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Etimoni Timuani desfila con la bandera de su país.
El gran día de Etimoni Timuani
opinión

El gran día de Etimoni Timuani

Jon Agiriano

Sábado, 13 de agosto 2016, 17:32

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Quién le iba a decir a Etimoni Timuani que, a su manera, iba a convertirse en un personaje más o menos popular en la Villa Olímpica. Él llegó a Río de Janeiro pensando que pasaría desapercibido como único representante de la delegación de Tuvalu, un minúsculo archipiélago del Pacífico, a medio camino entre Hawai y Australia. No muy lejos de las islas Kiribati, siendo más precisos. Por si no se han hecho todavía una idea digamos que es el típico lugar en el que hasta el capitán Cook se hubiera sentido demasiado lejos de casa.

El hecho de ser único ha permitido a Etimoni distinguirse entre los miles de deportistas con los que comparte residencia. Y su vida ha cambiado. Le han hecho entrevistas, se le han acercado chicas rubias de ojos azules que él sólo había visto en las películas, y le han pedido muchas fotos. En el fondo, Etimoni sabe que sólo le quieren por su exotismo y porque hace un poco de gracia que alguien como él, un futbolista malo que procede del país con menos habitantes del mundo reconocido por la ONU -en los cinco atolones y cuatro arrecifes de coral que componen Tuvalu sólo viven 11.810 habitantes- esté presente en unos Juegos Olímpicos. Pero no le importa. Él está viviendo una experiencia única y lo que de verdad le duele es que haya sido tan rápida y ya se termine. Sólo han sido doce días en la Villa Olímpica y 11,81 segundos en la pista, donde ayer cayó eliminado en la ronda preeliminar de los 100 metros con el peor tiempo. Eso sí, empatado con el representante de las islas Marshall, Richson Simeon.

Etimoni sabe que esto es lo de menos. Nadie podía pedirle algo mejor a alguien como él, que era la segunda vez que corría en una pista de atletismo y estaba en Brasil por una invitación del COI a su país. Lo suyo siempre había sido el fútbol. El Tofaga, el Lakena United, la selección nacional... Estos fueron sus equipos hasta que, hace un año, decidió aprovechar la casualidad de que era el hombre más rápido de Tuvalu para intentar ser olímpico. Sólo por el hecho de haber participado en la ceremonia de inauguración, elegante con su diadema de flores blancas, llevando la bandera de su país, y por los días vividos en la Villa, la experiencia no es que haya merecido la pena sino que ha resultado inolvidable para él.

El cronista apostaría a que regresará a casa como un héroe. Y será algo merecido. Timuani ha puesto en el mapa a Tuvalu para millones de personas que no sabían ni siquiera de la existencia de este archipiélago remoto del que sólo se había hablado en los últimos años porque tiene el dominio de Internet .tv, que cedió a una empresa estadounidense a razón de 50 millones de dólares en 12 años, y porque el cambio climático le amenaza con hacerle desaparecer bajo las aguas. Hasta el punto de que ya está previsto un plan de evacuación de sus 11.810 habitantes a Nueva Zelanda en un futuro.

Timuani, en fin, se ha convertido en el segundo gran héroe de un país perteneciente a la Commonwealth que hasta la fecha sólo tenía uno. Se trataba del cabo Ladd, un soldado estadounidense que, en abril de 1943, logró convencer a 680 nativos que se habían refugiado en una iglesia durante un bombardeo japonés para que salieran de ella y se metieran en unas trincheras. Minutos después de hacerlo, una bomba arrasó el templo. Tampoco puede descartarse que le nombren jefe de su atolón (Ulu-Aliki en su lengua) o quién sabe si gobernador general en representación de la reina Isabel. ¡Gobernador general de Tuvalu al servicio de su Majestad! ¡Qué gran destino! Sólo con escribirlo, tras haber pasado media hora en una cola para poder comer una endemoniada doble cheeseburger brasileña, el cronista se pone un poco soñador y melancólico. No sé si me entienden.

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