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Blanca Molina lleva treinta años trabajando en la recuperación de personas adictas a las drogas.
«Cuando en los años 80 llegó el 'boom' de la heroína no había recursos. Sólo estaban los yonquis, sus madres y mucho sufrimiento»

«Cuando en los años 80 llegó el 'boom' de la heroína no había recursos. Sólo estaban los yonquis, sus madres y mucho sufrimiento»

Blanca Molina, directora del Centro Provincial de Drogodependencias

Carlos Morán

Jueves, 14 de julio 2016, 02:46

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Imaginemos que una epidemia letal se extiende por España y no hay nadie que sepa hacerle frente. Pero imaginemos más. Supongamos que la plaga, antes de matar, produce placer, lo que hace que el número de contagiados aumente exponencialmente.

No es un cuento de ciencia ficción. Ocurrió en los años 80 del siglo pasado y el 'agente infeccioso' fue la heroína. Blanca Molina, (Montejícar, 1961) fue una de las personas que tuvo que enfrentarse a aquella pesadilla. Blanca participó en la génesis de lo que hoy es el Centro Provincial de Drogodependencias (CPD), un organismo dependiente de la Diputación que ahora dirige ella y que atiende a casi seis mil adictos. Entre ellos hay desde jugadores patológicos hasta prisioneros de la marihuana. Diplomada en Trabajo Social y licenciada en Psicología, esta es su historia... y la del CPD. «Me tocó hacer las prácticas de Trabajo Social cuando empezaba la reforma psiquiátrica en Andalucía y las hice en un hospital de día para estos enfermos. Estaba en el Camino de Ronda y era un centro pionero. Al mismo tiempo, empezó el 'boom' de la heroína y no había recursos. No existía ningún centro público para afrontar este tema. Es más, en los centros sanitarios no eran bien acogidas las personas con problemas de adicciones. Total, que acabé las prácticas en el centro para enfermos psiquiátricos y me fui a mi casa, pero entonces me llamaron de la oficina de empleo. Estábamos a mediados de los 80 del siglo pasado y había mucha crisis laboral y económica, y el Gobierno puso en marcha una serie de programas de empleo juvenil. Y salieron unas plazas en el Ayuntamiento de Granada, que por aquel entonces estaba empezando a construir los servicios sociales. Había varias opciones y yo elegí examinarme de drogas. La razón: en el último examen de la carrera me cayó ese tema y me dieron un sobresaliente. Fue una casualidad, pero una casualidad que hizo que lleve treinta años enganchada al tratamiento de las adicciones».

Lo que hoy conocemos como Centro Provincial de Drogodependencias nació en 1987, ¿no?

En diciembre de 1987. En aquella época estaba de alcalde Antonio Jara y empezaron a contratar a personas para el equipo municipal de drogodependencias. Fuimos totalmente pioneros: estábamos trabajando antes de que existieran los centros provinciales y el Plan Andaluz Sobre Drogas. Cuando ya se firmó el convenio con la Diputación, el Ayuntamiento cedió al equipo de drogodependencias. Éramos cinco personas: un médico, un psicólogo, un educador, un enfermero y una trabajadora social.

¿Y cómo eran aquellos tiempos?

Nos pasamos un año entero estudiando en un despacho. Estábamos locos por empezar a trabajar con los toxicómanos. Teníamos mucha ilusión, pero nos faltaba formación. Éramos muy jóvenes y no había tanta información como hay ahora porque no había experiencia en las adicciones. Así que también organizamos muchos cursos de formación que también nos servían a nosotros. Y después de ese año nos trasladamos al Centro de Servicios Sociales de Almanjáyar y ahí ya empezamos a trabajar con usuarios.

La reina de la calle era entonces la heroína, ¿qué falló en la sociedad para que esa droga irrumpiera con tanta fuerza en España?

Sí, la gran mayoría eran heroinómanos, pero muchos habían empezado por la cocaína. Lo que pasa es que la heroína tiene un poder adictivo tan fuerte que con pocas dosis te enganchas. Además, había mucha crisis, mucho paro. Nuestro nivel de vida era muy bajo. Y no había recursos. Fue en esa época cuando surgió el movimiento asociativo de las madres contra la droga que fueron el detonante para que el Gobierno de la nación tomara cartas en el asunto y aprobase un Plan Nacional sobre Drogas, que es que no había. Sólo estaban los yonquis, sus madres y mucho sufrimiento.

¿Cómo eran aquellos primeros pacientes?

