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andrés molinari
Martes, 7 de julio 2015, 02:40
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Nobleza obliga. Entre los compromisos menos esquivables de un Festival, para con el año que le toca sonar, está la de rendirle homenaje a personas o acontecimiento que ocurrieron en fechas señaladas de las que se cumplen cantidades redondas de años. Este de 2015 son muchos los recuerdos para los años terminados en quince: ya hemos recordado a Teresa de Ávila y al Gran Capitán, con menos gloria de la esperada en ambos casos, el día 10 se espera con expectación el montaje que recordará el centenario de el Amor Brujo, y anoche sonó música en honor del más desconocido del cuarteto: Íñigo López de Mendoza, el que fuera primer alcaide de la Alhambra, fallecido también en 1515.
De los cuatro, tal vez sea el que más conjunta su recuerdo con el patio de los Arrayanes, por el que pasearía tratando de descifrar, como nosotros, los poemas escritos en sus paredes y captar toda la mágica belleza de sus proporciones y su sutil mezcla de agua, arrayán y geometría.
Pero nada de eso supo enhebrar en la noche la Grande Chapelle, dirigida por Albert Recasens, que nos llegó mermadísima de efectivos, torpísima de afinación, escasísima de conjunciones y aburridísima en todas sus intervenciones. Cinco voces masculinas y cuatro instrumentos de cuerda, siempre mal avenidos, trataron de competir con la grata brisa crepuscular para evocar aquel siglo XVI, discurriendo por piezas de Anchieta, Capirola, Almorox, Venetus, Escobar, Encina y los demás poetas que hacían bellísima música con la misma sencillez aparente con que se nos muestra este patio nazarí. Pero aquellos y sus obras en nada son culpables de la pésima noche que nos deparó el Festival.
Una vez de mujer
La Grande Chapelle en modo alguno hizo honor a su nombre. Yo que la conozco, sé que es grande no sólo en el nombre. Grande de afinación, de empaste y de armonías y grande de intenciones, locuacidad y prestancia. Ya se vio en su anterior visita a Granada, allá por la Navidad, cuando a pesar del frío atroz en la catedral, nos deleitaron con una interpretación preciosa y casi inolvidable. Anoche sin embargo ni por asomo. Faltos de empaste, cada uno por su lado, y el director sin autoridad, pero responsable de tan rotundo fracaso. Ni entusiastas con lo que cantaban ni entusiasmando con lo que hojeaban.
Tan sólo la voz de una mujer, la de Beihdja Rahal, puso algo de dulzura entre tanto marasmo. Ella posee donaire y son, alarga los versos para construir un puente entre las dos riberas del Mediterráneo, abundosa de melismas y generosa con el vibrato gutural. Se acompaña con su kuitra y hace buen duo con el ud de Nadji Hamma. Algo es algo. Suerte que el programa barajó las pésimas interpretaciones de la Grande Chapelle con estas perlas agarenas, algunas escritas por el poeta del collar de la paloma, puestas en deleitosa voz de mujer.
Y la intención no pareció descabellada: mezclar músicas profanas con litúrgicas, de banquete con motetes, villancicos con calatas... como sería aquella mezcolanza de sones y sentires en la Granada de 1515, aquella que trató de defender el Gran Tendilla, pero que al final no pudo ser. Todo se derrumbaría como ocurrió anoche con nuestra esperanza de oir algo de buena música aunque fuese sólo un instante.
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