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Jorge Pastor
Martes, 6 de diciembre 2016, 01:52
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Fíjense en los ojos de Marcial, el señor que aparece en la foto que tienen arriba. Sí, es la mirada de la dignidad. Se llama Marcial y se apellida Gusano. Tiene 53 años. Nació en Ferrol, residió en Ponferrada y ahora vive en Granada. Su historia es la historia de miles de personas que un mal día se quedaron sin nada. Sin casa, sin familia e incluso sin sueños. «He estado tres veces en la calle», comenta Marcial a modo de prontuario. «Ésta es la tercera», apostilla. Un 'sin techo' que ahora tiene techo. Y comida caliente. Y una cama para dormir. Y un hombro para llorar. y también para reír. Es la Casa de Acogida 'Madre de Dios' que tiene Cáritas en la calle Varela de Granada. Ahí se halla Marcial desde hace un mes. Y ahí ha empezado a reescribir su biografía. La biografía de un adicto al juego que se arruinó con el bingo y las tragaperras y que también llevó la amargura a quienes le querían. «Mi mujer me cerró la puerta, y si yo hubiera sido alguno de mis hermanos, también me habría desentendido de mí», asegura Marcial, consciente de que nunca se lo puso fácil a los suyos. «La primera vez me perdonaron; la segunda, lo hicieron a regañadientes; y la tercera, me dijeron que me buscara la vida». Así de 'fácil'. Así de duro.
El último salto al vacío de Marcial comenzó hace un año. Primero cerró la empresa donde trabajaba en Ponferrada. Y luego corrió la misma suerte la imprenta que le contrató en Barcelona, donde había emigrado solo -su pareja se quedó en Ponferrada-. Entonces le sobrevino la angustia. Y entonces decidió calmarla de la peor manera posible: volviendo a jugar después de quince años. Entre créditos rápidos y un préstamo del banco, acumuló una deuda de unos veinte mil euros. Marcial hizo la maleta y retornó. «Engañé a mi familia; mi esposa se cansó a los dos meses». Fue entonces cuando comenzó una huida sin rumbo por media España -Zaragoza, Logroño, Huesca, Pamplona, Valencia.- hasta recalar en Granada. En Cáritas de Granada. «Me tendieron la mano, me acogieron y me metieron en un programa de rehabilitación». «Uno nunca deja de ser jugador, pero sí necesitas que te ayuden», refiere Marcial acudiendo a su propia experiencia. Y esa ayuda se llamó Asociación Granadina de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Agrajer).
Marcial está dispuesto ahora a empezar de cero. A convertir en recuerdo la tribulación de quien algún día, solo ante la soledad, tuvo que preguntarse '¿y ahora qué?' «Estoy empezando; veo una luz al final del túnel gracias a Cáritas», insiste sabedor de que el camino es largo y tortuoso. «Mi problema soy yo, y la solución también soy yo», sentencia. El primer paso es rehabilitarse. El segundo, recuperar la autoestima y una serie de habilidades sociales básicas para afrontar el día a día. Y el tercero, buscar un trabajo. «Yo he tocado fondo y he visto cómo otros muchos también lo hacían; por eso y porque deseo ser aquel Marcial de antes, voy a poner todo el empeño del mundo», afirma. Algo más que un propósito de enmienda. Un compromiso. Una declaración de intenciones. Un renacer.
Roberto Peña es el coordinador de la Fundación Casas de Acogida de Cáritas. Últimamente ha trabajado a tope en 'Hazme visible', una campaña de sensibilización hacia las personas sin hogar que Cáritas lleva realizando desde 1992. «Este año hemos puesto el acento en la dignidad, el que viene en los derechos y el siguiente en la posibilidad, en que es posible, en que se puede conseguir». Y es que Cáritas se ha convertido en una de las instituciones imprescindibles para auxiliar a los 'sin hogar'. Según Roberto Peña, «la crisis agudizó la situación, pero tampoco funcionaba el sistema socioeconómico que había en la época de bonanza, ya que la riqueza nunca se repartió de una forma equitativa». «Las dos terceras partes de la población excluida ya lo eran antes de que la economía se viniera abajo», subraya. Roberto Peña indica que la demanda de recursos como la Casa de Acogida de Cáritas comenzó a incrementarse en 2008. Desde ahí se registró una tendencia al alza hasta principios de 2016, cuando ya sí se observa una bajada de las peticiones asistenciales. En cualquier caso, valoran desde Cáritas, «la gente no está aquí tan sólo porque no tiene dinero, sino que normalmente confluyen una serie de factores como las adicciones, los malos tratos y otras circunstancias sobrevenidas que en algunos casos pueden tener su origen en la infancia». Los estudios dicen que mientras que lo normal es sufrir dos o tres 'sucesos estresantes' a lo largo de la vida -hechos que marcan un punto de inflexión en las trayectorias vitales-, la mayoría de los que terminan en casas de acogida suman hasta diez.
Responsabilidad pública
Roberto Peña sostiene que la atención a los más necesitados es una responsabilidad de las administraciones públicas y entes como Cáritas tienen una función subsidiaria. De hecho, el Ayuntamiento de Granada y la Junta de Andalucía contribuyen económicamente para que la Casa de Acogida pueda prestar una serie de servicios. Entre ellos, el de 'atención inmediata', que se subdivide a su vez en 'baja exigencia', 'acogida' y 'observación'. Otra de estas prestaciones es la de 'tutelaje residencial', destinado a quienes llevan mucho tiempo en la calle y ya padecen un importante deterioro físico. La Casa de Acogida, que cuenta con un presupuesto de 800.000 euros anuales para cubrir los gastos de las setenta y una plazas disponibles, no actúa como intermediario laboral, pero sí facilita la utilización de los recursos que ya existen en Granada, y también mantiene una estrecha relación con el centro de empleo de Cáritas. «Ponemos todo nuestro esfuerzo para procurar la inserción de los usuarios; otra cosa bien distinta es la precariedad de los trabajos que se ofrecen», acota Roberto Peña, quien se muestra confiado en que los vientos de la recuperación que soplan en la macroeconomía lleguen también a los ciudadanos. «Desde principios de año apreciamos cierto movimiento respecto a las posibilidades de empleo», declara.
Los voluntarios también son piezas básicas en la Casa de Acogida de Cáritas. Voluntarios como Antonio Martín, que se encarga de distribuir las llamadas que llegan hasta la centralita y vigilar el paso por la puerta de entrada. Jubilado como técnico comercial, lleva ya doce años colaborando con Cáritas «en lo que haga falta». «Gracias a mi profesión me relacioné con mucha gente, un bagaje que me sirve de mucho en esta labor altruista que realizo ahora y que me llena como ser humano», reseña Antonio Martín, quien hace un llamamiento para que todo el mundo haga suya la causa de Cáritas y se implique, en la medida de sus posibilidades, en el auxilio a quienes peor lo están pasando. Bajo su punto de vista, «a veces basta con escuchar, pero también agradecen que aconsejes en función de la experiencia y los conocimientos adquiridos».
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