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El bailarín Sergéi Yúrevich Filin, ayer en el hotel granadino donde se aloja.
«Desde que era pequeño, solo tuve un objetivo en la vida: ser bailarín»

«Desde que era pequeño, solo tuve un objetivo en la vida: ser bailarín»

Sergéi Yúrevich Filin, director artístico del Ballet Bolshói

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ

Sábado, 25 de junio 2016, 01:43

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Encontrarse frente a una leyenda impone. Sergéi Yúrevich Filin pasó a ser una figura planetaria por un episodio muy luctuoso, pero quienes admiraron sus evoluciones en el escenario y admiran hoy su magisterio, valoran de forma extraordinaria su presencia en este Festival plagado de nombres como el suyo, rutilantes. El Ballet moscovita ofrecerá, hoy y el lunes, dos noches de homenaje a Diaghilev y la primera visita de los Ballets Rusos a aquellos Conciertos del Corpus, antecedente del Festival.

-¿Qué siente hoy al encontrarse en los lugares que hace un siglo visitó su compatriota Diaghilev?

-Un gran honor, y una gran responsabilidad, porque vamos a mostrar la importancia que supuso el trabajo de Diaghilev 100 años atrás. Y esta percepción no es exclusivamente mía: también es la de los bailarines que me acompañan.

-El método Vagánova ha marcado el trabajo del Ballet Bolshói en el último siglo. ¿Cuál es el secreto de ese método?

-No solo el método Vagánova. La tradición del ballet ruso bebe de fuentes muy diversas, es una tradición amplia y vasta. Hoy, las grandes compañías como Bolshói y Mariinsky aplican un acervo que proviene de una colaboración secular entre ambas, que contribuyen a un desarrollo del ballet y sus técnicas. Hoy, consideramos el Método Vagánova como un elemento imprescindible de ese bagaje, pero no el único.

-¿Se mantiene hoy algún tipo de rivalidad entre los teatros Bolshói y Mariinsky?

-En absoluto. La colaboración de bailarines de ambos teatros esta noche es una buena prueba de ello. Son compañías que comparten repertorio, planteamientos y personas.

-¿Hasta qué punto el Bolshói es hoy 'bolshói' (significa grande en ruso)?

-En el sentido material del término, es uno de los mejores lugares del mundo para bailar. El complejo de edificios es inmenso, y en él trabajan 3.200 personas. Desde el punto de vista emocional, creo que seguimos siendo fieles a nuestra tradición y nuestro espíritu de trabajo, que es lo que nos ha hecho grandes.

-El primer ballet que se bailó en el Bolshói fue 'Cenicienta', en 1825, con música del español Fernando Sor. ¿Sigue manteniendo la compañía esa cercanía con nuestro país?

-Por supuesto. Aunque no recuerdo nada de aquella 'Cenicienta'... (risas). Hemos tenido muchos contactos con coreógrafos españoles, porque estamos muy interesados en la estética, en la forma de bailar de la escuela española. Las posiciones, el aire que adoptan los bailarines españoles, es muy apreciado por los bailarines rusos. Hemos tenido una fuerte vinculación personal con directores artísticos como Nacho Duato. Y hemos actuado muchas veces en España, por lo que nos sentimos muy cercanos con España, y esperamos seguir estándola.

-¿Ha sido esa 'alma rusa', esa fuerza interior, la que ha hecho que el Bolshói haya superado años de dificultades?

-Más que un espíritu o un alma rusa, que sin duda como tradición existe, en mi caso, lo que me ha hecho superar los problemas es la experiencia que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo. Si eres un artista, y te enfrentas a diario al proceso creativo, debes solucionar problemas con rapidez, cada minuto de tu vida. No puedes permitirte el lujo de pararte a pensar. Por ello, pienso que la superación de los problemas, personales y de conjunto, reside en la capacidad para dejar de lado el 'ego', teniendo claro que haciéndolo se adquiere una nueva fuerza que se retroalimenta y ayuda a superar los retos que van apareciendo.

De otra pasta

-Hay que estar hecho de otra pasta para ser bailarín...

-En mi caso, desde niño solo he tenido un objetivo en la vida, una obsesión: ser bailarín. Y este objetivo me ha hecho crecer como persona. Mi primera profesora de ballet decía que siempre es mejor estar bailando en el círculo que quedarse estático en el centro.

-Hablando de egos, su carrera fue meteórica. Entra en el Bolshói en 1988 y consigue el Benoit de la Danse (el equivalente al premio Óscar en el cine), en 1994. Hay que tener la cabeza muy amueblada para no creerse un dios. ¿Los jóvenes de hoy siguen teniendo esa capacidad de discernimiento cuando sus carreras se disparan?

-Es muy importante que los líderes de hoy aprendan del pasado. Pero siempre dando un paso adelante en su desarrollo como artistas. El problema de los jóvenes, no solo en el campo del deporte, sino en el de la política o las finanzas, es que quieren conseguirlo todo muy rápido, y además sin esfuerzos. Y esto no solo ocurre en Rusia, sino en todo el mundo. Vivimos muy rápido, y todo es inmediato. Este es el gran peligro al que se enfrenta la nueva generación. Todo necesita un tiempo de recorrido para desarrollarse. No podemos esperar que una semilla que plantamos hoy sea un árbol mañana.

-Bolshói es una marca que está asociada a una labor social y de enseñanza en países como Brasil.

-Así es, y aunque no existe una vinculación directa entre la academia brasileña y la moscovita, sí que hay bailarines que, procedentes de esa escuela, han acabado formando parte de Bolshói en Moscú. Sin duda, el ballet puede ser una salida para niños que viven en la pobreza. Y eso es lo más importante.

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