Eran personas muy deterioradas. Con una imagen que imponía: extremada delgadez. Se veía que estaban enfermos. Eran incapaces de encontrarse las venas para inyectarse. En lugar de venas parecían costuras. Tengo que reconocer que cuando atendí a la primera persona sentí un poco de miedo. Pero enseguida me di cuenta de que, independientemente de su aspecto físico, lo que quería era ayuda.

¿Qué fue de esa persona?

Manuel, se llamaba Manuel. Murió hace años.

¿Se lo llevó el sida?

Sí.

¿Se han atrevido alguna vez a hacer el cálculo de cuántos se quedaron por el camino? ¿Cientos quizá?

Se quedaron algunos, pero no tantos. Creo que reaccionamos a tiempo. Quizá decenas. Las sobredosis fueron terribles y los tratamientos eran demasiado rígidos. No había una diversificación de los programas para adaptarlos a las necesidades de los usuarios. Y eso igual fue un error. Ahora, gracias a la experiencia y a todo lo que hemos investigado, hemos sido capaces de articular programas adaptados para cada adicción, porque todas las adicciones no son iguales. Además, los heroinómanos pasaban unas depresiones terribles. Nosotros les ayudábamos a superar el síndrome de abstinencia, que se pasa en una semana. Después de esa semana, el drogodependiente piensa que va a volver a ser el que era, pero no es así. Los adictos a cualquier droga piensan que después del esfuerzo van a ser felices, pero después del esfuerzo hay más esfuerzo... Y así hasta lograr lo que quieres ser.

Es un alivio saber que fueron más los que han vivido para contarlo.

Claro que sí. El paciente con el número dos de historia sigue vivo y rehabilitado. Nos llamamos y suele venir por aquí. Y en esto han ayudado mucho lo que nosotros llamamos programas de reducción del daño, caso del dispensación de metadona para los heroinómanos. Al principio nuestro objetivo era la abstinencia. Pensábamos que todo el mundo iba a ser capaz de dejarlo y que el que no lo hacía, era porque no quería. Pero en este objetivo tan ambicioso e importante no cabía todo el mundo.

¿Cuántas personas hay ahora mismo en Granada tomando metadona para mantenerse alejadas de la heroína?

Exactamente son 1.051 las personas que, gracias a la metadona, pueden llevar una vida más normalizada y digna. Además, los delitos se han reducido muchísimo. Al principio, casi el 90% de los adictos a la heroína tenían problemas judiciales y ahora ese porcentaje es del 30%, pero, ojo al dato, esos problemas no se deben ya a robos con violencia, sino a tráfico de estupefacientes.

Dicen que está volviendo la heroína.

Nosotros en Andalucía no tenemos todavía esa percepción. Sí que parece que por la zona norte de España, Galicia y el País Vasco, está volviendo a entrar. Lo que sí está claro desde hace años es que la heroína llega desde Afganistán y entra en Europa través del puerto holandés de Rotterdam. Detrás de ese tráfico están las mafias turcas y libanesas. Dicen que son personas muy agresivas, sin miedo a la muerte. Sólo tienen un objetivo: hacerse ricos.

¿Cuáles son ahora mismo las drogas más consumidas en Granada?

El alcohol y la marihuana. Entre nuestros usuarios, que son cerca de seis mil, hay un 33% que tienen problemas con el alcohol y un 31%, con el cannabis.

Lo de la 'maría' es espectacular, está por todas partes...

Más allá de los mitos, el cannabis es un depresor del servicio nervioso central. Lo que pasa es que hoy en día puede afectar a los consumidores de diferentes formas. Dependiendo del tipo de semillas que se utilicen, el efecto no es siempre el mismo. En unos casos puede tener un efecto euforizante; en otros, depresor, y en otros incluso puede llegar a distorsionar la percepción de la realidad. Y eso, insisto, depende del tipo de cultivo que se haga y de las semillas que se utilicen... Incluso hay una variedad de semillas de cannabis transgénicas... En torno al cannabis hay un mercado impresionante, hay muchísimos intereses económicos. Es verdad que el cannabis también tienen algunas propiedades terapéuticas, menos de las que se pensaban, por cierto, pero no por eso todo el mundo va a ponerse fumar porros. La mejor pastilla es la que no se toma y la mejor droga es la que no se toma. No se puede confundir a los jóvenes diciéndoles que la marihuana es curativa, ecológica... Las personas que acuden a nuestro centro no lo hacen porque se fumen un porro de vez en cuando, vienen porque tienen una adicción. Además, el cannabis está creando muchos trastornos psicopatológicos. Eso está demostrado en los estudios científicos que se han hecho: actúa como detonante de trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia o la psicosis en personas vulnerables.

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