Edición

Borrar
El barranco de las flores

El barranco de las flores

En las laderas que desde la Ragua caen hacia el este un escondido paraje se viste de verano con el morado de los letales acónitos | Disfruta del placer de caminar entre pizarras y cauces de arroyos de aguas de hierro en las estribaciones orientales de Sierra Nevada

Juan Enrique Gómez

Jueves, 11 de agosto 2016, 02:30

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El sonido tímido del agua de un pequeño arroyo sorprende entre los resecos pedregales que forman las laderas donde Sierra Nevada confluye con la Alpujarra almeriense. El cauce aprovecha la profundidad de un barranco que desde las cotas altas del Puerto de la Ragua traza un eje verde que alberga un ecosistema ripario (de ribera) en el que logran sobrevivir una nutrida representación de especies de flora y fauna de la alta montaña nevadense muy difíciles de encontrar en otros puntos del parque nacional. Es el barranco del Hornillo, que junto al de los Benaventes, fluyen hacia tierras de Laujar y Ugíjar. Un paraje donde es posible disfrutar del placer del descubrimiento, de observar como entre las escarpadas laderas aparecen parcelas donde los amarillos y pardos, habituales del paisaje veraniego, se tornan verdes, azules y morados, que se alzan hasta más de un metro del suelo y ascienden hacia las cumbres mientras buscan el abrigo de los roquedos.

Son poblaciones de Aconito burnatii, una planta que aunque no es endémica de Sierra Nevada, solo habita en estas tierras y en el monte Orel de Huésca. No solo supone un cambio radical en la imagen del territorio, sino que indica que bajo ellas hay un suelo especialmente fértil, blando y profundo, muy ricos en materia orgánica que permite el crecimiento de especies herbáceas de gran tamaño, que se denominan megaforbias, donde habitan algunas de las joyas vegetales de la sierra, como las primaveras, Primula elatior lofthousei, y la Aquilegia vulgaris nevadensis, que también cubren de colores verde, amarillo y azul, los bordes más umbríos del arroyo.

Tras el deshielo, en el barranco de las flores rebrotan los acónitos desde sus pies agostados el año anterior. Aparecen unas hojas palmeadas entre las que crece un largo tallo en el que nacen pequeñas flores con forma de gorritos de duendes de color azul cuyos pétalos tornan al morado cuando está a punto de fructificar.

Pero esa imagen de una considerable belleza tiene su cara oculta y misteriosa. Los acónitos, incluidas las especies de este género que se cultivan como ornamentales, son plantas letales, poseen propiedades tóxicas que ya utilizaban los griegos y romanos como poderosos venenos que según se utilicen pueden dar lugar a muertes lentas en el tiempo, semanas y meses después de la ingestión de preparados de la planta, o incluso muertes placenteras que llegaron a aplicarse como eutanásicas. A la especie que crece en Sierra Nevada, el Aconito burnatii, los pastores la conocen como Revientavacas porque provoca la muerte del ganado que come sus hojas y flores. ()

Leer el reportaje completo, fotogalerías, fichas de especies y vídeos, en Waste Magazine

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios