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Pablo Rodríguez
Sábado, 4 de octubre 2014, 02:21
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La jauría no percibe la carne. Cuando ataca, con el alma en los dientes y la furia pendiendo en las extremidades, la sangre es música para el espíritu. No importan los golpes, no duele la lucha. Solo importa el ansia de la carne, de saborear nuevamente ese tema que te cambió la vida, el que sonó cuando eras joven y no dolían las rodillas y los días eran largos y calientes como en un verano eterno. Ahí, en mitad de la lucha, en el corazón del Almanjáyar más extremo, se presentaron los cinco de Extremoduro a la muchedumbre. Más de 8.000 granadinos, más de 8.000 lobos que aullaron cuando Robe Iniesta y los suyos saltaron al escenario del estadio del barrio para presentar Para todos los públicos. Nunca un título fue tan certero. En Almanjáyar botó el cuarentón con tripa cervecera, el viejo lobo de colmillo arrugado que escuchó a Robe en los baretos de Pedro Antonio por los 90 y el adolescente con espinillas que inició su camino con Yo, minoría absoluta, que conoció la historia del grupo tras la revolución de Agila.
En un escenario compuesto por enormes contenedores industriales, los Extremoduro desataron una tormenta de sonido brutal. No había piedad bajo la guitarra de Iñaki, bajo la tremenda voz de un Robe cargado de energía que golpeó con Sol de plenitud. El azote empujó a los lobos, que recibieron el golpe cuando la luna marcaba las 22:30. El aullido se repitió a lo largo de la primera mitad del concierto por igual con temas nuevos como Locura transitoria, uno de los ejes del último disco, o con clásicos como La vereda de la puerta de atrás, uno de esos trabajos en los que la banda rozó la perfección.
Con el paso de los minutos, la banda iba creciendo. Robe sacaba notas de la guitarra con dulzura y Uoho se apropiaba de las tablas, nervudo, marcando el ritmo con los pies y yendo de una esquina a la otra.
A medianoche, el rock paró por unos momentos. El tiempo para que la manada aliviara la vejiga, en perfecto orden, y refrescara la garganta en el ambigú. Tras 20 minutos interminables, Jesucristo García. Algo voló sobre el escenario. Robe ardía, Iñaki se quebraba, los lobos granadinos aullaban, clavaban las zarpas, volaban las cervezas y era Almanjáyar pura rabia, pura furia con ellos, un puño levantado al cielo. Después de eso siguió la noche. Sonaban clásicos y nuevas canciones, todo engarzado con sabiduría para que los jóvenes sacaran los colmillos y los viejos lobos destrozaran el tiempo con los brazos dislocados por la música.
¿Cumplió Extremoduro? Sí. Mejor que bien, sobresalientes. La edad no pasa por ellos. Son mitos y como mitos cuidan su legado con sabiduría. La experiencia es oro y Robe se sienta sobre una montaña de metal dorado. No importa el precio, no importa el tiempo. Extremo es cada vez más Extremo. Los lobos lo percibieron anoche. El aullido resonará durante eones.
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