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Un visitante observa una de las obras de la muestra.
Bacon, belleza brutal

Bacon, belleza brutal

El Guggenheim confronta las obra del atormentado creador británico con los maestros a los que 'vampirizó'

Miguel Lorenci

Jueves, 29 de septiembre 2016, 13:36

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Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992) desplegó un prodigioso talento caníbal. Su pintura, de una belleza brutal y estremecedora, se alimentó de la 'sangre' de muchos otros grandes creadores a los que 'vampirizó' sin caer jamás en la mera imitación. Su genio le permitió 'fagocitar' el talento ajeno para alimentar el suyo y construir el futuro del arte. 'Somatizar' a creadores como Picasso, Velázquez, Goya, Zurbarán, Van Gogh, Juan Gris, Toulouse-Lautrec, Rodin o Giacometti entre muchos otros grandes pintores para 'baconizarlos' en una pintura que cautiva o repele con pareja intensidad.

Pero por doloroso que resulte contemplar su cruda y angustiosa belleza, su calidad lo reivindica como uno de los más potentes y originales genios del siglo XX, disputando lugares de privilegio a Klee, Rothko, Pollock o Matisse o Picasso. El artista malagueño fue uno de los primeros espejos en los que Bacon se miró. Como luego en Velázquez, Goya o Zurbarán, cuyas obras escudriñó con fervor en su constantes visitas al Prado y con los que vuelve a medirse, ahora en el museo Guggenheim de Bilbao.

Francis Bacon: de Picasso a Velázquez repasa en 80 obras -medio centenar de Bacon- distribuidas en cinco espacios la potencia de ese genio torturado y caníbal. Con patrocinio de Iberdrola y organizada en colaboración con Grimaldi Forum Monaco, reúne en la catedral de titanio de Gehry algunas de la obras más relevantes y menos vistas de Bacon confrontadas con la de los maestros que admiró. Un pulso que durante los próximos tres meses se enseñoreará del Guggeheim confrontando la telas Bacon con piezas como 'San Francisco en oración ante el Crucificado' del Greco; el 'Bufon Sebastián de Morra' de Velázquez que cede el Prado; 'Busto de un hombre en un marco', de la Fondation Alberto et Annette Giacometti; 'Composición' (Figura femenina en un playa) de Pablo Picasso o 'Un pavo muerto' de Goya.

Elaboradas a lo largo de casi seis décadas por el artista británico avecindado en Londres pero con el 'corazón partío entre París y Madrid, la muestra nada tiene que envidiar a la que el Prado le dedicó hace diez años y que reunió 78 pinturas, entre ellas 16 grades trípticos. Aquella se centraba en la última etapa de Bacon y la del Guggenheim apunta más a los orígenes. Una etapa de la que apenas hay obra, ya que Bacon destruyó casi todo lo que pintó en su primeras etapas.

Nueva perspectiva

Martin Harrison, responsable de catálogo razonado de Bacon y toda una autoridad en su obra, es el comisario y responsable de un selección que a través de retratos, desnudos, paisajes, o tauromaquias propone «una nueva perspectiva sobre la obra de Bacon». Ofrece también un autorretrato del Bacon real, «apostador, masoquista, manirroto, mentiroso, borracho, obsesionado con el sexo, con amantes sádicos como Peter Lacy, y un tipo tan raro como genial pintor» según Harrison.

Incide en la decisiva influencia de la cultura francesa y española en su pintura. Recorre el universo de un Bacon «construido a partir de la literatura, el cine, el arte y su propia vida, con un lenguaje singular, reflejando con gran crudeza la vulnerabilidad humana», como queda ya patente en 'Jaulas humanas', primera de las cinco secciones de la muestra y en espectacular trípitico 'Tres estudios para una crucifixión'.

Bacon retuerce y deforma los cuerpos «de forma casi animal en sus desnudos» destaca Harrison. Se aíslan y en posturas cotidianas que el pintor transforma, «reinventando el retrato», según el comisario. Transgresor con su vida y con su obra, «Bacon cruza fronteras hasta entonces invulnerables, situando al ser humano ante un espejo en el que puede contemplarse de forma cruda y violenta», resume Harrison.

