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El 14 de enero fue de normalidad en las Urgencias, aunque su aforo estuvo completo todo el día.
Las Urgencias no admiten pausas

Las Urgencias no admiten pausas

Pacientes con pancreatitis, apendicitis o un simple resfriado acuden las 24 horas a pedir 'auxilio' al SAS

Ángeles Peñalver

Martes, 20 de enero 2015, 00:56

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No en todos lados amanece igual. Y ver levantarse el sol en un hospital no es agradable, especialmente si uno tiene la categoría de paciente. La familia Sancho, de Láchar, atisbó el despertar del día 13 de enero a través de las vidrieras de las Urgencias del Virgen de las Nieves. Llegaron al centro a las cuatro de la madrugada porque Lourdes, una anciana de 80 años, no podía respirar. «Tiene los pulmones encharcados. Puede ser neumonía», explica su hijo José Antonio. También está el marido de la enferma, que tiene el peculiar nombre de Sédares. «Ahí dentro sigue ella, en un sillón. Atendida, sondada, pero con el mismo camisón que hace un día y medio. Ayer por la tarde nos dijeron que la iban a ingresar, pero nada, hoy es día 14 y seguimos sin pasar a planta. Es mucho tiempo para una mujer tan mayor. Dicen en Admisión que no hay camas libres», se queja el descendiente de Lourdes, que llegó en ambulancia. De la anciana está pendiente toda su familia, incluida su nuera. Unidos se quejan por la tardanza, alaban al personal sanitario y no han puesto reclamación ninguna.

Después que ellos, el día 13 al mediodía, acudió Antonio Avilés, vecino de Alfacar. De 85 años. «Tenía un dolor, ahora sabemos que es pancreatitis. Dicen que lo van a tener aquí dos o tres días. Ya llevamos un día y medio en los sillones, a la espera de una cama», se queja la mujer del enfermo, Josefa Medina.

El día 14 de enero será, a pesar de la acumulación de ingresos en planta, un buen día en Urgencias. Los enfermos agolpados en los pasillos no son la estampa predominante hoy, cuando reina cierto orden, a pesar de que se siguen usando lugares de paso para atender a enfermos «y hay falta de materiales». Dentro, en los sillones y en cuidados intensivos, no hay apenas huecos. La mayoría de los sondados, de las personas que tienen cogida una vía o un aerosol puesto son muy mayores. Algunos tienen el rostro desencajado y coquetean con la muerte. La cultura de fallecer en casa no se ha instaurado en España. A veces, ante la aglomeración de usuarios, a los ancianos en situación extrema se les aparta en las salas de Reanimación Cardiopulmonar, donde tienen más intimidad para despedirse de la vida, aunque sea en un hospital. Eso narran los enfermeros de este turno de mañana que no parece la antesala de un día especialmente complicado. El jefe de área asegura que en ese momento ya hay de 12 a 13 médicos trabajando a la vez. Todos están acostumbrados a las prisas, a trabajar a destajo y a las noches sin dormir. «Pero no nos hacemos a la idea de no poder atender como debemos a nuestros enfermos por la falta de personal y de medios que hay en los días más complicados», se queja una empleada.

A las once de la mañana una usuaria histérica -una acompañante- rompe de una patada las gruesas cristaleras de la puerta de entrada. «Pasa con mucha frecuencia, la gente pierde los nervios en estas situaciones», comenta un celador.

«Hemos visto el episodio del cristal. Llegamos aquí a las 8. 30 de la mañana con mi madre, en una ambulancia. Ella estaba balbuceando en casa, perdió el conocimiento y no podía hablar. Tenía la tensión a 22. Tuve que llamar tres veces a la ambulancia. Estaba desesperada. Al final tardaron un cuarto de hora, la ambulancia llegó desde La Chana. Le hicieron pruebas en casa, pero la remitieron al hospital. La metieron en el área de sillones muy pronto, sin esperar, pero las analíticas tardan más. Le sacaron sangre a las 9.30 horas. También le han hecho 'electro' y rayos. Quieren ver si es del corazón», narra a la una de la tarde María Coca, de 29 años, sentada en la sala de espera junto a su padre. Hora y media después, los tres se marchan juntos a casa, con la relativa tranquilidad de saber que la cabeza de familia solo ha sufrido una importante subida de tensión.

Es por la tarde, un miércoles. A las cinco y media hay 87 pacientes adscritos al área de Urgencias. Algo más tarde, a esa hora que mucha gente llega del trabajo, empieza a ducharse antes de cenar o pierde algo el tiempo antes de pensar en el siguiente día, Trinidad Rodríguez pasea en una silla de ruedas en el centro sanitario, donde acudió por un fuerte dolor en el lado derecho de abdomen. Se encuentra bien, aunque ya sabe que tiene apendicitis y la van a operar en cuestión de horas. «Estoy aquí fuera, en los pasillos, porque no soporto el agobio de dentro, de tantos enfermos. Tengo mucha hambre. Llevo en ayunas desde esta mañana. Llegué a las once y media», bromea la señora mientras su hijo empuja el carrito entre un grupo de religiosas -una de ellas está enferma- y una pareja de japonesas.

Trinidad vino por primera vez hace dos días, el lunes 12 de enero. Una «jornada negra» de saturación en Urgencias, según los pacientes y los sanitarios, quienes aseguran que esa jornada se atendieron en total a 337 enfermos. Los primeros días de la semana suelen ser muy ajetreados, tras el fin de semana sin médico de cabecera. «El lunes acudí a las cinco de la tarde y estuve hasta las dos de la mañana, pero no me hicieron pruebas. Traía el mismo dolor. La médico me explicó que no podía justificar hacerme pruebas porque no tenía ni fiebre ni vómitos. Me dijo que volviera si no mejoraba. Aquí estoy, ya con el preoperatorio hecho, con un TAC, una resonancia, una ecografía y la radiografía», apostilla la paciente, quien asegura que acumula varias noches sin dormir y mucho cansancio. Tres horas después, la mujer ya estará ingresada en la planta de cirugía. Al día siguiente por la mañana -el jueves- la operaron de apendicitis y el viernes, ya estaba en casa.

Son las diez de la noche, los sanitarios de ese turno acaban de incorporarse y darle el relevo a los anteriores, las siguientes horas, afortunadamente, serán de trabajo tranquilo pero constante, algo que no ha sido la tónica habitual de los últimos días. Los pasillos están casi vacíos. Calma chicha, que dirían los marineros. En algunos bancos, algún acompañante se queda dormido. Los casos banales, como un simple resfriado sin fiebre, son despachados rápido. Aún hay gente que abusa de las Urgencias por tonterías.

María del Carmen García está, sin embargo, nerviosa. La joven vino desde Albolote en su coche junto a su padre, un señor trasplantado de hígado hace cuatro años que está siendo atendido en estos momentos por molestias e inflamación estomacal, además de un leve mareo. «Dicen que puede ser gastroenteritis, pero hasta que no nos den los resultados aquí estamos esperando. Cuando te reciben no tardan casi nada en meterte en el área de enfermos, pero dentro sí pueden transcurrir tres o cuatro horas hasta que te dan los resultados. Nosotros hemos venido muchísimo a Urgencias, aunque desde que está trasplantado las frecuentamos menos», se despide la chica, antes de narrar que a su progenitor le han hecho analítica de orina y sangre, TAC, la prueba de la gripe, un 'electro'... «Nos queda un buen rato», concluye. La madrugada del 15 les cogerá en el hospital.

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