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Pepe Romero, el canto puro de la guitarra española, anoche, en Los Arrayanes.
Un Romero entre arrayanes

Un Romero entre arrayanes

El guitarrista Pepe Romero deleitó al público que llenó el Patio de los Arrayanes con un recital íntimo, emotivo y a la vez brillante

ANDRÉS MOLINARI

Miércoles, 1 de julio 2015, 01:48

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Tras una noche de guitarra flamenca, en las manos de Vicente Amigo, en el patio del Carlos V, una velada más íntima, pero igualmente memorable de guitarra clásica, protagonizada por el gran Pepe Romero en el Patio de los Arrayanes, como la rebotica de aquel coliseo imperial. Lo rectangular frente a lo redondo, lo clásico como continuación de lo flamenco, allí la improvisación, aquí la partituras escritas. Así es la guitarra: «Es imposible callarla», escribiría Federico.

Imposible también olvidar otras noches de guitarra en el Festival: Segovia, Regino, Yepes Pero la mirada al clasicismo anoche tuvo nombre de vegetal perenne, de fuerte olor a mediterráneo, de Málaga recriada en América. Romero es un guitarrista sereno y sabio, ecléctico en las formas pero osado en los sentimientos. Elegante de apostura, sencillo de pose y cordial de sonrisa. Amorrado sobre su guitarra, la abraza con fruición y se preocupa tal vez en exceso de su afinación, emborronando alguna pieza con tanto ir y venir de las llaves.

Tres tés mágicas

Entre las tres tés mágicas de la música para guitarra: Tárrega, Turina y Torroba, incrustó la imprescindible A de Albéniz, que como se sabe, poco escribió para guitarra y siempre es necesario acercarle el piano en el arreglo, como hizo el propio Pepe, y la muy granadina B de Barrios que siempre se nos descubre más músico de lo que muchos desdeñan.

Justo en el vibrato, diestro con la muñeca izquierda para atacar los trastes con el ángulo preciso, acertado en la difícil decisión de si usar en la derecha más las yemas de los dedos o los bordes de las uñas. Así se desvela la maestría de Pepe. Nada de teatralizar con el torso ni de estirar la cabeza, todo hecho con las manos. Como un artesano con su alma en cada nota. Y como ejemplo la jota de Tárrega , una proeza de espectacularidad, pero matizada por la delicadeza, porque es pieza resbaladiza en la que es facilísimo dejarse llevar por lo circense.

Una saga de guitarristas

Del grupo Los Romero, fundado allá por 1960 por el recordado y llorado Celedonio, su hijo Pepe es el único que continúa activo y siempre ha estado en todas las variantes personales del conjunto. Su fama le viene por pervivir aquel mítico cuartero, pero nuestro Festival curiosamente no ha contado con los cuatro y sólo a invitado a uno de los más veteranos hijos de Celedonio para el concierto de anoche. No obstante al fundador se le mantuvo en el recuerdo y se le rindió tímido homenaje, cerrándose el concierto con una entrañable composición salida de su mano que demostró la estirpe andaluza de la saga y la pasión de todos ellos por el instrumento de las seis cuerdas.

Noche de ensueño, salpicada por la última luna llena de junio y abanderada por un genio de la guitarra en su mejor sazón. Noche viajera, con Torroba a Castilla, con Albéniz a Granada, con Turina a Sevilla. Noche en que Los arroyos de la Alhambra sonaron a requiebros de Ángel Barrios y la Traviesa de Verdi a lejana conocida, en que el agua del estanque danzó al son de un airecillo que vino a paliar el bochornoso día. Noche en que el capricho árabe rimó con el ataurique de Comares y sedosidad flamenca con el valsecito de salón; y entre todos ellos, allí, mientras la primera noche de julio comenzaba su vuelo, fue floreciendo un Romero entre los arrayanes.

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