Vemos como un Bacon un adolescente, hijo de una adinerada familia británica afincada en la Irlanda rural y sin conexión con el arte, decide hacerse pintor tras visitar la exposición Cent dessins par Picasso en la galería Paul Rosenberg de París. «Traté de poner mi pie en esa puerta abierta por Picasso para que no se cerrara», dirá Bacon colocando a Picasso en «ese linaje de genios del que forman parte Rembrandt, Miguel Ángel, Van Gogh y, sobre todo, Velázquez».

La poderosa influencia de Picasso es ya patente en 'Composción' (1933),o 'Furia' (1944). Pero más allá de ese temprano y decisivo encuentro con Picasso el influjo de la tradición española crece en Bacon alcanza su cénit con su obsesión por el 'Retrato del Papa Inocencio X' que Velázquez pintó en 1650 y sobre el que Bacon produjo más de cincuenta obras a lo largo de dos décadas. Una tela que jamás sale de la Galería Doria Pamphili de Roma y que Bacon no quiso contemplar de cerca. Visitó la capital italiana en 1954, pero prefirió las reproducciones fotográfica sobre las que trabajó siempre. «Es uno de los mejores retratos que se han hecho, y me obsesionaba» reconoció un compulso comprador libros con esa ilustración del crispado Papa. «Me acosa, despierta en mí toda clase de sentimientos», dijo de un retrato presente en Bilbao en una copia francesa.

También sedujo a Bacon el talento de Zurbarán, del Greco o de Goya. A sus obras retornó una y otra ven en sus furtivas y constantes visitas al Museo del Prado desde que contemplara en 1990 la retrospectiva sobre la obra de Velázquez.

Asistió solo a cuatro corridas de toros. «Pero cuando ves una se graba en tu mente para siempre» decía un Bacon admirador del tauromaquia goyesca, que pinta toros, y que también filtró y 'baconizó' los 'Disparates', 'Los desastres de la guerra' o las 'Pinturas negras'.«Aunque decía para epatar que las detestaba, como el 'Guernica' o las 'Hilanderas', o que le compararan con el Bosco. Pero no hay que creerle» dice Harrison.

Francis Bacon falleció no lejos de Prado, una breve visita a Madrid en abril de 1992. A pesar de que nunca mantuvo una residencia estable en España, realizó estancias en Málaga, Sevilla, Utrera o Madrid. En Madrid residía José Capelo, la última pareja del pintor y a quien legó un puñado de cuadros, algunos robados de su domicilio el verano pasado, que aún busca la policía y valorados en 30 millones de euros.

Francófilo

Pero fue también «un ferviente y raro francófilo» destaca Harrisson. Ávido lector de Racine, Balzac, Baudelaire y Proust y apasionado del arte de Nicolas Poussin, del Van Gogh afincado en Francia, y de Degas, Manet, Rodin, Gauguin, Seurat y Matisse. Asiduo de Francia y París, en 1946 dejó Londres para instalarse en Mónaco, donde viviría tres años cruciales en su formación y a donde regresaría regularmente hasta 1990.

Bacon siempre consideró su retrospectiva de 1971 en el museo Gran Palais de París como la cima de su carrera, a pesar de ser uno de los momentos más trágicos de su vida, el suicidio de su pareja, George Dyer, y de haber tenido importantes retrospectivas en Londres y otras ciudades. Mantuvo un intensa vida social, como atestiguan los retratos de sus amigos parisinos, y su decisión de mantener un estudio en Le Marais hasta 1985.

La histórica muestra da prueba de la múltiple vitalidad creadora de Bacon, siempre al filo de la navaja pero muy consciente del privilegio de la intemporalidad de artista. «La pasión te mantiene joven, ¡y la pasión y la libertad son tan seductoras! Cuando pinto, no tengo edad. Solo siento el placer o la dificultad de pintar», dejó escrito.

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