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Las hermanas Labèque se inclinan sobre el piano en un momento de su actuación.
Dos francesas entre delicias vienesas

Dos francesas entre delicias vienesas

Las hermanas Labèque interpretaron el poco frecuentado 'Concierto nº 10' de Mozart junto a dos obras mucho más populares

ANDRÉS MOLINARI

Martes, 5 de julio 2016, 02:49

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De Viena a Salzburgo y vuelta a Viena. Ese es el viaje que nos propuso anoche la OCG, bajo la dirección de su titular artístico Andrea Marcon, el cual repite en el Festival, actuando esta vez desde el podio, tras dejarnos una muy buena impresión cuando lo hizo desde el teclado del órgano, en la iglesia albaicinera del Salvador.

La primera parada en Viena fue para recordar que en aquella ciudad se estrenó el singspiel mozartiano titulado La flauta mágica, el día 30 de septiembre de 1791. De esta obra vienesa la OCG interpretó sólo la obertura cumpliendo así el plan retórico de todo concierto que se precie, al colocar en la primera parte de la velada una obertura seguida de una página concertante con solista, y en la segunda una sinfonía sola.

La orquesta que acoge esta ciudad y que lleva su nombre optó por el eclecticismo, desdeñando las afinaciones barrocas y supuestamente auténticas para acercarse con igual cautela a la versión llama romántica que suele ser la que todos escuchamos de jóvenes y que guardamos grabada en vinilo. Con los chelos en el lado de la batuta y las tubas separas de las trompas, esta noche medianamente bien afinadas, escoró su interpretación más a lo teatral que a lo exquisito, lo que no le sienta mal a una obra pensada para la escena.

Pero la presencia más esperada era la de las hermanas francesas Katia y Marielle Labèque, ambas nacidas en Bayona, no tan lejos de España. Y en modo alguno defraudaron. Para su peculiar lucimiento escogieron el 'Concierto nº 10' de Mozart, estrenado en la ciudad natal del genio en 1779, es decir doce años antes que la obra anterior. Por eso lo que en La Flauta se percibe de complejidad simbólica, de alusión masónica y de amor-competencia con Clementi.

Aquí todavía nos transparenta un Amadeus de 23 años, que canta pimpante, aunque siempre con un poso de melancolía, pero rotundamente divertido al colocar dos pianos en escena y hacerlos concordar con la orquesta, que a veces se las ve y se las desea para poder entrar en un diálogo tan visceral. Sobre todo si son las hermanas Labèque las que discuten de escalas, acordes y revoloteos de preciosa digitación. Ambas magníficas, meticulosas, expansivas cuando era menester, consiguiendo algo tan difícil como es que se escuchen los dos pianos separados y no uno con muchas manos. La orquesta más convidada de piedra que colaboradora. Por eso cuando regalaron sus propinas, sobre todo la de Glass, el aplauso sonó mucho más sincero. Hay que ser muy grandes artistas y a la vez muy humildes personas, cosas casi siempre siamesas, para renunciar a la fama personal en favor de la del dúo. Así son estas dos pianistas, que dejaron la mejor estela de calidad en la noche de las delicias.

En mangas de camisa

No. No es que la OCG se metiese en camisa de once varas al intentar interpretar la 'Quinta' de Beethoven. Es que hacía calor y los músicos decidieron despojarse de la etiqueta a ver si así conseguían una llaneza que los acercase a sus adeptos. La papeleta era difícil, tras la deslumbrante actuación de las hermanas Labèque, y más tratándose de una de las obras más transitadas y conocidas del repertorio sinfónico. De nuevo esta música nos recordó Viena, pues allí fue estrenada el 22 de diciembre de 1808, medio año más tarde de que los franceses reprimiesen el levantamiento 2 de mayo en Madrid y así comenzase la Guerra de la Independencia española que en tantos aspecto cambiaría el destino de nuestra nación. Y precisamente el destino es el que de forma tradicional se ha asociado a los primeros acordes de esta famosa composición.

Aquí Marcon se puso a nivel de sus músicos, sin tarima, y con batuta corta para emular a los directores del barroco, que él tanto conoce. Sin embargo su interpretación no ascendió ninguna de las dos montañas, ni la del clasicismo con guedejas del XVIII ni la romántica que tantas versiones de referencia de esta obra ha generado. El director saltó y brincó tratando por todos los medios que el metal se amoldase a la cuerda, y casi lo consigue. Ni el paso veloz de las páginas de la partitura lo distrajo de su esforzada tarea de tratar, mediante la gesticulación exagerada, de ensamblar las familias de la orquesta, y casi también lo consigue.

Una orquesta con nombre de ciudad hispana, atendida por un italiano y acompañada por dos pianistas francesas, para la última noche orquestal del Festival. Una noche centrada en dos de los más famosos y grandes compositores de Centroeuropa. Más atentos a los qués que al cómo, tras noches como éstas habrá que darle la razón a Richard Wagner, al que se le atribuye la frase: «Creo sólo en tres cosas: en Dios, en Mozart y en Beethoven».

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