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Rafa Nadal celebra su título sobre la arcilla monegasca.
Nadal funde a Monfils y nunca deja de creer
ATP | MAsters 1000

Nadal funde a Monfils y nunca deja de creer

El español vence al jugador francés por 7-5, 5-7 y 6-0 en una final de dos horas y 46 minutos

Victorio Calero

Domingo, 17 de abril 2016, 01:21

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El tenista español Rafael Nadal, número 5 del ranking ATP, ha conquistado este domingo su noveno título en el Masters 1000 de Montecarlo, después de vencer al francés Gael Monfils por 7-5, 5-7 y 6-0, en una final que se ha prolongado dos horas y 46 minutos sobre la tierra batida monegasca.

Para conseguir su triunfo más importante en año y medio y confirmar su mejor nivel en mucho tiempo, Nadal ha demostrado que nunca deja de creer. Nadal, que también es de los que va partido a partido, con corazón, cabeza y mucho tenis, conquistó su noveno título en Montecarlo en su final número 100 en torneos ATP. Y lo mejor para él no es sólo el triunfo, sino también el poso que deja. Es pasar de las incógnitas y decepciones al positivismo y optimismo.

Porque hay una conexión directa entre su mejoría en la pista y sus resultados. Las dudas que ha transmitido el último año y medio han tenido la semana libre en Montecarlo. Ni rastro de ellas. Ahora hay que comprobar si su recuperación es cosa de una semana o ha regresado para mandar. Lo primero está hecho, tras ganar esta final de Montecarlo a Monfils.

De momento, como el que vuelve a casa por Navidad, Nadal regresó a Montecarlo para volver a ser feliz, para saborear lo que llevaba tiempo sin disfrutar y ya de paso volver a sonreír en la pista y recuperar el tiempo perdido con su tenis. El reencuentro no ha podido ser más satisfactorio. Nadie sabe si volverá a ser el que fue. Difícil predecirlo. Pero de lo que nadie duda es que ya está listo para rendir a un nivel altísimo como ha hecho ante Monfils, Murray y Wawrinka y para, por qué no, pelear de tú a tú con cualquiera en arcilla, incluido Djokovic.

El partido tuvo mucho de especial y de tradición. Para empezar, no hay muchas costumbres más arraigadas en España en la última década que la de sentarse a un domingo a la hora de la comida, entre los meses de abril y junio, para ver a Rafa Nadal conquistando un título en tierra batida. Un clásico. Y ha sido en su torneo preferido, casi dos años después de saborear el triunfo en Madrid, en el torneo que le vio ganar su primer Masters 1.000 de su carrera allá por el año 2005, donde ha vuelto a morder un trofeo de campeón. Su torneo número 28 de Masters 1000, los mismos que el incuestionable Djokovic.

Lo cierto es que en la mayor parte del partido recordó al Nadal de siempre, el que pelea cada bola como si fuese su despedida, el que tiene la ilusión del que salta a la pista por primera vez, al que le anda y mucho la bola y el que también sufre los nervios típicos del momento y se deja su servicio cuando le toca consolidar el 'break'. La receta de siempre con los ingredientes de toda la vida para desgastar a Monfils y mandar sobre la línea de fondo. Planteó cada punto como una carrera de larga distancia y le funcionó.

Nadal, dominador desde el fondo

No hay mejor termómetro para medir la confianza de Nadal que su derecha. Y su mejor golpe comenzó a marchar muy pronto. Su 'drive' volaba y aterrizaba donde tenía que hacerlo: en su sitio. Cuanto más se alargaba el punto más disfrutaba el manacorense. Parecía esbozar una sonrisa cada vez que se alargaban los intercambios, cuando el sufrimiento de lado a lado de la pista se empieza a notar en las piernas. En ese contexto era donde más podía explotar sus virtudes, pero curiosamente ahí también se encontraba cómodo Monfils. Por eso el resultado fue un primer set excelso, con puntos que daba la sensación que duraban horas, peleados a pecho descubierto, de poder a poder.

Ninguno se reservó nada. Los servicios se diluyeron a favor del juego de fondo de ambos, de ahí que Nadal rompiese en tres ocasiones al francés y Monfils dos al español. Pero se impuso la ley del rey de la tierra batida. El galo, que nunca le había hecho más de tres juegos en un set al de Manacor en arcilla, jugó como nunca y cayó como siempre. Desgastado mentalmente, una doble falta le sentenció en el primer set.

Cerrada la primera manga con solvencia, el partido bajó notablemente. Lógico. Los intercambios ya eran humanos. Nadal flojeó hasta el punto de que Monfils tuvo bola de rotura para ponerse con 4-1 y saque. Pero se recuperó. Por eso restó para cerrar la manga. Con los dos ya a tono después del bajón inicial, la derecha del balear tenía la llave del partido. De nuevo cada punto era una batalla con secuelas físicas serias. Pero en esta ocasión flaqueó el ganador final. Su derecha no apareció y Monfils, con la iniciativa del punto, se hizo con la manga.

Pese al golpe anímico, Nadal había destrozado físicamente al galo. No podía casi ni moverse. Había sucumbido ante la fortaleza del español. Después de caer en su trampa, el francés explotó y vio cómo el pupilo de Toni Nadal le pasaba por encima en el tercer acto. Semana redonda que terminaba con Nadal arrodillado y emocionado en la tierra batida de Montecarlo. Triunfo balsámico, su título número 68. Ya lo dice el profeta de la religión del 'nunca dejes de creer': si se cree y se trabaja, se puede.

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