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Eloy Merino y Ramón Álvarez, iluminadores del teatro Isabel la Católica, colocan las luces en el escenario.
Jornaleros del arte

Jornaleros del arte

No son las cabezas del cartel. Ni son quienes recogen el aplauso. Pero antes, durante y tras el espectáculo son imprescindibles para que las emociones que emanan del escenario lleguen al patio de butacas

JOSÉ A. MUÑOz

Domingo, 10 de abril 2016, 00:20

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Se alza el telón. Comienza la función. Y comienza no solo porque el cabeza de cartel se encuentra en la boca del escenario para comenzar a tocar, a declamar, a cantar. Comienza porque desde quizá semanas o meses antes, un grupo de personas más o menos numeroso han puesto los mimbres para construir ese cesto. Ellos no aparecen en los carteles, y si lo hacen, su nombre apenas se adivina. Pero son tan importantes para el divertimento del respetable como quienes ven escrito su nombre en letras de neón.

Son los jornaleros del arte. Personas que muchas veces son autodidactas, que han aprendido el oficio desde el entusiasmo y la afición. Personas que no cobran, ni de lejos, lo que se llevan los aplausos, pero que tienen la misma responsabilidad en el éxito o en el fracaso de una función o de un concierto.

De responsabilidades sabe mucho Dani Herrero, que ha tenido a su cargo la producción de muchos de los grandes espectáculos musicales y escénicos que han pasado por nuestra tierra en los últimos años. La nómina de sus trabajos incluye nombres como 'Los miserables', Circo del Sol, Bruce Springsteen, Bob Dylan, Pablo Alborán, Alejandro Sanz, 091 y un largo etcétera. La de productor no es una profesión fácil, porque sobre sus hombros cabalga la máxima responsabilidad del espectáculo, y responde directamente ante el promotor, que es quien paga, y quien busca, como es lógico, el más favorable balance entre lo que arriesga y lo que gana.

Dani fue el cantante de Ma Baker, y se fue introduciendo en esta profesión poco a poco. Aprendiendo de los grandes maestros, nombres curtidos en mil giras, fue haciéndose con una reputación en el mundillo, y de camino, aprendiendo a responder a las demandas de unos y otros. Y es que el monstruo de los caprichos artísticos no es tan fiero como lo pintan. «A veces, estoy leyendo un 'raider' -lista de requerimientos técnicos- y me pregunto para qué querrán tal o cual cosa, pero no lo cuestiono porque sé lo duro que es estar ahí arriba, y que vivir lejos de la propia casa en una gira de varios meses no es fácil». Recuerda con media sonrisa la petición de Bob Dylan de 100 toallas negras para su camerino: «Cuando llegó el artista, lo primero que hizo su manager fue entrar en el camerino y contarlas, una a una. Pienso que era una prueba de fuego, para asegurarse de que éramos capaces de atender cualquier petición. Creo que luego ni las utilizó».

Cada uno en su sitio

Dani considera «higiénico» no mezclarse mucho con los divos, ya que su papel se ciñe a estar a disposición de todo el personal humano que participa en la organización de un espectáculo. Pero ha tenido gratas experiencias con algunos de ellos: «Bruce Sprinsgteen o B.B. King nos pidieron pasar al camerino para darnos personalmente las gracias, y eso siempre gusta. Luego, he tenido la suerte de trabajar con artistas que son de lo más natural, como Ara Malikian, que me ha sorprendido gratamente porque nunca pone problemas, todo le parece bien».

Un mundo algo menos complicado en cuanto al trato personal es el teatral, que conoce muy de cerca Águeda Toral, regidora del Isabel la Católica. Sus instrumentos de trabajo son esencialmente tres: los walkie-talkie, los auriculares y la escaleta. Acompañados de altas dosis de paciencia. Procedente de la Escuela de Artes y Oficios, donde estudió la especialidad en marionetas, llegó hasta su profesión tras descubrir que lo suyo eran las candilejas, algo que chocó incialmente en una casa plagada de maestras y enfermeras.

Su oficio incluye ajustar toda la maquinaria escénica, dirigir a sus compañeros técnicos para que todo funcione a la perfección. También supervisar el montaje y desmontaje de escenarios. «Aquí no hay compañías pequeñas y grandes, tratamos con idéntico cariño al actor más profesional y a la compañía de aficionados más humilde. Todos merecen respeto, porque subirse al escenario es muy duro».

