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Museo Nacional Colegio de San Gregorio (Valladolid).
Juana, la Reina culta a la que volvieron 'Loca'

Juana, la Reina culta a la que volvieron 'Loca'

Los sucesivos maltratos a los que fue sometida por parte de su esposo, Felipe 'el Hermoso' primero, de su padre Fernando I de Aragón después, y de su hijo Carlos finalmente, contribuyeron de manera decisiva en que la desgraciada vida de la hija mediana de los Reyes Católicos pasara a la Historia como un cúmulo de actitudes dementes y obsesivas

Carlos Balboa

Domingo, 31 de mayo 2015, 00:49

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Tras el éxito innegable e internacional de la serie 'Isabel', TVE apostó por repetir formato histórico con la vida de su hija Juana y con Carlos, Rey Emperador, que narra la vida de su nieto como rey de España y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La producción se encuentra en fase de rodaje, tal y como pudimos comprobar en Granada. Sabemos, además, que el primer episodio comenzará con la llegada el 4 de noviembre de 1517 del propio Carlos (interpretado por Álvaro Cervantes) y su hermana mayor Leonor a Tordesillas. ¿El motivo de esta visita? Ver a su madre, Juana, después de 13 años sin cruzarse la mirada. Ella, recluida desde 1509 en una casona cuartel, ostentaba el título de Reina, mientras que su padre, Fernando I el Católico, ejercía como si fuera rey. Él, nombrado por el mismo Fernando en su testamento 'Gobernador y Administrador de los Reinos de Castilla y León', acudía a España desde Flandes para destronar a su propia madre, "incapacitada" según rezaba la última redacción de su abuelo.

Este encuentro familiar fulminó cualquier posibilidad de que Juana I de Trastámara tomara las riendas de Castilla, si es que la realidad no se había encargado hasta entonces de hacerle ver a la hija mediana de los Reyes Católicos que su futuro no pasaba por el trono y la corona. Fue Chièvres, político y consejero de Carlos, quien obtuvo de la Reina el acta por la que reconocía a su hijo mayor que gobernara en su nombre. Se constituía así una aparente legitimidad para que diera inicio a su reinado. Desde entonces, Juana, que iba a cumplir casualmente 38 años dos días después, fue poco a poco consumiéndose en vida, con ramalazos de supervivencia y carácter, pero trágicamente unida a un destino: morir sola y apegada al apodo despectivo con el que pasó a la Historia: 'La Loca'.

Pero, ¿en realidad cuánto tuvo de demente la esposa de a quien, para mayor crueldad de su persona, llamaron 'El Hermoso'? ¿Qué responsabilidad tuvo en esto la gente que le rodeó, empezando por su propio padre y acabando por su primogénito? Vicenta Márquez de la Plata, en su libro 'El Trágico destino de los hijos de los Reyes Católicos', dedica un extenso capítulo a narrar la vida de Juana, probablemente la más conocida de todos los vástagos de Isabel y Fernando, con permiso de Catalina, pero igual de desgraciada que todos ellos.

Infancia y educación refinada

Juana vino al mundo en Toledo el 6 de noviembre de 1479 como la tercera en la línea de sucesión de su madre, después del príncipe Juan y su hermana Isabel. Los Reyes se ocuparon que desde pequeña, como sucedió antes y después con el resto de sus hijos, recibiera una educación esmerada, culta y polifacética. Fue por lo tanto Juana una niña destinada a representar todos los valores intelectuales propios del Renacimiento. Su alta capacidad de aprendizaje, su predisposición al conocimiento y sus evientes aptitudes posibilitaron que absorbiera como una esponja todas las lecciones que recibía, ya fueran de la temática y el género que se le impartieran. Así, se le instruyó en latín, griego, literatura, filosofía, derecho canónico, poesía, música y danza, además de otras ciencias y artes.

Las inquietudes artísticas de la por aquel entonces todavía Infanta de Castilla provocaron que en su ajuar figuraran varios instrumentos: un llaviorgano, un monocordio, un templador de monocordio, dos cajitas con unos aljofarios y una vihuela. En cuanto a los idiomas, Juana los dominaba de tal forma que incluso, gracias a su excelente francés, sirvió de intérprete entre su marido Felipe y su padre Fernando cuando éste quiso entrevistarse con el Habsburgo. Beatriz Galindo, por su parte, le enseñó las virtudes del latín, si bien también tuvieron su importancia en esta materia don Andrés de Miranda y los hermanos Giraldino. Los tutores aprovechaban cualquier lugar para ofrecer sus lecciones a las infantas y el príncipe Juan, ya que la itinerancia de las Cortes de los Reyes Católicos provocaba que no hubiera un aula fija destinada a ello.

