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William Wetmore con un Delphos, la obra más significativa del granadino, ante un tapiz de Fortuny. Fue la portada de Vogue el 15 de diciembre de 1935. :: efe
El universo de Fortuny

El universo de Fortuny

Mariano Fortuny y Madrazo nació en Granada un 11 de mayo de 1871 y aunque su estancia en la ciudad fue breve, el sello árabe de ésta y la brevísima pero plena felicidad que acompañó a su familia lo marcó en toda su vida e influyó a su creación

JOSÉ IGNACIO CEJUDO

Lunes, 5 de diciembre 2016, 01:08

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Hijo del pintor Mariano Fortuny y Marsal, el creador dejó un legado artístico de gran valor en un abanico que recoge la pintura, la escenografía teatral y lo textil, entre otras. En el último terreno creó la túnica 'Delphos', su producción más famosa y sello distintivo. La obra de Guillermo de Osma, editada por Nerea, reivindica ahora su vida con una extensa monografía bellamente ilustrada con colaboración del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. 318 ilustraciones y un completo relato de la vida real del artista en nueve capítulos. Lo llamaron mago y alquimista reputados intelectuales coetáneos. «Hijo genial de Venecia» para Proust, quien mejor lo entendió, Osma lo define como un trabajador incansable, con un mundo personal y autárquico en una existencia enigmática. Fortuny.

Venecia vio crecer al hombre que Granada no. Fortuny, que falleció en 1949, fue un hombre alto, de penetrantes ojos azules y barba negra densa pero bien recortada, de aspecto distinguido y una forma de vestir que causaba impresión. El granadino sigue siendo inclasificable, pues sus aportaciones artísticas son numerosas como los campos en los que las cultivó. Dejó su impronta en la pintura, el grabado, la fotografía, la escenografía, la ciencia de la electricidad y la iluminación, el diseño de muebles y lámparas y de telas y trajes, y también se encargó de la fabricación y producción uniendo arte, artesanía, diseño y ciencia. Registró más de veinte inventos. Los vestidos 'Delphos' sedujeron a mujeres como Isadora Duncan, Anna Pavlova, Lillian Gish o Natacha Rambova y todavía se pueden ver en Lauren Bacall, Geraldine Chaplin o Natalia Vodianova.

Precedentes familiares

Fortuny heredó junto a los apellidos una enorme sensibilidad artística, sentido histórico y respeto por la tradición. Su padre, prestigioso pintor a caballo entre Italia, España y Francia, se casó en 1866 con Cecilia de Madrazo, de la más influyente familia del panorama artístico nacional. Hija de Federico, también pintor en la corte de la reina Isabel II, gran retratista de la segunda mitad de siglo y director del Museo del Prado de Madrid y de la Academia de Bellas Artes; y nieta de José de Madrazo, responsable de la introducción del Neoclasicismo en nuestro país.

El libro

  • Título Fortuny.

  • Autor Guillermo de Osma.

  • Editorial Nerea.

  • Páginas/precio 340 pag., 69 euros.

Fortuny padre y Cecilia llegaron a Granada desde París junto a su hija María Luisa huyendo del estallido de la guerra franco-prusiana y del brote de epidemia de viruela. Al año nació Mariano. Vivieron en la Fonda de los Siete Suelos, hoy Hotel Washington Irving, en la colina de la Alhambra. Fortuny hijo fue bautizado en la Iglesia de Santa María de la Alhambra. Su padre fue feliz creando liberado de cargas en un estudio en el monumento. A finales de 1872, con el estallido de la tercera guerra carlista, complicaciones con su estudio en Roma le hicieron regresar a Italia junto a su familia instalándose en la preciosa Villa Martinori. En Nápoles desahogaron la nostalgia de Granada.

