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Win Mertens demostró anoche que es un excelente pianista en el Palacio de Carlos V.
Wim Mertens: El mismo piano, diferentes músicas

Wim Mertens: El mismo piano, diferentes músicas

Íntimo recital del pianista y vocalista belga, haciendo alarde de su estilo dentro de la música minimalista

ANDRÉS MOLINARI

Jueves, 2 de julio 2015, 02:22

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Wim ocupó su lugar en el programa de este año. Se le había reservado una noche del miércoles, de esas casi de compromiso, con alguna nube por el cielo, pero saliendo la luna llena. Él solo ante el escenario, tal vez demasiado grande y escaso de intimidad para transmitir esa emoción que exhala el minimalismo que ya va siendo el clásico de entre siglos, y derrochando destreza de intérprete experimentado y sabiduría de musicólogo profesional. Sin duda fue acertada la idea aquella primera de acercárnoslo más, en el vergonzosamente inacabado Centro Lorca de la Romanilla. Pero la incuria de unos y la ineptitud de otros han hecho que aquel espacio siga con andamios y al pianista haya habido que subirlo hasta el gran coliseo imperial. Y no hay mal que por bien no venga. Allí, en el escenario de los grandes, de los clásicos, de los pianistas de renombre, pudimos comparar. Porque eso es en realidad lo que hace el crítico y, en gran medida, el público: cotejar estilos, sopesar habilidades, equiparar bellezas Incluso pudimos lamentar un pésimo diseño de iluminación en colorines y cierto desángel en el atrezzo general.

Wim también es una de cal y otra de arena: camisa blanca y pantalón negro, piano de las grandes noches del festival pero música de las pequeñas distancias del afecto. Igual, sus partituras, cogidas con pinzas de la ropa: unas planas, sosísimas, repetitivas, simplonas, plomizas... y otras geniales, animosas, plagadas de innegable belleza, fragantes de esa sensibilidad propia que posee cada artista y que lo individualiza.

Buen pianista

Wim es un excelente pianista, pero no así cantante. Su agilidad sobre el teclado no deja lugar a dudas, pero cuando usa la voz sólo musita lloriqueos y silabea sin sentido ni comprensión. Preferible cuando calla y plausible cuando aparta el micro y se esmera en la parte central de su teclado, su territorio más querido, aunque los esporádicos viajes a la parte aguda de su siniestra a veces deparan agradables sorpresas.

Las melodías de Wim evocan la sencillez del mundo recién creado, de la infancia de todas las cosas, de la música sin artificios. Pero no es una obra a medio comenzar, ni un trabajo de principiante, sino una vuelta a lo más elemental después de haber recorrido todos los estilos y las formas, de haber estudiado a los clásicos, y alcanzar aquel país en el que el viento se da la vuelta. Por eso lo mejor de su repertorio evoca ambientes naturales como ese repiqueteo suave sobre la parte medio-aguda del teclado que es como el borboteo de la fuente o el manar del surtidor.

Música personal

En las mejores obras de anoche se citaron el minimalismo, un tanto clónico, de finales del siglo XX y principios del XXI, con la música personal de Wim. Una música cercana a lo argumental, ciertamente idónea para imaginar o poner fondo a escenas de cierto tipo de cine. Nada que ver con esa música minimalista de ascensor o de zaguán de masajista. Wim diseña sus piezas como pinceladas breves, sin la retórica del motu perpetuo ni el final pomposo del romanticismo. Prefiere la definición desde el principio y cierta candidez en los finales.

Anoche la Música jugó, con las mismas escalas de toda la vida y con el mismo piano de todas las noches, a hacer una música diferente, en el mismo patio redondo del Carlos V, pero todos sabiendo que algo en él era distinto de las demás noches de Festival. Un Festival que, no obstante los muchos altibajos de este concierto, se ensancha con él. Ya no sólo se abre por el lado castizo, españolista y algo ególatra del flamenco, sino que también lo hace por este otro del cosmopolitismo y la vanguardia musical ya decantada.

En noches así caen muchas murallas y de derrumban muchos baluartes, esas empalizadas espesas o invisibles, que delimitan las parcelas y cierran las celdas en las que, a base de convencionalismos, hemos metido las diferentes músicas, creyéndolas tan distintas como distantes unas de otras.

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