Coincide con sus compañeros técnicos en que lo más duro de la profesión es «la falta de seguridad. Llevo 17 años aquí, y tengo la misma sensación de provisionalidad del primer día». Con todo, esa sensación, el pasar tiempo fuera de casa, el no tener horarios cuando una producción lo requiere, todo, queda inmolado en el altar de un trabajo que adora. «Aquí he vivido días y noches únicos. Recuerdo con especial cariño una noche que pasamos casi sin dormir ensayando 'Las amistades peligrosas' con Luis Merlo, Maribel Verdú y Amparo Larrañaga. El actor que debía hacer el papel de Luis, Toni Cantó, enfermó gravemente y no pudo venir a Granada, y Luis se ofreció a sustituirle. Llevaba un pinganillo y le 'cantaban' por él absolutamente todo: no solo el texto, sino lo que debía hacer. Las funciones fueron un éxito, a teatro lleno, y cuando bajó el telón todos llorábamos por la emoción».

Además de Merlo, Águeda se ha visto gratamente sorprendida por personas como Arturo Fernández o Rafael Álvarez 'El Brujo'. «Ambos son auténticos caballeros, y su modo de prepararse para actuar es ejemplar. Cada uno en su estilo, son insustituibles». Para ella, el secreto para que un teatro como el Isabel la Católica funcione es contar con un buen equipo, «y yo tengo a los mejores».

Con un ataud a hombros

Uno de ellos es Jesús Suárez, que se vinculó al mundo del espectáculo en 1996. «Me llamaron unos amigos con los que aún sigo trabajando hoy», dice. Empezó de 'pipa', nombre que designa a las personas que hacen la carga y descarga de los elementos que conforman la escenografía, en el Festival de Música y Danza, y ahora es uno de los tramoyistas del teatro Isabel la Católica.

De aquellos primeros tiempos guarda un buen número de anécdotas, como la vez que debió acarrear a hombros un inmenso ataud -vacío, pero eso nadie lo sabía- por toda la calle San Juan de Dios y parte de la Gran Vía, una calurosa mañana de verano. «La gente nos miraba extrañada, porque obviamente íbamos en ropa de trabajo, y nosotros no podíamos aguantarnos las ganas de reír al ver sus caras, e imaginarnos qué estarían pensando de nosotros». O la vez que, por circunstancias de guión, debió ser Bob Esponja en una interminable -y muy divertida-sesión fotográfica. «Es la vez que más fotos me han hecho, pero en ninguna se me ve la cara», bromea. O cuando fue uno de los asesinos de Juana de Arco en la ópera homónima de Verdi , ya que tenía que mover una catapulta en escena. «He hecho y espero seguir haciendo de todo, porque me encanta mi profesión», comenta.

Su compañero en la tramoya, Antonio Garzón, afirma que «quien peor lo pasa es la familia, a la que apenas vemos cuando trabajamos, pero merece la pena, aunque ya no bregamos con las bonitas escenografías que manejábamos hace unos años. La crisis se llevó por delante muchas producciones, y hoy se tiende al minimalismo».

En la mesa de sonido del teatro se encuentra Paco Pretel, cubano de nacimiento, un auténtico fuera de serie que ha grabado con los más grandes de la isla -Milanés, Rodríguez, Amaury Pérez y tantos otros- y se ha topado con figuras como Billy Joel. Fuimos testigos de cómo un cantante del tango se maravillaba por el sonido que es capaz de obtener de los elementos técnicos. Y eso que no tienen nada que ver con una mesa RCA de 1956, una de las dos instaladas en los estudios estatales Areíto, de La Habana, que fue su primer amor. Este ingeniero superior en Sonido y Dirección Musical -una titulación sin parangón en España- lamenta el escaso valor que se da al trabajo de los técnicos del espectáculo: «En España la cultura es poco más que nada. El Ministerio de Trabajo no contempla nuestra profesión, y no existe convenio laboral de técnicos artísticos. No somos nadie». Pretel alterna sus funciones con Antonio Pérez, en una tarea clave, como todas, para el desarrollo de los eventos.

Eloy Merino y Ramón Álvarez son técnicos de luces. Ambos atesoran casi dos décadas en el mundillo. Eloy comenzó haciendo otras labores, pero se incorporó al mundo de la luminotecnia en el teatro Alhambra. Ramón estudió Formación Profesional y se incorporó hace cinco años a la plantilla del teatro Isabel la Católica.

Para ellos, lo más complicado es la incertidumbre, los nervios en el estómago que acompañan cada función. «Confiamos en nuestra capacidad, en nuestra intuición, en nuestra experiencia, pero siempre que se levanta el telón, comienza una aventura». Han vivido grandes giras de artistas de rock -afirman que «eso es otro mundo»-, y echan de menos un poco de inversión para mejorar la luminotecnia del Isabel la Católica. «No hemos incorporado aún los avances que supone el led, que cuestan más pero se amortizan muy rápido, ni la robótica».

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