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Mamadou y Lidia quieren seguir estudiando en Granada.
Vidas dignas de estudio

Vidas dignas de estudio

Dos 'niños patera' que quieren seguir formándose en Granada tras cumplir los 18 narran sus azarosas vidas

Carlos Morán

Martes, 16 de agosto 2016, 00:02

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Un 'ni-ni' es un joven que no estudia ni trabaja porque no le da la gana. No son víctimas del desempleo galopante que alumbró la crisis económica, aunque también es verdad que ahora parece que abundan más. Los 'ni-nis' son parásitos que ni siquiera se molestan en intentarlo. Se limitan a vegetar. En España ya ha habido jueces que han sentenciado que los progenitores de un 'ni-ni' no están obligados a mantenerlo. El lema de estos holgazanes del segundo milenio es ese dicho tan rancio de 'vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos'. Aunque las comparaciones suelen ser odiosas, Lidia Denga y Mamadou Touré son el reverso de los 'ni-nis'. Ellos nunca se han podido permitir el lujo de vivir del cuento. Siendo sólo unos niños, dejaron sus países con lo puesto para emigrar a Europa. Lo consiguieron, pero no fue gratis. Pasaron tantas penalidades que cuesta creer que todavía tengan ganas de sonreír.

Lidia salió con diez años del Congo y tardó un lustro en llegar hasta Marruecos. Una vez allí, se puso en manos de los traficantes de seres humanos para atravesar el Estrecho en una patera que, como el mundo del que ella venía, hacía aguas por todas partes. Lo logró.

Mamadou también, pero antes de sortear a nado la valla de Ceuta, vio morir ahogado a su mejor amigo. Como tantos otros compañeros de viaje, se la jugó y perdió.

Lidia y Mamadou estaban a salvo, pero eran menores de edad y no tenían a nadie que se hiciera cargo de ellos, así que la Junta de Andalucía asumió su tutela. Y ya sí empezaron a hacer las mismas cosas que hacían los adolescentes españoles: estudiar, aprender... Y, estando en eso, se hicieron adultos -en realidad, por sus vivencias ya lo eran- y la administración tuvo que dejar de ampararlos..., pero no les dio la espalda. Lidia y Mamadou han entrado ahora en un programa de la Junta y UGR que les ofrece la posibilidad de residir en colegios mayores o residencias universitarios para continuar formándose.

Lidia y Mamadou no saben qué es un 'ni-ni'.

«Mi amigo murió ahogado, no sabía cómo salvarlo»

Mamadou Touré | Estudiante

Natural de Costa de Marfil, llegó a nado a Ceuta, se ha graduado en ESO, va a hacer un ciclo superior y luego quiere ir a la Universidad para estudiar Ciencias del Deporte

A Benito, un joven natural de la república africana de Mali, se lo tragó el mar cuando estaba a punto de alcanzar a nado la costa de Ceuta, la tierra de promisión. Ocurrió en julio de 2011. Un grupo de 23 personas habían decidido arriesgarse a driblar la valla por el agua. Llegaron veinte. Mamadou Touré (Daloa, Costa de Marfil, 1995) fue uno de los que lo logró, pero tuvo que pagar un precio muy alto: vio morir a Benito, su amigo y su compañero de viaje. Braceaban juntos, pero Benito se fue al fondo sin que Mamadou, que por aquel entonces era un crío de sólo 16 años, pudiera hacer nada para mantenerlo a flote. «No sabía cómo se salvaba a alguien que se ahoga», rememora emocionado.

El recuerdo del traumático suceso se asoma a sus ojos en forma de lágrimas que no acaban de romper. Mamadou traga saliva para coger impulso y continuar hablando. A pesar de la tormenta que ha estallado en su memoria, en ningún momento ha dejado de sonreír. Y nadie ríe como los africanos. Es como si no quisiera abrumar a los periodistas con sus penas. Un conmovedor gesto de cortesía.

Seguramente no sea un consuelo, pero Benito permanece vivo en Mamadou. Entre tantas derrotas, fue la única victoria. Gracias al testimonio de Mamadou, el olvido no ha enterrado a Benito para siempre y su historia, que es la de miles de inmigrantes, sigue viva.

Menor, adulto...