Tres años convivió Fortuny con su padre, muerto tras una rápida enfermedad en todavía misteriosas circunstancias. Heredó parte de su inmensa colección y, con ella, su amor por el Oriente más metafórico, lejos del colonizado por los europeos. Ambos rechazaron su época de todas las formas posibles, desde las corrientes artísticas a la vestimenta.

Cecilia de Madrazo decidió trasladarse con sus dos hijos a París junto a su hermano Raimundo, famoso por retratar la sociedad de la Belle Époque. Fortuny entró en un círculo cultural en el que se encontraba, entre otros, Marcel Proust, futuro admirador de su obra a la que otorgó protagonismo en 'A la búsqueda del tiempo perdido' con casi veinte referencias. Cecilia inculca a Mariano la música y le incita a pintar bajo la dirección de su tío para seguir los pasos de su padre. Los artistas y demás exposiciones vanguardistas que le rodean no le placen; los conocimientos que desea absorber son los del pasado, los clásicos que respeta, como Rubens o Velázquez, a los que copia. Cada vez conoce más disciplinas, que entrena transcribiendo las mismas escenas de un medio a otro. Ya entonces resultaba inclasificable y ajeno a escuelas.

Melancolía veneciana

Con 15 años y por su alergia al caballo se vuelven a mudar a Venecia, más silenciosa y melancólica que la bulliciosa París. Fijan su nueva residencia en el Palazzo Martinengo en el Gran Canal. La nostalgia de épocas mejores en la ciudad lo reconvence de la importancia del pasado. Perfecciona su dibujo y descubre la fotografía como complemento. Desde 1899 pasa a trabajar en su torre de marfil que es el Palazzo Orfei, del siglo XIII, en el Campo de San Beneto. Comenzó alquilando un estudio en las buhardillas y poco a poco lo va ocupando en clave vanguardista, restaurando lo destruido por las familias que lo habitaron y lo habitaban. Impregnándolo de lo que fue su padre y era él, hasta convertirse hoy en el Museo Fortuny.

Introducido en la obra del compositor Wagner, una visita a la ciudad bávara de Bayreuth transformó su visión del arte. Durante años ilustró temas wagnerianos comprendiendo el arte como un fenómeno superior e integrador de elementos, transformador y purificador. Destruye las barreras y se aísla del ruido mundano. No quiere depender de nadie y le horrorizan los intermediarios, cuando los precisa.

Su pintura, sin ser su rama más sobresaliente, ayuda a comprender todo lo demás. Le perjudicó en su calidad el rechazo a las diversas corrientes. No tuvo demasiada variedad de temas: retratos, dibujos y grabados que solían estar relacionados con la mujer, una fascinación compartida con sus coetáneos. La mostraba natural, sin atributos especiales y solitaria pero embellecida y misteriosa. El cabello, un ingrediente esencial.

Henriette

En 1902, y tras cinco años de relación, marcha a vivir junto a Henriette Negrin, francesa que conoció en París. Estuvieron juntos hasta la muerte pese a las reticencias de Cecilia de Madrazo. Convierte su estudio en su residencia. Influido por el alemán Böcklin, Fortuny comienza a pintar un mundo imaginario de sirenas y monstruos marinos. En cuanto a paisajes, buscó la Venecia más íntima, la de los cotidianos. También derivó al desnudo. Como fotógrafo acumuló más de diez mil negativos y culminó 73 grabados, raramente expuestos y mucho menos vendidos. No contemplaba una difusión comercial.

En su andadura teatral influyó sobremanera entablar amistad con el español Rogelio de Egusquiza. Comprendió la utilidad de la electricidad como medio de iluminación escénica y patentó su sistema de cúpula y luz indirecta en 1901. Posibilitó una reforma teatral que pervive hasta hoy. Con el cambio de siglo y entre Venecia y París logra desarrollar por completo su sistema con reguladores de arco y reflectores difusores. Poco a poco se fue implantando en teatros internacionales, como los americanos. Las interferencias en su trabajo en el Teatro Kroll de Berlín lo movieron a volver a Venecia y no sólo eso, sino a cambiar de nuevo su actividad. Llevó su arte a lo textil.

