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El público llenó San Jerónimo ayer para disfrutar de la Capella de Ministres.
Jeremías en tiempos de reflexión

Jeremías en tiempos de reflexión

La Capella de Ministers interpretó obras de Cristóbal de Morales en San Jerónimo

ANDRÉS MOLINARI

Domingo, 26 de junio 2016, 02:08

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En la Casa de los Tiros hay una puerta preciosa que cierra el vano hacia la Cuadra Dorada y en una de sus hojas, labradas a maravilla, se lee un versículo bíblico tallado en madera llamando a Jerusalén a la reflexión y a la conversión. Se trata de una de las lamentaciones del profeta Jeremías, aludiendo a la destrucción de la ciudad por Nabucodonosor. Puerta y versículo poseen sus coincidencias con este concierto de música antigua, en una nueva jornada de reflexión, en este caso electoral, aunque para los tiempos que corren todas las jornadas debían serlo en general.

Cristóbal de Morales, del que escuchamos sus Lantationes, anduvo cerca de Granada: nació en Sevilla, trabajó en Málaga, murió en Marchena. y compuso su obra sobre el profeta mayor justo en los años finales de la primera mitad del siglo XVI, en los que se decoraba la mencionada Casa de los Tiros y muy probablemente se talló su artística puerta.

La Capella de Ministers fue otra puerta, en este caso abierta, o mejor quedamente entreabierta, a las bellezas del pasado. Puerta entornada para ver y oír con ojos de presente la música del pasado, puerta sigilosa y también labrada con esmero, para entrar en estancias de reflexión. Reflexión sobre aquella ciudad santa de los judíos destruida, sobre esas ciudades destrozadas que nos muestras los noticiarios, sobre éxodos y refugiados, sobre hombres que sufren hasta el tuétano y otros hombres superficiales que peroran hasta la vacuidad. Nada importa que el texto esté en latín y el Festival no tenga hogaño presupuesto para que se nos traduzca en el programa de mano. Basta la escueta y sentida presentación de Carles, al principio del concierto, y la intención, tensionada pero sin tragedia, de las voces de sus compañeros.

Lo antiguo recuperado

La gran valía de estos conciertos matutinos de los sábados, aparte de su gratuidad para los asistentes y la preciosidad del lugar para todos, es la posibilidad de asistir a la recuperación arqueológica de páginas antiguas de nuestro patrimonio musical y estrenarlas en tiempos modernos. Este fue el caso del andaluz Cristóbal de Morales, del cual escuchamos unas cuantas páginas que fueron 'estreno en tiempos modernos'.

Pero lo que superó en valía a lo teórico del concierto fue la impecable interpretación del experimentado grupo valenciano. Un conjunto siempre obediente al carisma de su director y a su forma de marcar los tiempos nada brusca ni impositiva, sino suave y casi cómplice. Jeremías sonó a lamento sin lloriqueo y a reflexión sin palabrería.

Sólo escuchamos seis maitines, pero fueron suficientes. Cada uno enunciado con una de las letras del alfabeto hebreo, porque de la primera destrucción de su templo de Salomón se trataba. Con toda la simbología que el alfabeto judío posee: por ejemplo la primera, enunciada con Aleph, la letra que abre dicho alfabeto: el uno por excelencia, sólo es para tenores, pues se supone que se sigue el orden de la creación, y en el principio la voz de mujer aún no se había escuchado en el Edén.

Luego nuestro pensamiento voló con los estilos tenuemente fugados, los melismas sin empalago, el suave balanceo de la melodía que exorcizaba toda somnolencia, el contraste entre las cuatro cuerdas frotadas con arco y las de la tiorba, pulsadas con la yema del dedo. Un fugaz pizzicato y algún aire popular aventaron la herida doliente y la lamentación latente. Mientras un ardite de teatralidad alejaba a los tres tenores para crear volumen, distancia, eco. Todo tan lejano en el tiempo y tan cercano en todo lo demás.

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