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Los huérfanos 'chicos Hermida'

MIKEL LABASTIDA

Lunes, 4 de mayo 2015, 23:26

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Nos quedamos huérfanos todos los que fuimos y seremos chicos Hermida. Porque esa etiqueta la llevamos colgada las generaciones que nos hemos educado delante de la tele y hemos compartido algún momento de nuestra vida con el reportero onubense. Las chicas Hermida fueron Irma Soriano, Consuelo Berlanga, Nieves Herrero, María Teresa Campos o incluso Mariló Montero, una generación de periodistas que gracias a él alcanzaron altas cotas de popularidad y presentaron todo tipo de programas durante años y años. Él las acogía en su regazo, las probaba en sus maratonianos espacios y después las lanzaba al estrellato. Los chicos Hermida fuimos el resto, los que lo disfrutábamos y admirábamos por la pequeña pantalla, los que identificábamos claramente su voz, los que lo asociábamos con la información, los que lo imitábamos incluso.

Todoterreno televisivo pocos profesionales han sabido reinventarse como el periodista de Ayamonte. Y pocos lo han hecho sin perder la dignidad ni el prestigio. Los primeros chicos Hermida fueron los que en los años setenta escuchaban sus crónicas desde Nueva York, en las que siempre incluía puntos de vista poco frecuentes y que concluían con la muletilla Buenas noches y la paz. Para entonces Hermida ya había alcanzado literalmente la luna y había llevado a todos los espectadores españoles hasta allí con la mítica retransmisión de la llegada del hombre al satélite, que los que llegamos después hemos visto cientos de veces, con asombro y no poca incredulidad.

Los chicos Hermida de los ochenta lo asocian (asociamos) a las mañanas de la tele, a aquellos primeros magacines de los que después han bebido los que vinieron por detrás (desde el de María Teresa Campos, su heredera natural, hasta los que conducen ahora Mariló o Ana Rosa). Con su salto a Antena 3 en los noventa el periodista destapó al showman, y descubrimos a un profesional (emblema por aquella época de la cadena) capaz de moderar un debate, de entrevistar a fondo a primeras figuras, de conducir maratones benéficos, de cantar una canción o de bajar a unos estudios desde un helicóptero. Nada se le resistía a un hombre que entendió claramente que la tele era espectáculo y que demostró que para montarlo no era necesario denigrarse ni denigrar al espectador. Un hombre que nos entretuvo y algunos nos despertó el gusanillo de la profesión.

La tele cambió con el nuevo siglo y en esa nueva tele no había ya espacio para el estilo Hermida, que ocupó puestos directivos y fue desapareciendo de la pequeña pantalla y únicamente asomó la cabeza en ocasiones puntuales, una de ellas para entrevistar (o algo así) al Rey Juan Carlos I. Con Hermida se fueron los grandes debates (a los que no siempre acudían los mismos tertulianos) y una forma de entrevistar única. Se va todo eso y nos quedamos nosotros, los que siempre seremos chicos Hermida.

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