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La humilde fuente del Chorillo, también llamada del Panderete de las Brujas y de la Golilla, se percibe entrelos arbustos, junto a la carretera de Murcia, a un kilómetro de Haza Grande. J.E. GÓMEZ
El manantial de las brujas

El manantial de las brujas

Sobre el cerro de los cartujos una fuente olvidada mana aguas hechizadas en aquelarres ancestrales

JUAN ENRIQUE GÓMEZ Y MERCHE S. CALLE

Lunes, 1 de enero 2018

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Minúsculos destellos luminosos parecen ascender entre los álamos y apagarse ante el frío del crepúsculo. Recuerdan el vuelo sinuoso de luciérnagas y se antojan estrellas llegadas de un universo paralelo en el que habita la energía de las almas que durante siglos acudieron a un paraje siempre cargado de misterio, amor y muerte. En la realidad tangible no son más que diminutas semillas que viajan con la brisa. Parten del pilar de una antigua fuente testigo mudo de inconfesables encuentros, donde el agua transporta hechizos llegados desde las profundidades de la tierra. Es la fuente del Panderete de las Brujas, un paraje en el que aún aflora el aroma de hogueras y aquelarres, el lugar donde el agua es el juglar que canta leyendas de batallas, encantamientos y pasiones. Se oculta entre la maleza, en una de las cerradas curvas de la vieja carretera de Murcia, en la ladera del cerro de la Golilla -llamado así porque recuerda los cuellos plegados de tela y encaje de los cortesanos del XVII-, que se alza sobre la Cartuja.

En la Navidad de 1491, a pocas fechas de la entrega de Granada, un joven caballero católico, Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en busca de emociones, se alejó del fortín de Santa Fe para descubrir las sendas de las colinas al norte de la Alhambra. Fue sorprendido por guardianes sarracenos que mataron a sus escuderos e hirieron de muerte a su corcel. El caballero logró huir a pie y esconderse en una estrecha vaguada, donde descubrió, entre zarzales, un hilo de agua que manaba de las arcillas. Sació la sed y curó sus heridas. Con la luz del alba, el vigor volvió a su brazo y desde el fondo de la ladera escuchó el relinchar de los caballos de los soldados que acudían al rescate. Junto a ellos dispersaron a los jinetes moros, mientras el mismo prometía levantar allí un gran monasterio.

Casi una década después, cuando los monjes cartujos comenzaron las obras del que sería el Monasterio de la Cartuja de Granada, el arquitecto, padre Padilla, fue asaltado en sueños por hechiceras y nigromantes que invocaban a los muertos mientras le transportaban al centro de un aquelarre sobre el cerro. Las brujas bebían el néctar del manantial que salvó la vida del Gran Capitán. Fray Padilla, horrorizado, cambió la ubicación del monasterio al fondo del valle, junto al Beiro.

Tres siglos después, el agua de lluvia filtrada a través de los conglomerados arcillosos fue conducida al caño de una fuente llamada del Chorrillo, con pilar y poyetes para cántaros, el lugar al que acudían los vecinos de Haza Grande y Cartuja a pasar los domingos de verano al frescor de los álamos, una fuente olvidada y oculta por el paso del tiempo, donde en las noches de Navidad es posible percibir el entrechocar de espadas de moros y cristianos, y aunque la fuente hoy está seca, se oye el rumor del agua.

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