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Rosberg saluda con gesto serio al acceder al podio de Spa-Francorchamps.
Mercedes, una olla a presión
FÓRMULA 1

Mercedes, una olla a presión

Son los más firmes candidatos al título, dominan las carreras a su antojo... pero atraviesan una profunda crisis interna

David Sánchez de Castro

Lunes, 25 de agosto 2014, 18:38

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La historia de la Fórmula 1 nos ha enseñado que rara vez dos gallos se llevan bien si luchan por la misma gallina. Ocurrió en la mítica y mitificada McLaren de finales de los 80 y en la de 2007 o en el Red Bull de 2010 y este año vuelve la sombra de la guerra en Mercedes. Nico Rosberg y Lewis Hamilton hace tiempo que rompieron los platos y el divorcio se consumó, más de puertas hacia dentro que hacia afuera, pero lo visto este domingo en Spa no deja lugar a dudas: la situación es totalmente insostenible.

Como en todas las buenas historias de amor y guerra, hay dos bandos. Por un lado está Lewis Hamilton, la víctima en este caso. Por tercera carrera este año se vio perjudicado por un elemento externo. Todo le ocurre a Lewis. Si el coche falla, le falla a él. Si los frenos están mal montados, son los suyos. Si su compañero peca de optimista y choca contra él, es su rueda la que pincha. Las opciones al título de Hamilton aún son muy amplias, sobre todo gracias a la doble puntuación de la última carrera en Abu Dabi, pero no puede obviar que cada punto puede ser vital de aquí a final de año.

En la otra esquina del ring está Nico Rosberg, el señalado como culpable de todo lo ocurrido. No hizo nada por evitar el choque, que no es lo mismo que se chocara intencionadamente, simplemente para demostrar que lleva razón en su teoría de que a Hamilton se le permite hacer de todo. Se siente como un segundón dentro del equipo, pese a que ostenta el liderato de la prueba y sus actuaciones han sido mucho más fiables en pista que las de su compañero. El público en Spa le mostró su descontento con un sonoro y sonrojante abucheo, que le hizo esgrimir la misma sonrisa que si hubiera comido un limón untado en guindillas. El podio más amargo de su carrera deportiva, sin lugar a dudas.

¿Quién sale más perjudicado de esta situación? Deportivamente, Lewis Hamilton es el que más tiene que perder, lógicamente. 29 puntos es una carrera completa de ventaja para un Rosberg que no va a ceder ni un centímetro, menos ahora. Tampoco es que el alemán haya ganado demasiado. Su imagen de niño bueno se ha hundido posiblemente para siempre, sobre todo después de que se enrocara afirmando que él no hizo nada malo. Una disculpa no habría devuelto a Hamilton a carrera, pero sí habría supuesto un cubo de agua fría (ahora que está tan de moda) sobre las cabezas responsables de Mercedes. Ahora la papeleta que tienen Niki Lauda y Toto Wolff es muy gorda. Ambos anunciaron ya que emprenderían acciones internas contra Nico, ya que consideran inaceptable que ocurra semejante incidente entre sus dos pilotos. El problema es que la dureza o fragilidad de su castigo influirá directamente en su propio destino: si son demasiado duros con Rosberg (no olvidemos que es el líder y máximo candidato al título), pueden provocar que su causa se gane adeptos dentro del equipo y se empeoren las cosas. Si son demasiado blandos, Hamilton se sentirá defraudado con ellos y podría levantarse en armas contra sus propios jefes. Lo cierto es que, hagan lo que hagan, las aguas no van a bajar calmadas en lo que queda de temporada.

El problema de base es que, en palabras del propio Lauda, no han sido nada inteligentes. Rosberg, posiblemente, tenga motivos para desconfiar de Hamilton. Este, por su parte, tampoco se ha tomado demasiado bien la competencia con su compañero, al que esperaba batir con relativa facilidad. Obviamente la amistad entre ambos, si es que había antes de esta temporada, ha desaparecido por completo, y lo que en principio era una rivalidad deportiva se está convirtiendo en una enemistad personal. Alain Prost podría darles una charla al respecto.

Ninguno de los dos pilotos está dispuesto a claudicar. Hamilton ya tiene cicatrices de las luchas internas contra sus propios compañeros, como ocurriera en 2007, y no tiene problemas en plantar batalla si es que la guerra se declara oficialmente. Rosberg insiste en que él no ha hecho nada malo y desde su posición de poder al frente de la clasificación está dispuesto a presionar lo que haga falta, que como gane el campeonato nadie le va a toser.

Mientras tanto, otros pilotos sonríen al ver el avispero instalado en Mercedes. Y para sonrisas, la de Daniel Ricciardo que sumó el domingo su tercera victoria de la temporada -sólo una menos que Rosberg- y se afianza en el tercer puesto de la clasificación general. Sus opciones de título son remotas, pero posibles. Igual que las de Räikkönen también lo eran en 2007, y acabó llevándose el gato al agua y el trofeo para su vitrina.

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