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Juan Carlos Jiménez muestra el material que utilizan para los rescates.
«Lo peor no es recoger cuerpos, lo peor es escuchar 'help me' y no poder hacer nada»

«Lo peor no es recoger cuerpos, lo peor es escuchar 'help me' y no poder hacer nada»

El patrón de la embarcación de Salvamento Marítimo recuerda rescates complicados y el riesgo de la travesía

LAURA UBAGO

Domingo, 23 de octubre 2016, 01:12

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Los ojos azules de Juan Carlos Jiménez, patrón de la embarcación de Salvamento Marítimo con sede en Motril -Salvamar Hamal- han ido archivando imágenes a lo largo de doce años de servicio. No recuerda rescates completos, tan sólo se le aparecen fogonazos, fotografías mentales imborrables, que ha ido suavizando con la satisfacción de haber salvado -esa embarcación que tiene también como patrón a Enrique Garverí- a unas 16.000 personas en algo más de una década.

Porque él insiste: él salva a personas, a las que no le mira en el bolsillo si llevan papeles. «A mí me da igual que viajen en un pesquero, en una embarcación de recreo o en una patera: yo rescato a personas, sin más», dice convencido este capitán de barco al que ver cuerpos flotando en el agua repetidamente no le ha hecho ni mucho menos callo.

Juan Carlos Jiménez y su equipo reciben un aviso y se lanzan al mar, que es como una caja de sorpresas y que a veces, son de las desagradables. «El rescate de una patera siempre es complicado porque viajan alrededor de 50 en una embarcación que está pensada para ocho o diez personas», señala el patrón que explica que, con ese punto de partida, es difícil que la lancha de goma tenga estabilidad. Además, según cuenta Jiménez, los tripulantes de una patera no saben nadar y, a veces, no saben ni lo que es un flotador cuando se lo lanzan.

«Aunque esté la mar en calma, hasta que no los tengo en la embarcación de Salvamento no me quedo tranquilo. No saben mantenerse a flote y si cae uno al agua, se produce un efecto dominó. Si una patera vuelca... habrá muertos seguro», explica el patrón de la Salvamar Hamal que aclara que, aún con sus conocimientos, no realizaría la travesía que hacen las pateras entre Marruecos y la isla de Alborán «porque es una zona cambiante y traicionera, la isla hace que el mar choque y además hay corrientes por la influencia del Estrecho», aclara.

Las veces que una patera ha volcado cuando Salvamento Marítimo ya estaba a pocos metros de ellos, se ha hecho el desastre. Entonces, a pesar de que todos los miembros de la tripulación han salido al rescate, poco han podido hacer. «He llegado a tener a dos personas enganchadas, una en cada brazo y ver a una tercera que se hundía a mi lado», rememora el patrón. Sin duda, esa impotencia es lo que más le duele. «Lo peor no es recoger los cuerpos, lo peor es que te estén diciendo 'help me' y no puedas hacer nada por esa persona».

Jiménez se recuerda en el barco reanimando un bebé que acababa de rescatar del agua su compañero Juan, que se había lanzado al mar sin importarle casi su propia vida. «Si me hago daño en la espalda en un rescate, es bajo mi responsabilidad, en esos momentos no puedes reservarte», expresa el responsable de Salvamento Marítimo.

Juan Carlos también se acuerda de cómo un rescatado, una vez en la Salvamar Hamal, se volvió a lanzar al agua y trajo a su hermano. «Después de un tiempo insistiendo pude reanimarlo». El patrón no sabe qué pasó después ni cómo acabó esa historia. En cuanto vio que respiraba, se lanzó a salvar a otro.

Cuando el rescate va bien, el trabajo de Jiménez se convierte en gratificante. «Lo que más me gusta es hacer reír a los niños. Los metemos dentro del barco y les hacemos globos con los guantes. Ver cómo disfrutan sin saber ni siquiera donde están te hace replantearte todo», expresa. Dentro del barco se establece una relación con los inmigrantes. Les preguntan de dónde son, les dan ropa seca para que la travesía a puerto no sea dura... se trazan lazos humanos. «Este trabajo te cambia la vida, te hace ver las cosas de otra manera y todo eso es lo que trato de inculcarle a mis hijas».

Jiménez recuerda cómo, en un chiringuito de la playa, un día invitó a comer a un subsahariano que pasó vendiendo cedés. Pensó que podría haber sido rescatado por él y que, después, puede que no tuviese ni siquiera para almorzar. «Le sobró y me quiso devolver lo que le había quedado», dice emocionado. Le dio las gracias, otras gracias más en su larga carrera de rescates.

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