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Estefanía Pinedo muestra el conjunto de fármacos que lleva en su bolso para cualquier urgencia junto a su hijo Adrián, de 5 años.
La madre del niño del kit anafiláctico

La madre del niño del kit anafiláctico

Una motrileña se convierte en bloguera tras descubrir que sus dos hijos sufren alergias alimentarias

Javier García Martín

Miércoles, 27 de enero 2016, 01:34

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Estefanía Pineda es madre, tiene dos niños y 28 años. Trabaja, como la mitad más afortunada de su generación, aunque eso tampoco hace del suyo un caso especialmente reseñable. Lo genuino de Estefanía es que desde hace unos meses gestiona desde su casa en Motril un blog de recetas de lo más peculiar. Y demandado, apostilla.

Entre trocitos de plátano, cucharadas de azúcar, vasos de harina y pizcas de pimienta, nadie sabría identificar cuál es el ingrediente que falta por sistema en todas las propuestas que rellenan la bitácora si se encontrara con ella de golpe. Tendría que ser así, de golpe, mirando la pantalla del ordenador de un vistazo, porque el mismo título de su diario culinario fulmina cualquier tipo de duda. Su dirección es sintrazasdeleche.blogspot.com.

Por si no está claro, lo suyo es difundir ideas alimenticias aptas para personas alérgicas a todo lo que contenga leche. «Pero son para todo el mundo», puntualiza Pineda.

No se trata de una afición despreocupada. El blog no es más que la expresión de un compromiso que viene del contacto directo con dos alérgicos, sus hijos. Adrián, de 5 años, no puede ni acercarse a alguien que haya estado en contacto con la leche. «Yo no la tomo porque quiero darle besos», señala con ternura.

El pequeño tampoco se lleva bien con el polen ni con los ácaros. «Es multialérgico», agrega la madre. Su hermano, Hugo, de dos años y a quien Adrián asegura mientras juguetea con un click sobre la mesa de una cafetería que cuida mucho, presenta como él alergia al huevo y asma. Vivir a base de sustos es, con este sumatorio, el día a día de Estefanía y su pareja.

Mary Poppins

«Yo no puedo salir de casa sin el kit», asegura. De su bolso, grande, la joven saca a lo Mary Poppins un neceser repleto de medicamentos. Una montonera de envases de polaramine, ventolín, corticoides en pastillas y crema y hasta un autoinyector entierran una barra de pomada contra los golpes, el único fármaco y preocupación de la mayoría de los padres de hijos pequeños. Es vital que, si cualquiera de los niños entra en contacto con su alérgeno, emplee ese arsenal a tiempo. «'Al primer síntoma, ni te lo pienses', nos dijeron».

Una tos, un sarpullido, una boca que comienza a hincharse. La demora puede derivar en una garganta que se cierra o, peor, en un shock anafiláctico. Eso significa que el cuerpo colapsa sobre sí mismo, con funestos resultados. Por eso, señala Estefanía, casos como estos no deben confundirse con intolerancias a la lactosa, por ejemplo, más leves.

Adrián es el primer aliado de sí mismo. «Los dos lo tienen claro, preguntan qué has tomado antes de que les des un beso, porque saben que les puede salir una urticaria», señala. Pero falta mucho por concienciar.

Cuando nació el primogénito tardaron seis meses en ponerle nombre a lo que le ocurría. «Te dicen que sólo tienes que retirarle la leche, pero no es cierto, hasta las tizas llevan caseína, la proteína que le da alergia», señala.

Hugo, el benjamín, lleva ya 14 bronquitis. «El día de su cumpleaños le hicimos un bizcocho», recuerda Pineda. «Hasta los dos años no le hicieron una analítica que confirmó que le daba reacción el huevo crudo».

En su familia es fácil. El problema viene cuando el círculo social se amplía al cole. La propia Pineda ha tenido que instruir en un taller a los profesores sobre cómo y cuándo usar el material de emergencia que lleva Adrián en función de un protocolo establecido con su alergólogo.

La cruzada de la compra

Ha encontrado, por lo general, comprensión. Hasta el 7% de los niños, según la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC), presentan estos diagnósticos. Es algo que afecta a todos los colegios, por lo tanto. Por ejemplo, la profesora del pequeño quitó el día del lácteo del calendario semanal con el que enseña a comer sano.

«Hay madres que les dan a sus niños las mismas meriendas que al mío para que puedan jugar juntos», asegura. Se trata de un trabajo a largo plazo no siempre sembrado de escenas agradables. «Me di cuenta de que, en todas las fotos del curso, salía mi hijo comiendo solo en una esquina».

Sin embargo, la de la compra es la mayor de las batallas. «Es una pesadilla». Estefanía es de esas personas que se leen las etiquetas de los productos. De todos. «En teoría, tendrían que etiquetar si llevan alguno de los 14 alérgenos más frecuentes, pero muchos fabricantes no hacen los análisis y se cubren las espaldas diciendo que pueden contener trazas», explica. Cuando hay dudas, lo primero que hace es descolgar el teléfono. «Algunos contestan rápido, pero de otros hace meses que espero su respuesta», señala.

De ahí, de nuevo, su blog. «Quiero ayudar a otros padres que estén en mi situación», confiesa. «Son recetas fáciles, con cosas normales y que gustan». En muchos casos, las alergias no remiten con la infancia. Sin embargo, Adrián ya mete dinero en su hucha para poder comprar chucherías en un futuro, su máxima aspiración.

Al paso que va, Estefanía encontrará pronto la manera de fabricarlas.

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