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Domingo, 3 de diciembre 2017, 13:10
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Ayer regresaron momentáneamente a casa 26 vecinos de San Juan de Letrán número 3. En la madrugada del sábado 25 de noviembre, hace poco más de una semana, abandonaron sus hogares con ayuda de los bomberos mientras el fuego escalaba desde la primera planta, y desde aquel momento fueron conscientes de que quizás no volverían a pisar sus suelos. Hasta el viernes, cuando el Ayuntamiento les convocó a una reunión, no tuvieron certeza alguna sobre si podrían regresar para, al menos, recoger lo indispensable.
Lo hicieron entre las nueve de la mañana y la una de la tarde con la ayuda de Policía Local, Bomberos, un equipo de Servicios Sociales y Protección Civil. Por turnos, un inquilino de cada vivienda dispuso de una media hora para acceder y recoger lo imprescindible: documentación, llaves, recuerdos, medicinas y objetos de valor. Asegurados con casco, mascarilla, un mono de papel y protecciones de plástico para los zapatos, entraron en compañía de un bombero ante la vigilancia de la Policía, encargada de la custodia del edificio.
El día amaneció gélido, con el termómetro en tres grados, y entre los vecinos el único calor fue el de los abrazos. Muchos de ellos no se habían visto desde aquella madrugada. El camarero de una cafetería cercana encendió en el punto en el que esperaban los propietarios, tras el cordón policial, una estufa de su terraza para mitigar el frío. Los primeros saludos nerviosos antes de la llamada piso por piso de la Policía dejaron paso luego a escenas de todo tipo, entre el alivio y la desolación.
El fuego afectó con virulencia a 25 de las 35 viviendas del bloque, especialmente a las ubicadas entre la primera y la cuarta planta. Una anciana falleció al tratar de refugiarse de las llamas en el cuarto de baño y 32 personas requirieron atención sanitaria por inhalación de humo, de las cuales una sigue hospitalizada. Todos fueron desalojados. Al bajar con la caja de cartón llena -en muchos casos sostenida por el bombero-, mostraban gestos de sosiego, incluso alguna sonrisa al abrazar como muestra de agradecimiento a los agentes y miembros del cuerpo de bomberos. En otros pesaron más las lágrimas.
Recibieron, nada más bajar al portal, la atención de un equipo de tres psicólogas, una de ellas especializada en este tipo de crisis, y tres trabajadoras sociales. Paqui Martín, coordinadora de Derechos Sociales del Ayuntamiento, anticipaba que sería «un impacto para ellos regresar y ver las pérdidas que han tenido», por lo que se puso «a su disposición para la atención que necesiten».
Desde hace una semana tratan de asumir las pérdidas materiales y toman conciencia de que el regreso definitivo a sus hogares -si es que se descartan daños irreversibles en la estructura- puede demorarse durante meses. Pero entre la desolación por el fuego que cambió sus vidas, cuyo origen está aún por determinar -hay indicios de que pudo ser intencionado-, se hace recurrente una sentencia: «Por lo menos podemos celebrar que estamos vivos». Así lo hizo uno de los vecinos al reunirse con el resto tras recoger sus enseres: «En esta caja va toda nuestra vida». En la memoria de todos ellos siguen la anciana fallecida y la que permanece hospitalizada. El grueso de los residentes tiene edades comprendidas entre los 50 y los 60 años.
Al preguntarles por el estado del inmueble, muchos de ellos reconocían que ni siquiera habían prestado atención: se limitaron a entrar a los pisos para 'salvar' en el mínimo tiempo posible ropa y objetos de pequeño tamaño, con las medidas suficientes para entrar en la caja de 50 por 50 centímetros y en alguna bolsa. Los encargados del dispositivo fueron flexibles a la hora de medir los tiempos. No en vano, en esas 26 cajas iban las vidas de 26 familias que no saben si podrán regresar a casa para quedarse.
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