A campo abierto, Juana demostró ser una excelenta amazona, hasta el punto de que a los 10 años, según relata Vicenta Márquez de la Plata, ya se le compró una mula equipada con riendas, estribos y silla de montar cubiera con seda de brocado. En cuanto a las labores del hogar, la Infanta se desenvolvía con soltura cosiendo, hilando y bordando.

Carácter

Señala Márquez de la Plata que la tendencia a la introversión de Juana fue heredada por su abuela doña Isabel de Portugal, que de hecho padecía celiotipia, que no son otra cosa que unos celos enfermizos que provocan que el que los padece sienta cómo su amado/a es perseguido por muchos pretendientes. En este sentido, Juana ofreció ramalazos parecidos, como cuando hizo cortar el pelo a una de las damas de la Corte que miraba insistentemente a Felipe. Sea como fuera, durante su juventud no mostró ningún tipo de desequilibro mental. En cambio, sí que se llegó a decir de ella que era "la más inteligente de todos los hermanos".

Por supuesto, como a todo miembro de Familia Real, no faltaban los caprichos. Enamorada del rojo carmesí, contaba con telas, sombreros y adornos varidos y de lujo. Además, si no cabalgaba su propia mula, ordenaba ser transportada encima de un tabladillo.

Matrimonio

Sabido es que Juan y Juana formaron parte de un doble concierto matrimonial entre los hijos de los Reyes Católicos y la casa de los Habsburgo, no sin antes descartar otras opciones con el objetivo de fortalecer alianzas reales. Así, el sucesor de Isabel se casó con Margarita de Austria y su hermana hizo lo propio con Felipe, a su vez hermano de Margarita.

Juana se despidió de su madre en Laredo el 22 de agost de 1496. Partió rumbo a Flandes a la cabeza de una flota numerosa y cargada. No puso obstáculo alguno a la decisión de sus padres y tenía confianza en que su matrimonio fuera un éxito. De hecho, se presentó en Middelburg con la mejor de las ganas, pero Felipe no acudió a su recibimiento. Tras sortear inesperados inconvenientes, ambos contrajeron matrimonio el 20 de octubre. A partir de entonces, Juana formó pare de la corte borgoñona, caracterizada por su elegancia y su exquisitez, no sin contundentes aportes mundanos y fiesteros.

98 asistentes formaron parte del séquito de la princesa cuando llegó a los Países Bajos. Un año después, solo quedaban 16. ¿Qué pasó en ese tiempo? El personal se decantaba por Felipe y solo estaban dispuestos a satisfacerle a él. Es más, no actuaban sino era bajo orden suya, aunque fuera Juana la involucrada. Así sucedía en la mayoría de los casos. Y a ella no le importaba permanecer fuertemente custodiada. Además, el círculo de Felipe se ocupó de comprar las voluntades de los servidores de Juana, logrando su objetivo. Ante esto, ella poco podía hacer, ya que no tenía margen de maniobra ni capacidad para asalariarlos. Por si fuera poco, fiscalizaron las dotes económicas que la correspondía recibir por contrato.

El amor mutuo que se profesaron en los primeros meses de matrimonio cayeron pronto en el olvido. Felipe hacía vida por su cuenta, si bien Juana se dedicaba a embellecer su cuerpo con todos los recursos a su alcance. Como muestra, una cita de su contemporáneo Pedro de Torres sobre el archiduque: "Era muy dado a mujeres, no recataba sus desórdenes y traía a la reina, su mujer, como cautiva, en que no le dejaba ver sino a quien él quería...".

Herencia y poder

La desgracia en la línea sucesoria de los Reyes Católicos se cebó en Juan, su hermana Isabel y en el hijo de esta, Miguel, muerto a los dos años. Juana era la siguiente. Y en ese punto, Felipe, que siempre había ambicionado la herencia de su mujer, se hizo fuerte, hasta el punto de hacerse nombre Príncipe de Asturias, sin derecho alguno a hacerlo, incluso antes del fallecimiento de la infanta Isabel.