El fallecimiento de Benito fue el peor momento de una odisea que se había iniciado unos meses atrás en Daloa, la localidad de Costa de Marfil en la que nació Mamadou. Corría el año 2011 y el país africano se desangraba en su segunda Guerra Civil en apenas una década.

El presidente saliente, Laurent Gbagbo, se negaba a dejar el poder, y se enfrentó al presidente electo. Finalmente, Gbagbo fue detenido tras el intenso ataque de Francia y tropas de la ONU. Eso ocurrió en noviembre de 2011, pero, para entonces, Mamadou ya estaba en Granada, en un centro de protección de menores de la Junta de Andalucía.

El joven marfileño había escapado de su país un día de enero -es decir, seis meses antes de alcanzar la costa española- alarmado por la desaparición de su padre -su madre había fallecido cuando él era muy niño-. Mamadou llegó a casa y no había nadie. Salió a la calle y preguntó y preguntó..., pero nadie supo, o quiso, darle noticias de su progenitor. Y se marchó solo y con lo puesto.

Luego, cuando ya había logrado llegar a Europa, se enteró de que su padre había sido detenido y encarcelado, pero que finalmente fue puesto en libertad y se encontraba bien.

Pero antes de eso, vivió en Mali, en Mauritania y en Marruecos. No fue fácil. Se topó con gente que se apiadó de él y le facilitó casa y comida durante un tiempo. Pero no siempre fue así. El quinceañero que salió de Costa de Marfil tuvo que madurar a marchas forzadas. Y aún le quedaba lo más duro: cruzar la frontera que conducía al llamado primer mundo. Él lo consiguió, pero su amigo Benito no. Aturdido por el dolor de la pérdida y el cansancio ingresó en un establecimiento para adolescentes desamparados, pero hubo dudas, y poco después lo trasladaron a otro de adultos. Unos días más tarde, desandaba el camino y volvía a estar con los chavales de su edad.

Ya en Granada, y a pesar de que su nivel de estudios era bajo y su conocimiento del español, escaso, Mamadou se propuso obtener el título de graduado en ESO y lo logró en el Instituto Veleta de la capital -antes había pasado por el Mariana Pineda, también de la capital-. Ahora, tiene plaza para hacer un ciclo superior de actividades deportivas en el Hermenegildo Lanz y después quiere estudiar Ciencias del Deporte en la Universidad de Granada. Además, juega al fútbol.

«Una patera es una catástrofe»

Lidia Denga Estudiante

Nacida en la ciudad congoleña de Kinshasa, llegó en patera a Motril, se ha graduado en ESO, toca el piano y le gustaría estudiar Derecho

Lidia Denga nació en 1995 en la megalópolis africana de Kinshasa, una ciudad de más de doce millones de habitantes que es la capital de la República Democrática del Congo, y con sólo diez años inició junto a su tío un viaje que les llevaría a recorrer 17 países a lo largo de un lustro, que se dice pronto. «Saslimos de Kinshasa el 8 de agosto de 2007 y llegamos a Motril el 22 de enero de 2012», recuerda Lidia con precisión los límites temporales de su increíble aventura.

¿Qué puede impulsar a una pequeña de diez años a embarcarse en semejante empresa? Pues un objetivo que los chiquillos occidentales tienen como derecho: recibir una educación de calidad. Lidia deseaba estudiar en Europa. Así de simple y así de complejo. Por eso empezó la larga marcha. Por eso atravesó 17 fronteras. Por eso cruzó el Estrecho en una barca destartalada que tenía capacidad para treinta o cuarenta personas y en la que se amontonaban cerca de ochenta. «Una patera es una catástrofe. Íbamos a estar seis o siete horas en el mar, pero estuvimos un día entero. Cuando llegamos a Motril, yo estaba debajo de tres o cuatro personas y no podía respirar. También tenía las piernas llenas de heridas», rememora la joven congoleña las fatigas que padeció durante la peligrosa travesía clandestina.

