio y Araceli hablan de lo divino, pero sobre todo de lo humano. De las cosas de Capileira. Toñi ayuda a su hija en la cocina del Fogón de Raquel. Ahora tienen mucho lío -bendito lío-. «Los comensales siguen pidiendo el plato alpujarreño y las recetas autóctonas, pero cada vez hay más que buscan innovación y cocina vegetariana». No tienen que irse muy lejos para llenar la despensa. En Capileira hay fecundas huertas que dan pimientos y tomates de primera.

Como los que produce Antonio Ortiz en la azotea de la casa de dos plantas que tiene alquilada en la misma calle Hornos. Desde ahí arriba el mundo se ve precioso. «Vinimos a Capileira hace tres años, nos enamoramos del pueblo y llevamos aquí desde este invierno», comenta Antonio, todo felicidad, todo cordialidad. Jubilado ya tras una vida dedicada al mundo de la empresa y residencia en Marbella, ahora se dedica a caminar. «Mi gran terapia», afirma. Una horita para allá y otra para acá. Los niveles de azúcar y colesterol, como los chiquillos. «Aquí queremos seguir, posiblemente, hasta que nos muramos», dice Antonio mientras sus dos perritos, Chupito y Lupita, corretean a su alrededor.

Antonio y Araceli, su esposa, tienen la fortuna de compartir lindera con una de las vecinas más insignes de Capileira, la señora María Nieves, con ochenta y nueve primaveras bien llevadas sobre el bastón que emplea para moverse. María Nieves no dudó en posar con donaire para la prensa -véase la página catorce de este periódico-. Lo hizo junto a la fachada encalada de su vivienda en la calle Hornos. Rodeada de flores rojas y rosas. Con una sonrisa de oreja a oreja -y eso que María Nieves aún no sabía que Antonio y Araceli le habían preparado una empanada para el almuerzo-.

Subiendo la calle Hornos, en dirección hacia la casa de la cultura está el Museo, que lleva el nombre del accitano Pedro Antonio de Alarcón, autor de 'La Alpujarra', un libro de viajes escrito a finales del siglo XIX. Allí se puede contemplar una muestra de la arquitectura popular de la zona y se exponen también herramientas y enseres domésticos utilizados en la comarca.

Otra visita obligada para los 'extraños' que eligen Capileira para veranear es 'La exposición'. Un lugar apacible donde ahora muestran sus obras Thierry Van Hecke, Cristóbal y Jaqueline Hoare, Jaime Avilés y Rafael Chacón. Cerámica, tallas en madera y óleos. Escenas de la Alpujarra. Escenas llenas de encanto.

La Alpujarra, donde se detiene el tiempo.

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