Nueva reconversión

Ya se exhibió en 1906 en el escenario de la condesa de Béarn con velos sobre las bailarinas de ballet de la ópera de París y un enorme telón de terciopelo con motivos del Renacimiento. Por su actividad en estos años, Henriette debió tener un rol fundamental desde Venecia. Fortuny heredó otra inmensa colección textil de su madre que incrementó hasta las quinientas piezas.

Eligió la seda para continuar su afición infantil de teñir trozos de tela. En 1907 y a partir de los velos Knossos creó la túnica 'Delphos', de seda plisada y sencilla confección. Fue una revolución incomprensible sin Henriette, a la que reconoció como cerebro y musa casi treinta años después mediante retratos. Fue una gran costurera y encargada de plasmar las ideas de Fortuny.

En la moda también se alejó de lo comercial. Se valió, entre otras influencias como la griega, de la herencia árabe transmitida en las colecciones de su padre. Ambos gustaban, de hecho, de vestirse como tales al despreciar las ropas de su época. Fortuny no era modisto, sino un artista que creó prendas de vestir atemporales.

Esa conversión al arte que se viste le obligó a comercializar sus vestidos. Por su cuenta en principio y creando una discreta y manejable red de tiendas y representantes luego. Su éxito en un negocio difícil por cuenta propia se debió a la potencia de su personalidad y al pequeño pero influyente grupo de admiradores tras sus obras. En 1911 fundó junto a su madre doña Cecilia la Société Mariano Fortuny, con sede en el Palazzo Martinengo, con un capital de diez mil liras. Por desgracia, apenas duró cinco años.

En torno a Venecia y el Palazzo Orfei giró el resto de su vida. Allí vivió la I Guerra Mundial, que destruyó los mercados de Londres y París obligándolo a hipotecar su palacio. La paz de 1918 auguró tiempos mejores. Un año más tarde, junto a Giancarlo Stucky, crea la Società Anonima Fortuny y acaba por adaptarse a la gran producción con una fábrica. Se metió de lleno en el negocio y se multiplicaron las exposiciones, los reconocimientos y la demanda. 'Los 20' fueron años fructíferos para su negocio sin dejar a un lado la fotografía ni la pintura, que se decidió a exponer. Tampoco su interés con todo lo relacionado con el teatro.

Más complicada fue la siguiente década, con el precedente del fracasado intento por adaptar el sistema de iluminación Fortuny al Teatro Real de Madrid. En medio de la Gran Depresión y las deudas, la joven decoradora de interiores norteamericana Elsie McNeill le ayudó a resistir. Sus productos comenzaron a comercializarse también en Estados Unidos, en Madison Avenue. El éxito yankee contrastó con las pérdidas en Italia, que provocaron años de miedo en Fortuny.

Últimos años

En menos de una década perdió a su madre, a su hermana y a su primo Cocó. Sólo le quedaba Henriette. En 1933 trabaja la escenografía de 'La vida breve' de Manuel de Falla, desarrollada en Granada, y Fortuny introduce un homenaje a la ciudad con una vista dominada por la Alhambra en su segunda escena. Fue estrenada al año siguiente. En el 36, la decisión del Gobierno italiano de imponer la autarquía afectó a su producción al impedírsele la importación de seda japonesa, su material habitual. Al final, gracias al embajador de Estados Unidos en Roma obtuvo la seda, pero no el terciopelo.

Cumplir setenta años pasó factura a Fortuny, sin fuerzas para satisfacer ni la demanda comercial ni sus propias aspiraciones artísticas. Se introdujo en la introspección. La visita de Orson Welles fue una alegría antes de su fallecimiento, enfermo de cáncer intestinal, en 1949. No tuvo hijos pero sí un gran legado artístico. Falleció en el vientre que le dio la luz a este, su torre de marfil, el Palazzo Orfei.

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