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El Cortijo de Nocla, a la entrada de Los Ogíjares, presenta un estado completamente ruinoso tras el incendio del último verano.
Una Historia convertida en ruina

Una Historia convertida en ruina

De los 119 cortijos de la Vega, 46 están ya abandonados pese al gran valor de algunos de ellos

Jorge Pastor

Miércoles, 13 de julio 2016, 01:36

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Imagínese que usted, por cualquier motivo, tiene que desplazarse hasta Los Ogíjares. Lo más probable es que lo haga yendo por la Circunvalación primero y posteriormente por la Ronda Sur. E imagínese también que sólo unos metros después de pasar la rotonda, en aquel paraje que antaño ocupaba en Pago de Darabenaz, en lugar de ese erial donde crecen los cardos borriqueros y los jaramagos, hay una preciosa villa andaluza con un enorme patio, con setos en forma de laberinto, con un aljibe natural 'construido' con las raíces de un árbol y con lugariegos viviendo y paseando por su interior. Pues bien, abandone ahora ese estimulante ejercicio de imaginación y fíjese ahora en la foto a siete columnas con la que se ilustra este artículo. Pues sí. Esa ruina que están viendo ahí, que se llama Cortijo de la Nocla, fue entre los siglos XVII y XX esa preciosa finca con la que hemos fabulado unas líneas más arriba y que ahora es una enorme ruina y también una metáfora de lo que está sucediendo con buena parte del patrimonio de la Vega de Granada. Patrimonio que históricamente siempre ha estado vinculado, por otra parte, al principal uso que se ha dado a estos terrenos: la agricultura.

Las claves

  • -Presión urbanística. La principal amenaza del patrimonio de la Vega es el crecimiento urbanístico. Donde hay un cortijo se levanta un bloque de viviendas. La presión ha bajado con la crisis.

  • -Protección. Uno de los objetivos del Plan Especial de la Vega es la protección de las singularidades de este espacio. El debate está abierto.

  • -Identidad. Colectivos como 'Somos Vega, somos tierra' consideran que la Vega es un elemento identitario de los municipios.

Los datos que maneja la Asociación 'Somos Vega, somos tierra' dejan poco lugar a las dudas. De los 119 inmuebles clasificados como 'cortijos', 71 se encuentran en buen estado, pero lo más preocupante es que ya se contabilizan 46 que están abandonados, de los cuales 28 están en unas condiciones asimilables en mayor o menor medida al Cortijo de la Nocla. O están derrumbados o están en peligro de venirse abajo y convertirse en montañas de ladrillos donde crecen las malas hierbas. Los lectores atentos habrán observado que, en efecto, 71 más 46 suman 117. E inicialmente hablábamos de 119. No, no es un error matemático del que suscribe. Es que hay dos que han desaparecido. Que ya no existen.

El Caso del Cortijo de Nocla es arquetípico. Originariamente lo que allí hubo fue una almunia, una casa rural y de recreo durante la época musulmana. Después de la Reconquista, los Reyes Católicos dividieron esta zona, el Pago de Darabenaz, en cortijadas de 150 'marjales' -unidad de medida de superficie utilizada por los nazaríes y que equivale a 528,42 metros cuadrados-. La Nocla, reformado en el siglo XVII, pertenecía a la Marquesa de Ybarra, que terminó cediéndolo a la Iglesia. Mantuvo su esplendor y sus preciosos jardines durante tres centurias. El verano pasado, en agosto, un incendio terminó con lo poco que aún seguía en pie.

Catalogación

Uno de los mejores conocedores de estos parajes y de todo lo que hubo en ellos es José Castillo, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Granada. Considera que tras la aprobación del Plan de Ordenación de la Aglomeración de Granada (POTAUG), el proceso de decadencia de estas construcciones «se ha frenado porque se catalogaron algunas de ellas, las que tenían mayor valor, pero no otras muchas». Castillo explica que es bastante habitual que estos caserones estén al cuidado de guardeses y en algunos casos, incluso, con parcelas cultivadas normalmente en régimen de arrendamiento. «La mayoría -añade- están cerrados, con cierto control por parte de los dueños, pero infrautilizados». También hay unos cuantos, muy pocos, que han sido reformados para darles otras utilidades relacionadas con el alojamiento, como el hotel rural La Marquesa, o como establecimientos donde se celebran banquetes. «Siempre es positivo que se rehabiliten, aunque lo realmente relevante sería que se respetara el uso agrícola que siempre han tenido», dice Castillo.

