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La playa del Ruso, bajo los acantilados de la Contraviesa.
La cala del manantial

La cala del manantial

En la playa del 'Lance Nuevo' o del Ruso, nacimientos de aguas termales mantienen ecosistemas casi inalterados sobre y bajo el mar

Juan Enrique Gómez

Jueves, 30 de julio 2015, 00:33

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Al final de la primavera y el inicio del otoño, una pequeña extensión de arenas grises bañadas por el mar, bajo acantilados costeros, se convierte en el refugio de centenares de aves marinas, sobre todo gaviotas y cormoranes, a los que se le suman pequeños grupos de golondrinas de mar. Al amanecer y a la hora del crepúsculo, desde la localidad de La Rábita, se les ve entrar y salir tras los acantilados del Dragón y el peñón del Muerto, y volar en formación cerca de la última cala de la costa oriental granadina que puede considerarse casi inalterada en sus condiciones ambientales. Tradicionalmente los pescadores la llamaban 'Lance Nuevo', pero todo el mundo la conoce como la playa del Ruso.

Es un oasis en un territorio que puede considerarse semiárido, donde la profusión de los cultivos bajo plástico han acelerado la desertificación y convertido montes y ramblas en factorías de producción agrícola intensiva. Los tajos y acantilados que, en algunos puntos caen a plomo sobre el mar, la han protegido del avance de invernaderos y urbanizaciones. Es el lugar donde es posible ir hacia atrás en el tiempo y visualizar como eran, hace menos de un siglo, la mayoría de las pequeñas playas que desde las cotas más bajas de la Alpujarra y la Contraviesa, se hunden en el mar de Alborán.

La cala, situada tras los acantilados de poniente, a solo 800 metros en piragua desde el centro de La Rábita, posee manantiales que la convierten en un espacio de alto valor ecológico. Es agua que aflora entre rocas procedentes de los acuíferos subterráneos de las sierras de Lújar y la Contraviesa. La presencia de agua favorece la supervivencia de una vegetación más propia de ramblas húmedas e incluso ribereña, que contrasta con la típica vegetación litoral. Culandrillos de pozo y pamplinas de agua, entre las paredes del manantial; tarajes, cañaveras, adelfas, siemprevivas y perejil de mar, en las zonas más cercanas al agua; margaritas de mar, amapolas marinas, oruga marítima, alucemillas, e incluso las muy escasas orejilla de roca y espino cambrón, todas ellas en los acantilados áridos.

El manantial más importante, la 'minilla', está en el camino de acceso desde la carretera (tras un espacio semi cortado y derruido difícil de superar). Es una pequeña cueva de colores amarillos y rojos que dejan caer gotas de agua sobre una pila natural.

En el extremo oeste de la playa, las rocas poseen un marcado color dorado y verdoso que delata que sobre ellas corre agua procedente de filtraciones que se producen en la zona alta del acantilado. En realidad es otro de los manantiales que hacen de esta cala un paraíso, ya que entre las grietas de las rocas, el agua cae en forma de chorreras, de ducha con cualidades sulfurosas, e incluso una temperatura de entre 25 y 30 grados. El agua dulce es la razón por la que en este enclave hay una mayor biodiversidad que en otros puntos del litoral, y lo convierte en punto de confluencia de fauna, sobre todo aves marinas y continentales. Es habitual encontrar bandadas de gaviotas patiamarillas, sombrías, reidoras, e incluso una especie amenazada de extinción, la gaviota de Audouin. Los juveniles de estas especies utilizan 'El Ruso' como refugio habitual en épocas en las que no hay presencia humana. Es fácil encontrarse con cabras montesas que bajan de las montañas y buscan un lugar donde beber, igual que zorros, topillos y otros micromamíferos.

Durante el verano, la playa se convierte en destino de numerosas personas que buscan una 'tranquila cala nudista' en la que pasar la jornada, pero en muchos casos no son conscientes de que provocan una alternación de sus ecosistemas, ya que algunas de ellas, dejan basuras, fogatas y restos de acampadas.

A pesar de ello, por el momento y mientras no se produzca una mayor masificación, cada mes de septiembre, el viento y los temporales, limpian arenas y acantilados, que vuelven a estar listos para recibir a otros visitantes, los alcatraces que vienen del norte.

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