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Actuación, ayer, de 'Ímpetus Conjunto Barroco de Madrid'.
Pirineos, balcón abierto

Pirineos, balcón abierto

El Conjunto Barroco de Madrid fue fiel a su nombre de 'Impetus' y durante hora y media trufó los ecos borbónico del Quijote con extractos de piezas teatrales

ANDRÉS MOLINARI

Domingo, 28 de junio 2015, 01:51

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La música barroca no podía faltar en el Festival. Hogaño toda cita musical que se precie cuenta con esta mirada, entre respetuosa y osada, hacia aquellos siglos en los que se fraguó lo orquestal, avanzó lo vocal y floreció lo teatral. Una mirada matinal en la que se rindió tímido homenaje al Quijote, cuyo quinto centenario celebramos este año de forma un tanto desvaída. Pero cuyo motivo principal fue el juego de ida y vuelta, musical y argumental, entre España y Francia, en la época en la que aquella dinastía borbónica se entronizó en este lado de los Pirineos.

Juego de equilibrios

El Conjunto Barroco de Madrid fue fiel a su nombre de 'Impetus' Durante hora y media trufó los ecos borbónicos del Quijote con extractos de piezas teatrales que aquellos nuestros tatarabuelos empelucados vieron representadas completas. Un conjunto de músicas en las que se valora lo español, tan denostado hasta ahora, y se revive lo francés, no tan ubicuo como el barroco alemán. Mezcla de instrumentos antiguos con cuerdas poco viradas hacia lo original, bien conjuntados en los tonos bajos y desechando esos arrastres del arco que otros tanto hiperbolizan. Equilibrio de la sugerencia dolorida o lamentosa con la danza quedamente jovial. Variedad de sones desde la cuerda pulsada, en el laúd o la guitarra, la frotada, en la viola de gamba o el cuarteto clásico, y el teclado del clave, con la muy discreta pero efectiva dirección de Yago Mahúgo. Siempre atentos a la correcta afinación, algo boicoteada por el calor estival.

Lo francés y lo hispano

Aunque la estrella de la mañana fue Delia Agúndez. Una soprano dotada de voz vibrante y expresiva, dechado de salero y donaire, desdeñosa de coloraturas romanticonas, teatral para lo dramático, picaruela en la tonadilla y descriptiva en lo geográfico: del Tajo al Tormes, en este caso acompañada de ese precioso solo de guitarra barroca en las manos de Manuel Minguillón, tan aplaudido. Cómoda y atinada en cada pieza, como una joya engastada entre un conjunto masculino tan coherente y cómplice, que sabe viajar de lo quijotesco a lo mitológico, del rococó Boismortier al jocundo Esteve y de nuestro José de Nebra, el bilbilitano por descubrir, al conocido Lully de la corte versallesca. Lo francés y lo hispano aunados en una preciosa mirada musical a un lado y otro de los Pirineos, cuando sus balcones estaban abiertos a todas las artes.

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