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TITO ORTIZ
Domingo, 20 de agosto 2017, 02:04
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Nacido en los albores de la República en el barrio malacitano de la Victoria, no era cantante, ni bailaor, ni coplero, ni tonadillero, ni cantaor... lo era todo. Algunos dicen que fue el heredero natural de Miguel de Molina, pero sus registros le permitían abarcar otros palos, mezclarlos con sabiduría, hacer eso que ahora llaman los modernos, fusión, y que él ya practicaba en los años cuarenta, en un Madrid rendido a sus pies, como después en los cincuenta lo haría Argentina, donde llegó a rodar varias películas. Ocupaba todo el escenario, todos los focos eran suyos y su público, incondicional y entregado, nunca lo abandonó. Murió antes de acabar el milenio, dando clases en su academia hasta el último día, fumando tres paquetes de tabaco diarios y habiéndose bebido hasta el agua de los floreros, pero disfrutó de la vida como un auténtico cosaco. Jamás conocí a un malagueño más enamorado de Granada, habiendo dejado para la historia una asignatura pendiente que hasta ahora nadie ha superado. Ningún competidor ni valor emergente se ha atrevido a cantar 'Noches bonitas de España' por temor a no estar a la altura. Y de su olfato cazatalentos da prueba que en su espectáculo, con tan solo dieciséis años y siendo un desconocido, ya llevaba en plantilla a un adolescente que se llamaba José Monje y que después el mundo conocería como Camarón de la Isla.
Una tarde iba yo paseando desde la casa natal de Pablo Ruiz Picasso hasta la calle Granada, en compañía de Enrique Romero, presentador de 'Toros para todos', Pepelu Ramos, ingeniero de sonido, y Barto Martos, productor de 'El Toreo'. Al entrar en la calle y antes de llegar a la Bodega El Pimpi, una voz abierta y afilá dijo tras de mí: «¡Eh, el de la pipa!». Lógicamente me volví, y era Miguel de los Reyes. Nunca conseguí que me llamara por mi nombre, yo siempre fui para él el granaíno de la pipa. Se vino con nosotros paseando por Larios hasta llegar a la plaza de la Marina y en ese trayecto yo no he vuelto a escuchar más elogios a Granada, ni a sus barrios, ni a sus gentes. A Miguel de los Reyes se le iluminaba la cara cuando nos hablaba del Sacromonte, de La Zambra, de María la Canastera, de Curro Albaicín, de La Rocío y La Golondrina. Se le empañaban los ojos cuando recordaba sus días vividos en las cuevas granadinas, con los gitanos del barrio, de lo mucho que había aprendido de ellos, de la gracia y el postín de sus gentes. Pipa -me decía-, los gitanos de Graná son señores, en otros puntos de Andalucía hay también gitanos, pero como los del Sacromonte en ningún sitio. Esos son señores.
A punto de desviarse ya para su casa, cercana al santuario de la patrona de Málaga, donde su hermana lo esperaba para ponerle la cena, casi en la puerta de la antigua Diputación, frente al puerto, no se pudo resistir y solo para nosotros cuatro nos cantó su famoso 'Piropo a Granada', no sin antes hacerme prometerle que en unos días yo lo llevaría al Sacromonte de nuevo. No quería morirse sin estar en nuestro barrio una vez más. Yo le dije, Miguel, el barrio ya no es el barrio que tú viviste, y que tú conozcas ya no queda mas que el Curro. Me da igual, llévame, que no me muera con la pena de no verlo más. Y en eso quedamos, pero sus tres cajetillas de cigarros diarias y las noches vividas hasta el amanecer lo impidieron.
Quienes no conocían su capacidad creativa y artística, erróneamente, llegaron a compararlo con el Príncipe Gitano, pero Miguel de los Reyes era un artista nato, capaz de abordar con una voz personalísima el cuplé de una revista a lo Celia Gámez o un fandango sentencioso de Paco Toronjo. Su abanico de posibilidades no tenía límites y a todo imprimía un sello personal que lo hacía diferente a todos los demás.
Su pasión por la ciudad de la Alhambra, y por sus barrios del Albaicín y el Sacromonte, no pocas veces le crearon situaciones incómodas entre sus paisanos, que le reprochaban querer más a Granada que a Málaga, pero en eso, como en tantas otras cosas, Miguel era visceral, donde él ponía el Sacromonte, no lo ponía nadie, y lo defendía con vehemencia.
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