Una de las iniciativas que han surgido en este sentido es el proyecto Abrazo, con el que se pretende que estos terrenos sean nuevamente cultivables y generadores de empleo. Para ello, se han diseñado seis programas. Entre ellos, la agricultura como oportunidad para las personas desempleadas, la habilitación de huertos funcionales dirigidos a colectivos como escolares o tercera edad y también cursos de sostenibilidad para concejales y responsables públicos. Para ello se ha conformado una especie de 'banco de tierras'. Ya se han alcanzado acuerdos con ayuntamientos como los de Las Gabias, Monachil, Vegas del Genil, La Zubia y Santa Fe. Y también con asociaciones del barrio del Zaidín de Granada.

Según José Castillo, en la Vega de Granada se identifican fundamentalmente cuatro tipos de edificaciones en función de su grado de cercanía con el casco urbano. Las más próximas son las huertas, «donde la parte residencial es muy importante». Tenían un jardín y una huerta con los frutales situados al norte del recinto para tapar los vientos, tal y como determinó en sus libros el agrónomo Ibn Luyun en el siglo XIV. El crecimiento de Granada ha incorporado a la ciudad muchas de ellas -en otros casos fueron derribadas para levantar promociones inmobiliarias-. Un ejemplo de ello es la Huerta de San Vicente, donde Federico García Lorca pasaba largas estancias y donde escribió obras tan importantes como 'Yerma', 'Bodas de sangre' o 'Romancero gitano'. La presión urbanística sobre ellas fue muy fuerte durante la época del 'boom' del ladrillo. Tanto es así que toda la franja del Cañaveral estuvo amenaza por la intención del Ayuntamiento de instalar allí el ferial. Hubo protestas y se recogieron 20.000 firmas de granadinos que luego se entregaron en el Parlamento de Andalucía.

Después, un poco más alejadas, estaban las 'villas' y 'caserías', que pertenecían a familias burguesas, que también disponían en su entorno de áreas sembradas, aunque sus moradores acudían a ellas fundamentalmente como ocio. Muchas datan de finales del siglo XIX y su estilo arquitectónico es regionalista. El Palacio de los Patos, en la calle Solarillo de Gracia, es una buena referencia. Hoy día es un hotel de cinco estrellas. Y por último, más metidos en la Vega, los cortijos, que se situaban en el centro de explotaciones agrícolas y que disponían de dependencias, muchas veces exentas, para los labriegos. Uno de ellos es la Casería Checa, situada entre las carreteras de La Zubia y Ogíjares -junto a la Acequia del Jacín- y que se estructura en tres patios. Presenta un preocupante estado de conservación -se ha caído parte de una crujía- y dispone de un secadero de tabaco que sí se está empleando en la actualidad.

El profesor José Castillo, que también es miembro de 'Somos Vega, somos tierra', se muestra bastante escéptico respecto a la efectividad del Plan Especial de la Vega como instrumento de protección. «No es válido -considera- porque se articula a partir del Potaug, una normativa cuyos principios son de ordenación urbanística y no orientados a la potenciación de la Vega vinculada al sector primario». «La Vega necesita otra figura», insiste.

El papel de los municipios

Por este motivo, desde entes como 'Somos Vega, somos tierra' se insiste a los ayuntamientos del Área Metropolitana a que incorporen la Vega y la actividad agraria a su modelo de ciudad desde una triple perspectiva. En primer lugar, como generadora de riqueza. En segundo término, como una manera de reivindicar una identidad como municipio más allá de la uniformidad que ha supuesto los desarrollos basados en promociones de unifamiliares y adosados. Y por último, rehabilitando y poniendo a disposición de los vecinos una red de caminos y de senderos con grandes atractivos paisajísticos y que sean un lugar de esparcimiento y de contacto de las familias con el entorno.

Todo ello, según 'Somos Vega, somos tierra', se debe asociar igualmente al hecho de que los titulares de esos cortijos sean conscientes de la enorme relevancia de sus propiedades y que no entiendan que las medidas de preservación van en contra de sus intereses, «sino que les pueden añadir aún más valor». Y también a los ciudadanos, reflexionando sobre la trascendencia que tiene la agricultura. Según las estimaciones que realiza 'Somos Vega, somos tierra', en el Área Metropolitana se consumen unos mil millones de euros en alimentos, de los que tan sólo un diez por ciento procede de la Vega.

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