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Antonio Enrique, en la atalaya sobre la que contempla el singular belén que forma la ciudad de Guadix, cuevas e historia. TORCUATO FANDILA
«En Navidad lo que importa son los demás»

«En Navidad lo que importa son los demás»

Recuerdos de Navidad ·

Antonio Enrique, escritor

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Jueves, 28 de diciembre 2017, 00:51

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Tiene una visión singular de la vida, el tiempo y el espacio. Antonio Enrique, escritor, poeta, pensador y sobre todo un hombre apegado a la tierra, a sus amigos y sus gentes, que logra ver a través de las puertas que el universo abre a quien expresa el deseo profundo de comprender sus misterios. Vive la Navidad como un tiempo para la fraternidad, el recuerdo y el amor. Conversar con Antonio Enrique es caminar por la senda del conocimiento.

-Tras el éxito de su novela histórica sobre Boabdil y la dinastía nazarita, nos sorprende con un nuevo libro.

-Acaba de salir, es un ensayo y se titula 'El espejo de los vivos', que se subtitula 'El sentido de la vida'. Otra cosa es que sorprenda. No se trata de una asociación de ideas más o menos plausibles, sino de un sistema de pensamiento tan cohesionado que desechar una es resentir las demás. Por ahora, lo que estoy haciendo es atender a los lectores individualmente, pues algunos se han dirigido a mí con preguntas ajenas a la literatura.

-¿Qué siente al llegar la Navidad, tiene alguna sensación especial?

-Como yo nací en el mes de enero, las sensaciones se me agolpan, porque son fechas que asocio con la infancia, en donde intento recuperar la visión de cuando éramos niños, y los niños de aquella época desconocíamos los males del mundo, el que luego se nos vino encima.

-¿Cuáles son sus costumbres, sus rituales de Pascua?

-Ralentizo todo, porque lo importante son los demás. Enviar cartas de afecto y buenos deseos a quienes no lo hago el resto del año, y escoger los regalos que les pueda sorprender, los cuales deposito en un saco para irlos distribuyendo; cosas mínimas, sin más valor que el emotivo. Por descontado, recibir a mi hijo, que vive en Holanda, acompañar a Trinidad y visitar a los amigos, sin avisar en este caso. Mi ritual la Noche de Navidad consiste en leer en voz alta 'La Nochebuena del poeta', el precioso relato de aquella noche solitaria en Madrid de Pedro Antonio de Alarcón.

-¿Le llegan recuerdos de la ciudad de su infancia?

-Todos, y no exagero. Como yo nací en la esquina de Hileras con Alhóndiga, he de reconocer que desperté a la vida en Plaza Bib-Rambla, adonde me llevaba de la mano mi abuelo materno. Para mí fue, y sigue siendo, esta tan granadina plaza el libro de renglones invisibles. En aquellos tiempos de mi infancia, cuando todavía existían los urinarios públicos y se levantaban los tabladillos de marionetas en el Corpus, durante la Navidad se convertía en un auténtico zoco. Un momento especialmente mágico era fotografiarse con el Rey Mago, que en mi caso era Melchor. Pasaban mucho frío los pobres con sus levitones de grana, porque entonces el frío era más intenso. El día de los Inocentes era no parar: recuerdo a un hombre que tendía la mano y la dejaba en la mano de quien saludaba, porque era de cartón y la sacaba como si fuera un guante, con gran perplejidad de la víctima de la broma. Era todo así, una sorpresa permanente.

-¿Cuál es su sonido navideño?

-Muchos, pero me quedaría con aquellos pavos que vendían en la Plaza de la Trinidad, quizá porque yo me preguntaba cómo podían estar tan contentos, y gorgoritear con aquellos bríos cuando les aguardaba tan funesto desenlace.

-¿Y el olor?

-Es una fiesta de olores la Navidad, ya se sabe. Pero yo me quedaría con el olor de los juguetes la noche de Reyes; el de un tren de cuerda, con sus tres vagones de distintos colores. La pintura aún olía sobre el latón. Pero sí, también el del musgo, que había que recoger en los bosques de la Alhambra para el belén.

-Siempre ha sido un escritor interesado en temas cargados de magia y misterio, de ciencias no convencionales. ¿Deberíamos poner algo más de fantasía en nuestra cotidianeidad?

-Vivimos en una época que ha perdido todos sus misterios. No hay lugar sino para la realidad más mostrenca. La Navidad, quizá porque nos retrotrae a la infancia, debería servir para algún recogimiento interior y reencuentro con todo aquello que nos hace la vida más habitable.

-¿Es cierto que hay una historia navideña que le marcó para siempre?

-Pues sí, mire por dónde. Yo he pasado algunas nochebuenas solitarias. Aquélla se presentaba solitaria también. Entonces entré en la catedral, serían las ocho de la tarde y acababan los oficios. Ya sabe que, para mí, la catedral es 'La Armónica Montaña', la novela que sobre la misma escribí en diez años. El arzobispo, cerca de la puerta de salida, despedía a los feligreses con muestras de cordialidad y afecto. Yo me quedé cerca, pero no hice por acercarme también. Y, en medio de aquellas muestras efusivas, me sentí aún más solo. El prelado, entonces, se dio cuenta. Y vino a mí, y me dio un abrazo. Nunca he podido agradecérselo personalmente, pasados los años. Lo hago aquí ahora.

-Vive en Guadix, ¿de qué forma marca habitar un territorio singular, con miles de años de historia?

-Tiene razón, es una ciudad trimilenaria, si contamos con los asentamientos previos. Su paisaje no deja de ser una Alhambra geológica, como Sierra Nevada, que le sirve de fondo, es la Alhambra de Dios. Un paisaje dormido en el Tercer Día de la Creación. Pero es, también, la ciudad de la amistad, porque aquí se cultiva como en pocas partes. Y mire lo que es la vida, si me permite. Yo siempre pensé que lo mío eran los jardines. Pero la vida me tenía reservado el desierto. Y yo ya no sé vivir sin la esencialidad y el silencio que comporta.

-¿Dónde ubicaría su portal de Belén imaginario?

-No en la luna, desde luego. En cualquier lugar del mundo donde la Navidad estuviera prohibida.

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