En 1498 Juana dio a luz a Leonor, su primera hija. En 1500 vino al mundo Carlos, recibido con entusiasmo por Felipe, como primogénito que era. Cuando un año más tarde nació su tercer hijo, Isabel, el archiduque endureció todavía más su control sobre su esposa. En noviembre de 1501 Felipe y Juana entraron en España, pero por decisión de él no completaron el viaje juntos. Valga este como ejemplo del menosprecio del que fue objeto ella por parte de su padre Fernando al recibirlos: el Rey entró en Toledo bajo palio de la mano de Felipe, dejando de lado a su propia hija, heredera de sus reinos, condición que se le dio el 22 de mayo, mientras que su marido quedaba como consorte.

Isabel quiso retener a su hija en España después de que Felipe hubiera emprendido viaje a Francia. Ella no soportaba su ausencia, dado el tremendo amor que le profesaba, que le llevaba incluso a enojarse si se hablaba algo mal de él. Cuando dio a luz a su hijo Fernando, su resistencia psíquica, casi implacable hasta entonces, empezó a dar síntomas de debilidad. Se debatía entre seguir los caminos de su desbocado corazón y la razón de los consejos de sus padres. Entonces, la tensión existente generó que su comportamiento adquiriera tintes irreflexivos. La idea de volver a encontrarse con su esposo acabó por convertirse en obsesión. Famoso es el hecho que protagonizó en el Castillo de la Mota, en Medina el Campo: Felipe había manipulado una carta de su hijo Carlos, que por entonces contaba con 4 años, haciéndole ver a Juana cuanto la echaba de menos. Ella, desesperada por verlo, se aposentó por la noche junto a la puerta, sin querer negociar otra solución. El escándalo fue mayúsculo. Finalmente, partió hacia Flandes el primero de marzo de 1504.

Ya allí, los flamencos empezaron a llamarla 'La Furiosa', debido a, aseguraban, "las reacciondes de leona púnica" que protagonizaba ante los desdenes de Felipe, que en varios ocasiones le levantó la mano. Para más inri, ordenó que se llevara un diario de sus desvaríos para poder justificarse él mismo ante los Reyes Católicos. Este espírituo violento se combinaba con reconcilaciones apasionadas, que contribuyeron a dañar el equilibrio mental de Juana.

Muerte de Isabel

El 26 de noviembre de 1504 Isabel la Católica murió en Medina del Campo. Fernando convocó a las Cortes para reconocer a Juana como Reina. Pero se guardaba un as en la manga para controlar el poder: recurrir a la locura de su hija, infundada y proporcionada por su propio yerno. Año y medio después, Fernando se casaba con Germana de Foix, sobrina del Rey de Francia, ante la incomprensión de los castellanos. Fue en la época en la Juana desencadenó un gran odio hacia lo flamenco, hasta el punto de jurarse que ningún extranjero regiría Castilla. En cambio, su experiencia política brillaba por su ausencia, ocupada como había estado durante todo su matrimonio en las pasiones de su amor a Felipe.

Ambos partieron de nuevo a Castilla y Felipe se reencontró con Fernando en Sanabria, con la ausenca de Juana. El Católico reconoció la incapacidad de Juana y se comprometió a emigrar. La compenetración entre enemigos para alejar a la Reina del poder fue urdida al detalle. Fernando no quería que su hija reinara en persona, puesto que ello implicaba perder Castilla. Por elló la declaró inútil. Cuando ella se enteró de esta entrevista, estalló, hasta el punto de acusarlos de traidores y amenazarlos de muerte. Además, presa de una fuerte depresión, incluso emprendió una huída a caballo en busca de donde creía que estaba su padre.

Fallece Felipe

Felipe instaló su Corte en Burgos, algo a lo que accedió Juana. Durante unos Juegos organizados por don Juan Manuel, el archiduque se pasó bebiendo agua, cayó enfermo y acabó muriendo. Durante su convalecencia, su esposa no se separó de él y le cuidó con amor y dedicación. Su contemporáneo Parra describió así la situación: "la vi estar allí de continuo, mandando lo que se hiciese, y haciéndolo todo y hablando al rey y a nosotros y tratándole con el mejor semblante y tiento y aire y gracia que en mi vida vi en mujer alguna".

