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María del Carmen. La hermana del maestro regresó al carmen de la Antequeruela y revivió los recuerdos de su estancia de 18 años, dos décadas antes.
Cincuenta años de la casa museo Manuel de Falla de Granada

Cincuenta años de la casa museo Manuel de Falla de Granada

Adquirida por el ayuntamiento en 1962, se reinstaló con todos sus muebles, objetos y recuerdos cedidos por sus herederos

JOSÉ LUIS KASTIYO

Viernes, 17 de julio 2015, 00:18

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Se cumplen esos días cincuenta años de la inauguración de Casa Museo Manuel de Falla de Granada. En este carmen vivieron los hermanos Falla desde septiembre u octubre de 1921 hasta su viaje a la Argentina, el 28 de septiembre de 1939, para atender una serie de compromisos profesionales. En 1943 fue arrendada la finca a la Duquesa de Lécera, quien sostuvo con dignidad el culto a la figura desaparecida, aunque realizó algunas obras de reforma y adecuación de las dos plantas del inmueble.

Al quedar desocupado el carmen por el fallecimiento de la Duquesa, el Ayuntamiento, que había adquirido su propiedad en 1962, decidió la reinstalación de la casita granadina de don Manuel de Falla. Una gestión personal del entonces alcalde, Manuel Sola Rodríguez-Bolívar, llevó a los herederos del músico a una actitud de absoluta entrega a la iniciativa: una carta del matrimonio María Isabel de Falla y José María García de Paredes fechada en marzo de 1965, formalizaba la entrega al Ayuntamiento de «los muebles, objetos y recuerdos de su casa en Granada, no condicionando la entrega a ninguna fórmula determinada».

Una vez reinstalada la casa, gracias a la inteligente tarea del entonces concejal Manuel Orozco, el hogar de los hermanos Falla cobró toda su autenticidad. Todo era y es muy austero. En el estudio está la más preciada pieza de la Casa-Museo: el piano, un Pleyel vertical excepcional que se conserva muy bien. Sobre su teclado creó Falla una gran parte de su obra granadina, desde el 'Retablo de maese Pedro' al 'Concierto de Clavicémbalo', desde 'Psyché' y 'El soneto a Córdoba' a 'Atlántida'.

El dormitorio del maestro es monacal. Una cómoda conserva la ropa del músico, sus pijamas, algunas de sus camisas. Los aparatos para la gimnasia matinal para fortalecer sus manos de pianista. El lavabo de palangana y el jarro de porcelana. Un hogar muy modesto detenido en el tiempo.

El jardín lo preside un busto de extraordinario parecido, realizado por el escultor granadino Bernardo Olmedo Moreno. Así la casa y sus cosas, un buen día de un año más tarde, en septiembre de 1966, sin previo aviso, María del Carmen de Falla regresó a su hogar granadino desde su residencia en Jerez de la Frontera. La hermana había dudado mucho antes de volver a la Antequeruela. Temió el reencuentro con tantos y tantos recuerdos que le asaltarían al enfrentarse a esos humildes muebles, enseres y objetos que ella y su hermano habían dejado en el mismo lugar, 27 años atrás.

Calladamente, la hermana inseparable del compositor recorrió todas las habitaciones. «Con este jarrito traía Manolo el agua hervida y caliente para mezclarla con la fría que salía del filtro». «Recuerdo que en esta ventana estaba esa cortinilla granate». «En esta hornilla de carbón yo le hacía a Manolo unas tortillas liadas que le gustaban mucho». «Esta era la cuchara de Manolo y esta, la mía». «Ese monederillo era mío y esos misales, con todas sus estampas».

La autenticidad del hogar de Manuel y María del Carmen de Falla alcanzaba esos días su máximo respaldo. Unas semanas inolvidables pasó María del Carmen en su casa granadina. Ya había cumplido los 84 años, pero pudo abrazar a los amigos entrañables que a través del Patronato de la Casa-Museo se habían constituido en los guardianes más celosos de una época imborrable para todos.

Una merienda especial

En el jardín, en torno a María del Carmen de Falla y junto al busto de don Manuel merendaron de nuevo, la última vez todos reunidos, Emilia Llanos, María Paula Montes de Borrajo, Francisco González Méndez, Bernabé Bérriz Madrigal, Francisco García Carrillo y Miguel Cerón. Fue una tertulia mágica. Muchas conversaciones interrumpidas se reanudaron con emociones no disimuladas. Don Manuel había fallecido veinte años antes pero su memoria se hizo tan real esa tarde que su figura permaneció presente en las anécdotas evocadas, en el refrendo de la excelente amistad cultivada en el tiempo. El alcalde Manuel Sola, el concejal Manuel Orozco, el pintor Miguel Rodríguez-Acosta que acompañaba a su tío Bernabé Bérriz y quien esto firma fuimos testigos callados y conmovidos de aquel encuentro.

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