La mezcla de agua y gasolina

Además, el estado anímico de Lidia era pésimo, porque, unas semanas antes de que ella y su tío atravesaran el Estrecho, había sabido que unos amigos suyos, «una familia entera», se habían ahogado al realizar el mismo trayecto. «Todo fue mal. Parece que conductor de la barca no había pagado a la Policía marroquí, así que fueron perseguidos. Luego se derramó la gasolina y se mezcló con el agua y eso es muy malo para las personas. Un patera es una catástrofe», reitera en un español perfecto la estudiante congoleña, que también habla inglés, francés y lingala, su lengua materna. Efectivamente, cuando un determinado componente del combustible entra en contacto con el agua salada que encharca una embarcación, se desata una reacción química que acaba por dañar seriamente la piel humana.

De hecho, muchos inmigrantes africanos llegan a España con severas quemaduras.

Para colmo, esa combinación puede abrasar los pulmones si se respira.

«Si me muero...»

Con el precedente del desgraciado fin que habían tenido sus amigos grabado en su cabeza, Lidia flaqueó. Quizá por primera vez en cinco años de desventuras, le fallaban las fuerzas. La idea de subirse a una patera le aterraba. Y discutió con su tío. «Él me decía que lo que estábamos haciendo era como una carrera en la que unos consiguen llegar a la meta y otros se quedan en el camino. Y me animaba a seguir. Me recordaba que ya estábamos a punto de llegar a Europa, que estaba muy cerca...», narra la joven africana.

Pero ella seguía sin tenerlas todas consigo. Aún tenía muy presente lo que le había sucedido a la familia que pereció ahogada y se resistía a completar el viaje. «'Si me muero', le comenté a mi tío, 'luego me apareceré a ti por las noches'», llegó a advertir a su pariente, pero éste no se arredró ante la posibilidad de ser visitado por el espíritu de su sobrina y consiguió convencerla para atravesar el Estrecho.

No fue llegar y besar el santo. Lidia tuvo que sobrevivir en la villa marroquí de Nador durante seis o siete meses antes de desembolsar los 1.400 euros que costaba 'el pasaje'. Bueno, en realidad no estaban en la ciudad: se escondían en los alrededores para eludir a las fuerzas de seguridad. «Si cogían a las mujeres, las llevaban a un sitio que, en fin, había violaciones...», explica.

Y no es que fuera incómodo tener que estar cambiando casi a diario de refugio: era una pesadilla. El paisaje era muy abrupto y hostil, y las facilidades, inexistentes. «Nos subíamos a las montañas que había alrededor de Nador. No eran montañas pequeñas como para dar un paseo. Te pasabas tres o cuatro horas subiendo y, cuando llegabas, igual tenías que irte porque el sitio no era seguro. Así que había que bajar y volver a subir a otra montaña», detalla Lidia las calamidades que soportó durante el medio año que tuvo que residir en Marruecos.

Cumpleaños bajo la lluvia

En aquellos pedregales, cumplió Lidia los 16 años. Fue cualquier cosa menos una fiesta. Llovía a raudales y el aguacero barrió las tiendas de campaña en las que pernoctaban los refugiados. «Siempre que llegaba la lluvia pasaba eso y teníamos que recoger todo». Complicado imaginar una estampa más deprimente.

Entre tanto infortunio, debió resultar arduo mantener la moral alta... aunque fuera sólo unos milímetros.

A todo esto, llegó el momento de cruzar al otro lado. Y se embarcó en una «catástrofe» con forma de patera. 24 horas después, con veinte de retraso sobre el horario previsto, atracaban en el Puerto de Motril. La niña de diez años que salió de la lejana República Democrática del Congo un 8 de agosto de 2007 había llegado por fin a su destino. Era el 22 de enero de 2012.

De inmediato, pasó a estar tutelada por la Junta de Andalucía y, en cuanto aprendió a manejarse mínimamente, se dedicó a estudiar, a formarse que, a fin de cuentas, era lo que le había llevado a recorrer el espinazo del continente africano.

En Granada, pasó por los institutos Ave María Vistillas y luego se trasladó al Sánchez Mesa de Otura, donde obtuvo el graduado en ESO.

Después estudió un ciclo formativo de grado medio de auxiliar administrativo y ahora quiere empezar el ciclo superior en esa misma especialidad.

Pero se ha puesto una meta más... Bueno, en realidad son dos: ir a la Universidad para cursar Derecho y aprender a tocar el piano con destreza. Conociendo su historia, habrá que apostar por ella.

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