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José Luis Maldonado, en el centro, con sus compañeros de trabajo, retenidos en un sótano del Parlamento de Canadá.
Un granadino, atrapado doce horas en el tiroteo del Parlamento de Canadá

Un granadino, atrapado doce horas en el tiroteo del Parlamento de Canadá

La ciudad de Ottawa estuvo incomunicada entre las diez de la mañana y la una de la tarde y su mujer, que vivió el 11-M en primera persona, temió lo peor

Antonio Sánchez

Viernes, 24 de octubre 2014, 14:01

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José Luis Maldonado, granadino de Guájar-Fondón, vivió el miércoles un día que no olvidará jamás. A las diez de la mañana hora de Canadá se encontraba trabajando en unas obras de reforma en uno edificios del Parlamento, en la capital del país, Ottawa. Un compañero, que abandonó el sótano en el que trabajaban para ir a por unas herramientas que necesitaban para seguir con la tarea, alertó de que algo pasaba. En ese momento, Michael Zehaf-Bibeau, canadiense de 32 años, entró en el Parlamento y comenzó a disparar antes de ser abatido hasta terminar con la vida de Nathan Cirillo, un joven militar de 24 años. Un suceso que José Luis y sus cuatro amigos conocerían más tarde.

Para ellos iba a ser un día más en el Parlamento de Canadá, en el que se encuentran trabajando desde hace un año realizando la rehabilitación de un edificio inferior. Pero no lo fue.

«A las nueve y media de la mañana dieron la voz de alarma para decirnos que nos metiéramos en el interior del edificio. Nos pararon la obra sin ninguna explicación más. Había mucho miedo y nerviosismo. La gente empezó a correr dentro del edificio de un lado a otro y empezamos a escuchar sirenas de Policía. No teníamos mucha información de lo que estaba sucediendo y tampoco podíamos salir. Estábamos incomunicados. Nos cortaron la línea de teléfono sin decirnos por qué». Es el relato a IDEAL de los primeros momentos de José Luis en el sótano en el que pasaría hasta doce horas con sus compañeros de trabajo sin saber qué les depararía el futuro.

En otro punto de Ottawa, María José Cuesta, su mujer, temió lo peor. Ella, natural de Getafe (Madrid), vivió los atentados del 11-M en primera persona y la falta de información durante las horas posteriores al asesinato del militar no ayudó a templar su ánimo. Ottawa se quedó sin luz y sin telecomunicaciones a las diez de la mañana. Así estuvo la ciudad hasta la una de la tarde. Tres horas en las que fue imposible conocer la gravedad de la situación, qué pasaba exactamente y si su marido estaba a salvo.

Fue el propio José Luis el que acabaría con su desasosiego. A las una y media, en cuanto volvió la línea, llamó a su esposa y le aseguró que estaba bien. Le dijo que se preocupara de sus hijas, Tamara, de 15 años, y Paula, de 12. Ambos temían por la mayor, que necesitaba utilizar el transporte público para desplazarse de casa a la escuela. Cuando María José consiguió reunirse con las dos se acercó a los exteriores del Parlamento de Canadá para conocer de cerca qué es lo que estaba pasando. Nada nuevo se sabía. «Pude hablar con él, pero estaba mal porque no lo podía ver. A la vez veíamos que por las calles no pasaba ningún coche durante horas. Fue una espera muy tensa», relata María José. Ottawa era un funeral.

Dentro, en el sótano de trabajo, se mantenía una tensa calma. Los cinco trabajadores se encontraban aislados, ajenos a todo lo que había sucedido, pero incómodos por la situación.

Final feliz

«A mediodía nos dijeron que en tres horas nos podríamos ir, pero tardamos otras tres en poder salir a la zona exterior del edificio, a las nueve de la noche. Allí estuvimos otra hora y media, retenidos», cuenta José Luis. «No entendíamos que tuviéramos que estar allí tanto tiempo y el ambiente cuando salimos tampoco ayudó. Era de noche, la ciudad parecía paralizada y todo estaba a oscuras», prosigue. El entorno, más propio de un libro de Agatha Christie que de la sede del poder canadiense, asustaba a los trabajadores.

A las diez y media de la noche terminaron las doce horas de cautiverio. José Luis salió y abrazó a su mujer. Era el momento de volver a casa. La Policía no les permitió a los trabajadores que retiraran su vehículo y tuvieron regresar en taxi. Allí les aguardaba una tortilla de patatas de María José, la mejor forma de poner fin a un angustioso día. La pesadilla había terminado.

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