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En el barrio de Cartuja hay mucha obesidad infantil, por eso hacer gimnasia, crear un huerto escolar y dar talleres de comida es prioritario para los Escolapios.
Los Escolapios se suben a Cartuja

Los Escolapios se suben a Cartuja

Los maestros buscan estrechar lazos con la Escuela Pía del centro de la capital y que los críos de la zona Norte salgan a hacer el Bachillerato allí

Ángeles Peñalver

Lunes, 21 de marzo 2016, 02:26

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El colegio Escolapios Cartuja, llamado hasta el curso pasado Luz Casanova, refulge en mitad de una parcela de la zona Norte de Granada. Alrededor crecen bloques de ladrillo visto, más o menos altos, de esos que caracterizan el distrito más deprimido de la capital. A escasos metros del centro educativo está el Parque 28 de Febrero y algo más allá Las Parcelas, uno de los núcleos duros de la droga en la ciudad. A los Escolapios acuden niños domiciliados en ese conflictivo poblado -a siete minutos andando-, donde la Policía ha detenido en ocasiones a clanes del narcotráfico. Para luchar contra los estigmas y ofrecer más oportunidades a los alumnos, los Escolapios aterrizaron en el 'cole' a principios de este curso, con el joven sacerdote Ion Aranguren a la cabeza.

El centro -concertado- llevaba abierto cuatro décadas en Cartuja, pero las religiosas que lo regían lo dejaron el curso pasado. El claustro de profesores se quedó intacto e Ion -que reside junto a otros seis sacerdotes escolapios en una comunidad religiosa de la zona Norte- se ha rodeado de un escuadrón de seglares para impulsar otra ola de cambios en ese rincón de Granada donde sucumben los índices de desarrollo humano.

El maestro Isidro Jiménez lleva 19 años en el centro escolar y es el único veterano del claustro que flanquea a Aranguren en el equipo de titularidad. Roberto Fernández, a caballo entre los Escolapios del Genil y los de Cartuja, pertenece también a ese grupo de decisión. Y Francisco Sánchez, encargado de tareas de coordinación, cruza varias veces a la semana ese puente invisible construido por los seguidores de San José de Calasanz y cuyos extremos acaban en el centro de la capital y en la periferia. En pocos meses, directivos, claustro y voluntarios han echado a andar un colegio vespertino, complementario al oficial, para ofrecer a los niños un refugio y sacarlos de las calles. Las puertas de la escuela abren de lunes a jueves hasta las ocho de la noche con talleres, multideporte, biblioteca tutorizada, flamenco... y -lo mejor- acuden 70 de los 270 alumnos matriculados.

«Por ese servicio hay que pagar algo al mes, pero poco. No queremos la filosofía de la gratuidad. Estamos colaborando con Juan Carlos Carrión, de la asociación Almanjáyar en Familia y párroco, para inculcar la responsabilidad y el compromiso. Es importante valorar lo que cuestan las cosas, aunque hablemos de 5, 10 o 20 euros al mes. Si hay un problema económico real, buscamos becas a las familias. La Caixa nos apoya», explica el equipo titular. La diversidad de religiones, etnias y nacionalidades es el alma del colegio.

«Aquí es todo muy heterogéneo, desde historias muy desestructuradas a normalizadas. En el ámbito religioso, con los niños musulmanes procuramos que se sientan cómodos. En las actividades de la pastoral participan y explican el Islam. Hay que acoger», abunda Isidro Jiménez. «El desayuno del Día de Andalucía lo preparó la comunidad musulmana», añade Francisco Sánchez.

Los Escolapios quieren ser un imán y atraer lo mejor de Cartuja, por eso ya tienen a 15 familias de la zona implicadas en sus comunidades de aprendizaje. Los padres de los alumnos acuden a clase con los niños para acometer en diferentes tareas. El resto del 'milagro' es posible gracias a un claustro entregado -25 docentes- y a 80 voluntarios, tanto prácticos de la Universidad como de la fundación Itaka-Escolapios. Esta última -nutrida de jóvenes comprometidos- es el principal pilar del colegio vespertino.

A simple vista, la obesidad infantil es un problema importante de salud en Escolapios Cartuja. Por eso, Ion y los suyos ya rastrillan una gran jardinera en el patio para convertirla en huerto escolar- gestionado por los chicos de 3º de ESO- y están estudiando cómo abrir un comedor en septiembre. El centro es pequeño, sólo hay una clase por curso, hasta cuarto de la ESO, pero sus aspiraciones son grandes. «Ser pocos y sentirse familia ayuda».

«Los alumnos tienen en sus casas problemas muchísimos más graves que la escuela y tenemos que ser referentes para ellos. La transformación social es un proceso. Queremos que el colegio se extienda al barrio. Hace 40 años el polígono estaba mal y sigue igual. La gente tiene miedo de venir y los niños siguen desmotivados y tristes. Hay que cambiarlo poco a poco, como una lluvia fina. Hay que crear alianzas y tender puentes. Ayer tuvimos una reunión con la pediatra, con Juan Carlos Carrión, con gente de delegación... queremos mejorar y reivindicar», explica Roberto.

En una clase de Primaria hacen una tertulia dialógica sobre 'El Conde Lucanor', aunque el 'profe' Isidro, curtido en detectar 'travesuras', le quita el móvil a un chaval que lo está usando dentro del aula. La mediadora familiar y los expertos en convivencia del centro intentan que los conflictos sean menos.

«Queremos que el colegio sea lugar de encuentro, que los voluntarios de Escolapios del Genil vengan aquí y que los niños de Cartuja, si van a hacer Bachillerato, acudan al centro de la ciudad y se abran a más posibilidades. Hay que tender puentes», apostilla Roberto Fernández.

Al ser un centro de compensatorio, destinado a garantizar el acceso, la permanencia y la promoción en el sistema educativo del alumnado en desventaja social, han dedicado a una persona a combatir el absentismo escolar. «Tenemos los problemas propios de una población infantil que trae mucha mochila emocional de su casa, pero muy graves no son. El reto es aumentar la motivación de los chavales conforme alcanzan la Secundaria y explicarle a las familias que sus hijos pueden seguir estudiando», se muestra optimista Isidro.

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