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Maria José Codes, autora de 'La peluca de Franklin',
El inventor, la cabellera postiza y las amenazas del individualismo

El inventor, la cabellera postiza y las amenazas del individualismo

María José Codes arma un relato sobre la pasividad culpable y el aislamiento estéril de nuestra sociedad

Antonio Paniagua

Sábado, 29 de noviembre 2014, 07:34

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En 1776, Benjamin Franklin viajó a Europa en el bergantín Reprisal con la misión de conseguir apoyos para la revolución americana. Era el viaje donde se produjo el famoso asunto de la peluca, que Franklin lanzó al agua como muestra de independencia ante la corona inglesa. Con él viajaba Jaime Gardoqui, espía de Franklin en su viaje a Europa.

Casi tres siglos después, Vilán, descendiente de aquel Gardoqui, es un hombre solitario y arisco, que vive casi exclusivamente a través de internet, donde participa en unos juegos de rol bastante siniestros. Vilán, tan inhumano que ni siquiera tiene nombre propio, ha encontrado en un baúl unos papeles de su antepasado donde se relata el viaje de Franklin y que él, a su vez, narra por escrito a otro personaje misterioso, un tal Malvaré. Vilán ha recibido varias ofertas por su casa, pero se niega a venderla porque siente una poderosa y enfermiza atracción por Floria, su vecina, a la que espía sin atreverse a más. Sus otras únicas relaciones son con Miriam, uno de las personas con las que habla por internet, una autómata del siglo XVIII que guarda en el sótano y la mujer de la limpieza.

Este es el original planteamiento argumental de la novela de María José Codes, La peluca de Franklin (Menoscuarto), un libro en el que conviven dos historias separadas por casi tres siglos relatadas en paralelo y sin aparente relación, que se irán imbricando poco a poco en un sofisticado puzle donde las coincidencias serán cada vez más sorprendentes.

Claraboya virtual"

Dos tiempos, dos historias, dos mundos y dos personajes, Vilán y Gardoqui, separados por varios siglos que se parecen mucho más de lo que se pudiera suponer: ambos mantienen relaciones turbias en las que se producen situaciones de suplantación de identidad, plagio, espionaje o voyeurismo. Ambos son pasivos, huraños y tienen una relación difícil con sus compañeros del género humano, en particular con las mujeres.

No necesito viajar meses, ni corro el riesgo de ser atacado por corsarios profesionales, o de perecer bajo la furia inesperada de una tormenta en alta mar. Puedo comunicarme con foros y grupos afines, visitar webs que me ofrezcan la información necesaria sin moverme de mi asiento. No necesito ayuda, no he de relacionarme con nadie, nada de agrupaciones clandestinas, nada de planificaciones conjuntas. Soy una isla flotante ante mi claraboya virtual.

La arquitectura de la novela está basada en las dualidades presente-pasado, real-virtual, orgánico-mecánico, dualidades que producen visiones del mundo contrapuestas pero complementarias. Esta visión virtual de la realidad que vive el protagonista crea un aura de frialdad, casi de nihilismo, muy inquietante.

En palabras de María José Codes, La peluca de Franklin es una historia sobre la pasividad, pero de la pasividad culpable, esa que ahoga nuestra sociedad. Y sin embargo, hay un elemento fundamental en la novela que se erige como contrapunto de esta pasividad culpable. La autora rinde un profundo homenaje a las mujeres comprometidas que luchan a pesar de todos los obstáculos. Mujeres luchadoras que han existido en todos los tiempos; en las colonias americanas, donde la mujer tenía un papel clave, y en la actualidad, en su lucha por la igualdad de derechos. Ese ejemplo de mujeres batalladoras se representa en el personaje de Miriam, la amiga virtual de Vilán, una joven que acaba por marcharse a África con una ONG, en tanto que Vilán solo lucha en sus juegos de rol.

Me gustó la idea de conectar esta visión de nuestro ser nuevo en este tiempo, con la llegada a Europa del hombre nuevo, que en cierto modo representó Franklin en el siglo XVIII, asegura la autora, que ha creado una novela inquietante, cargada de simbolismos y que ahonda en los demonios más amenazadores del individualismo.

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