Cuando Felipe falleció, Juana no aprovechó su condición de Reina indiscutible para asentar su autoridad. En cambio, sí que se acrecentó la fama sobre su condición psíquica, hasta el punto de que protagonizó un incidente que le valió ser reconocida para la Historia como Juana la Loca. Declarada la peste en Burgos, trasladaron el cadáver de Felipe a Granada, como era su deseo. Ella temió que lo hubieran sacado del ataúd y por ello hizo abrirlo por segunda vez, como había hecho antes para asegurarse de que no habían saqueado las joyas y ropas con las que fue encerrado.

En medio de un clima político al borde del estallido social, Fernando volvió de Nápoles. El 29 de agosto de 1507 padre e hija se entrevistaron en Tórtoles y ella le cedió el gobierno de sus reinos. Se desconocen de qué gana hizo esto, ya que no consta acta del encuentro. Desde entonces, Juana firmaba todo lo que él le mandaba. Fueron 9 meses felices para ella. Sin embargo, partidarios del poder de la Reina comenzaron a alzar la voz y Fernando ideó un remedio contundente para callarlos.

Prisionera

Juana fue trasladada a una plaza fuerte. Consciente de la injusticia que se estaba llevando a cabo contra su persona se negó a comer. Para fortalecer su posición, Fernando la hizo trasladar a Tordesillas, localidad de la que nunca más salió. Luis Ferrer fue su custodio y estaba autorizado a "darle soga", sin que sea necesaria tradución temporal alguna para entender lo que esa expresión significaba entonces. La vida de la Reina era deplorable en su totalidad: tiraba la comida que le llevaban, no se cambiaba la ropa ni se aseaba, hasta el punto de presentar un aspecto irreconocible.

Fueron años en los que la razón la desistió, sumida en la incomprensión hacia la actitud de su propio padre para con ella. Fernando mandó una delegación para valorar su estado, y el resultado fue el esperado. Humillada por esta visita, Juana pidió al Católico un séquito. Al día siguiente Fernando y su mujer la visitaron en persona para que les revelara el secreto de su fertilidad, pues Germana todavía no había engendrado hijo alguno. Tan tétrico motivo quedó sin respuesta. Fue la última vez que Juana y Fernando se vieron.

La compañía de su hija Catalina provocaba en ella que los ademanes de rabia que sufría fueran más tenues que las causas que los engendraban. Mientras tanto, en Tordesillas se hablaba del trato inhumano al que se sometiía a Juana. Así, buscando calmar estas informaciones, Luis Ferrer fue revelado por Hernán Duque de Estrada como vigilante de la Reina. En consecuencia, su situación mejoró de forma ostensible. Llegó a pedir luz y aseo para todos sus acompañantes.

Carlos entra en acción

Al morir Fernando, el primogénito de Felipe y Juana se proclamó rey de Castilla en Gante, algo que no podía hacerse llamar si su madre vivía. Así que Carlos tejió los hilos necesarios para que su llegada a España estuviera lo más despejada posible en su camino al poder. Llegó con 17 años a Tordesillas junto a su hermana mayor, Leonor. Cuando Juana abrió la puerta apenas reconoció al niño que dejó atrás 13 años antes. Tras hablar un rato, ella les recomendó descansar después del largo viaje.

Volvieron a verse algunas veces más. A la muerte de Cisneros, los flamencos se repartieron cargos por doquier. Mientras tanto, las Cortes urgieron a Carlos a que se ocupara de su madre, buscándole una casa haciendo honor a su título, el de Reina de Castilla.

El futuro emperador ordenó un nuevo entorno para Juana, lo que implicó el relevo de Duque de Estrada. Franciso de Sandoval y Rojas se hizo cargo de la reclusión de Juana, ejerciendo incluso como carcelero y llegando a minimizar sus opciones de libertad, ya escasas de por sí. Ella respondió con una huelga de hambre, mientras que seguía sin conocer la muerte de su padre, circunstancia ordenada por Carlos para evitar que su propia madre reclamase lo que le correspondía.

En este sentido, el Marqués de Denia coincidía en que la Reina debía de saber lo mínimo posible. En su razón para ello encontramos una afirmación que convierte a Juana en una mujer propia de una inteligencia casi nunca reconocida: "No se puede dejar que hable con nadie pues convencerá a cualquiera". El Viernes Santo de 1555 Juana, habiendo hecho confesión de todos sus pecados, pasó a mejor mundo tras 46 años de reclusión. Se acababa así la trágica vida de una Reina que no llegó a reinar, y que solo en su cruel e injusto encierro justificó el apodo que desde entonces acompaña a su nombre.

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