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Magencio Moreno y Virtudes Megías.
Órganos cruzados de por vida

Órganos cruzados de por vida

Virtudes y su marido formaron parte de un trasplante renal cruzado que les ha cambiado su día a día

Carolina RODRÍGUEZ

Martes, 17 de enero 2017, 01:37

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Virtudes Megías se cruzó en la vida de Magencio Moreno hace más de 30 años. Se enamoraron y se casaron. A priori, una historia normal. Y así podría haber sido si a Virtudes no se le hubiera cruzado en su camino una enfermedad renal hereditaria que en 2010 dio un vuelco a sus vidas.

«Recuerdo iba a tomar un simple café con una amiga y mi prima y empecé a tener un dolor en la espalda y en el pecho fuerte. Nunca imaginas lo que te puede pasar y, sin embargo, ahí empezó todo», cuenta. La visita al médico acabó en una cadena de pruebas que le detectaron una insuficiencia renal hereditaria que la ató desde entonces a una máquina y una cadena de tratamientos.

«Descubrimos que la enfermedad que tenía la había heredado de mi madre, que curiosamente también falleció por este problema y desde el primer momento, tanto el equipo médico como yo, nos pusimos manos a la obra», relata la granadina. Ponerse manos a la obra fue iniciar una nueva vida marcada por un año de prediálisis en los que tenía que acudir al hospital de manera habitual para limpiar su sangre y a someterse a planes de alimentación que recuerda con dureza. «Mi problema me obligó a empezar a cuidarme y eso pasó por una dieta estricta que me impedía, por ejemplo, comer jamón, huevos en exceso...». En definitiva, su vida dejó de ser normal para estar controlada por una máquina y ser dependiente de una enfermedad en la que «o te cuidas y te cuidan, o te puede costar la vida».

De prediálisis Virtudes pasó a diálisis, concretamente, a una modalidad llamada diálisis peritoneal. Un tratamiento que para limpiar la sangre usa el recubrimiento de tu abdomen. «Para ello necesitaba una máquina a la que me conectaba cada noche y trabajaba por mis riñones dañados», aclara Virtudes. Ventajas, no tenía que moverse de casa, desventajas, implicaba unos cuidados y una atención que, en realidad, la ataba aún más a su enfermedad.

Paciente terminal

La granadina pasó cerca de un año con este tipo de diálisis pero empezaron a llegar las complicaciones y las preocupaciones. Pertenecer al grupo cero negativo era uno de los lastres que la alejaba de un trasplante a corto plazo. «Encontrar personas de mi grupo sanguíneo era complicado» y su evolución no iba a mejor. Es cuando entra en escena su marido, Magencio. «Recuerdo que cuando leía en sus informes que decían que mi mujer era una enferma terminal me preocupaba muchísimo», explica-. Fue el momento de buscar soluciones. Y el remedio llegó por integrarse en un programa de trasplantes en cruce para el que necesitaba a su compañero de vida. Él no le falló y al nombre de Virtudes en la lista de pacientes a la espera de un riñón se sumó el de Magencio como donante. La unión resultó perfecta.

Trasplante cruzado

El riñón de Magencio no le servía a Virtudes pero sí a otra mujer desconocida cuyo marido tenía el riñón que necesitaba la granadina. Así fue como se realizó un cruce a cuatro bandas que los llevó a todos a quirófano el 27 de septiembre de 2012. Día en el que sus vidas y sus órganos se cruzaron para siempre. «Tuve claro que quería ayudar a mi mujer y a pesar de las pruebas y que te preguntan mil veces si estás seguro, no lo dudé nunca», recuerda el granadino.

Todos se jugaron su vida a una carta. Ella, porque podía rechazar el riñón que recibiera del donante anónimo y él porque se quedaba con un sólo riñón y podría tener problemas o consecuencias a posteriori. No importó y lo más importante, nada pasó.

Desde entonces, Magencio y Virtudes viven una segunda vida gracias a la profesionalidad de los sanitarios -a los que no quieren nombrar a todos para no dejarse a nadie en el tintero- y la solidaridad de los donantes. «¿Que en qué ha cambiado mi vida?... en todo. Dejé tener que vivir conectada a una máquina y engordé más de 10 kilos. Volví a tener una vida normal y, sobre todo, a valorarla mucho más», sostiene Virtudes.

Su marido la escucha con atención y hace incisos en su discurso destacando su valentía para afrontar la enfermedad primero y, después, para afrontar su nueva vida. Virtudes no lo dice pero sabe que la valiente no sólo ha sido ella, sino también él, que además de cruzarse en su vida cruzó su riñón para salvarla.

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