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Alí Arango, mirada fija en el mástil de su guitarra, en el concierto del Corral del Carbón.
Toda América cabe en una guitarra

Toda América cabe en una guitarra

El guitarrista cubano Alí Arango llena de sones caribeños la noche en el Corral del Carbón

ANDRÉS MOLINARI

Miércoles, 29 de junio 2016, 02:30

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Es fácil calcar al llorado Xavier Montsalvatge, el autor del Concierto del Albayzín, a la hora de titular este otro concierto, no ya para clave como aquel, sino para un grupo más reducido de cuerdas: las seis del más clásico instrumento hispano. Porque tanto el guitarrista como los compositores elegidos anoche colmaron por completo el Corral del Carbón de músicas preciosas, llegadas unas desde aquel lejano continente y otras desde nuestro pasado más grato y melodioso.

Al escuchar a Arango, cómo no recordar a Andrés Segovia, que lo escuché demasiado poco. Existe un bosque invisible que entupe a todos los intérpretes de un mismo instrumento. Por ejemplo la escuela cubana de guitarra, desde Severino López hasta Clara Romero y muchos otros, tomaron la savia necesaria de los guitarristas españoles para ir creando estilos propios, y luego el mismo linarense citado, tan presente en los primeros festivales de Granada, fue faro más o menos confeso de los nuevos guitarrista cubanos, desde Flores Chaviano, también muy presente en este Festival, hasta este último ganador del 2º premio 'Andrés Segovia' que cada año se falla en una localidad granadina.

Dedicó la primera parte de su recital al gran director cubano Leo Brower, su maestro, que tantos años estuvo cerca de Granada dirigiendo la orquesta de Córdoba. De su amplio catálogo para guitarra eligió acertadamente tres piezas de Danzas rituales y tres Baladas del Decamerón negro. Ahí demostró este otro cubano su mejor estirpe segoviana, con el pulgar muy arqueado para que yema y uña de la diestra compitan sin estorbarse, suave la primera, más metalizada la segunda, pero ambas armoniosas y casi enzarzadas en el juego de sugerir el Caribe o África, sin pronunciar estos continentes abiertamente.

Acierto en el cambio

Cuando esperábamos más Cuba moderna e incluso viajes a la atonalidad en pos de estudios, más para afinar la técnica que para agradar al público, el joven guitarrista acertó al cambiar por completo el programa, que no es estilo ni la calidad. Porque Arango posee una acerada técnica que sin embrago no desdeña el sentimiento en cada ejecución. La tenue y severa voz de la guitarra, algo seca de reverberación en este Corral del Carbón, aunque tratada de mejorar por una discreta megafonía, fue explotada por Arango con suma inteligencia, cuidado no devanarse en el falso folclorismo hispano ni enaltecer todo el Caribe tradicional que espejea en los arpegios de algunas obras.

Por supuesto, me quedo con las piezas traídas fuera de programa del paraguayo Agustín Barrios. Porque América es inmensa, hasta en música, y hay mucha guitarra desde Cuba hasta Paraguay. Si en la primera parte jugó a la forma casi sonata con tiempos rápidos y lentos alternándose, ahora era la hora de la miscelánea con La Catedral como pieza clave, que la bordó. Ni siquiera logró deslucir su recital un mínimo instante de ese roce, para mí tan molesto, de los dedos de la izquierda sobre las cuerdas metálicas en su vertiginoso viaje arriba y abajo.

Arango cuida los tiempos, mide los volúmenes y exterioriza lo justo, lejos de esas poses atildadas y falsas de otros que parecen trágicos lejanos en vez de guitarristas cercanos. Y eso se notó en la obra propia, salpicada de esos silencios que la preñan de alta emotividad sin desdeñar un punto de jazz. Un cubano más en el programa.

Por supuesto no todo fue América en sentido estricto. Unos cuantos españoles demostraron que el repertorio más amado de la guitarra es eterno y aún seduce y gusta hasta al público más joven. Pero hasta la obra elegida de Paco de Lucía fue una guajira, porque la guitarra afina tres de sus cuerdas en esta orilla y las otras tres en aquel lado del Atlántico. Así es Hispanoamérica, gélida en Hornos y tropical en el Caribe, así fue el recital de Arango, con cierta frialdad académica al principio pero cálido y cercano en los minutos finales del concierto.

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